jueves, 31 de diciembre de 2009

Venga el Año Nuevo 2010, mis mejores deseos desde este espacio


Juan Rulfo confesó en alguna ocasión que los cuentos le sirvieron como preparación para poder escribir su obra cumbre: Pedro Páramo. Al igual que nuestro gran maestro Jalisciense con su inigualable libro de relatos cortos El llano en llamas, el principal motivo por el que creé este blog y comencé a escribir en él, fue para practicar mi prosa. Y es que, conforme fui avanzando en la lectura de los grandes escritores, me di cuenta de que muchos de ellos fueron, o son, periodistas; el escribir para periódicos y revistas los ayudo a perfeccionar su estilo. El Gabo, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Pablo Neruda, Octavio Paz, Elena Poniatowska, fueron, o incluso algunos aun son, periodistas. Y como no traer a la memoria a Edgar Allan Poe y, ya más para acá, a Ernest Hemingway.
El maestro Saúl Rosales, Jaime Muñoz Vargas y Vicente Alfonso son los escritores laguneros que admiro, y sigo constantemente; y también son periodistas. Ellos han comentado, no en pocas ocasiones, lo mucho que les gusta escribir en diarios y revistas, y también lo mucho que sus columnas y artículos los han ayudado en el desarrollo de su carrera literaria; porque déjenme decirles que el periodismo también es un genero literario, siempre y cuando se escriba con el mismo fuego y la misma pasión con que se escriben el cuento, la novela, el ensayo, el teatro y la crónica.
Así que, con mi espacio, quise seguir el ejemplo de los grandes maestros literarios. Mi meta original era escribir un post por semana, y seguir así durante todo el año; gracias a Dios lo conseguí.
Muchas gracias a mis cuatro lectores por seguir este espacio, mi espacio, su espacio, el espacio de quien guste de las cosas que me rondan en la azotea y que, para que no me sigan mortificando dulce y recurrentemente, las plasmo aquí.
Teresa, un beso y un abrazo. Mil gracias por hacer de este lugar tu sitio de visitas y lecturas. Te deseo de todo corazón un muy feliz y prospero Año Nuevo 2010; que todos tus sueños y los deseos más profundos de tu corazón se hagan realidad.
También muy feliz y prospero Año Nuevo 2010 a todos mis lectores (espero que sean muchos), que todos sus sueños y deseos se cumplan tal como esperan.
Y como escribió Adela Celorio en su última entrega de Siglo Nuevo: hay que darle la oportunidad al Año Nuevo 2010 y confiar en que será un buen año.

Jaime Muñoz Vargas, un tahúr profesional de las letras


No hace mucho que terminé de leer Las manos del tahúr, de Jaime Muñoz Vargas, y desde entonces rondaba insistente en mi cabeza la voluntad de hacer la reseña de la obra. No escribí mi impresión del libro antes debido a que tenía la armada intención de leerlo todo nuevamente, pero decidí que no quiero terminar el año sin antes subir este post-reseña. Sea como sea, voy a leer nuevamente el volumen completo, porque es de esos libros que vale la pena leer y releer.
Las manos del tahúr es un libro ensamblado con diez relatos cortos, con diez cuentos, diez divertidos, cotidianos e inolvidables cuentos. Jaime hace que uno se familiarice, luego luego de comenzar a leer, con los escenarios y los personajes; los lugares son comunes, fotografías literarias vivientes de nuestro polvoroso entorno: calles, lugares y edificios que transitamos, o hemos transitado, y con los que a menudo convivimos en este ranchote llamado Comarca Lagunera.
Los cuentos, con excepción de dos, están narrados en primera persona por alguien que se dedica a las letras o se vale de ellas para llevar a cabo su trabajo. Un periodista, el estudiante de la carrera ciencias de la comunicación, el reportero novato, el reportero estancado con muchos kilómetros recorridos en el ambiente de un diario y fastidiado por la rutina infranqueable que lo sofoca, son los personajes que cuentan su historia o la historia de algún amigo, de un conocido o de algún extraño que se cruzó en su camino cambiando los días, de comunes a interesantes.
Jaime adereza tan bien sus relatos con lugares y situaciones que son muy propios de sus personajes, que se llega a pensar que uno lee realidad en vez de ficción. Como todo buen escritor, Jaime ha integrado algunas anécdotas de su círculo laboral y también algo de sus vivencias personales en el ambiente periodístico y en el mundo literario.
Los relatos que más me gustaron de Las manos del tahúr son Luces de encierro, Narrar a media noche, Récord con papá, Historia del gorila y Medio litro de vodka. Mi selección de cuentos favoritos, nótese que son cinco de diez, no es con la intención de tachar al resto de malos, porque todos los relatos tienen la calidad de un cuentista como pocos; estos títulos, simplemente, son los que más me llegaron.
Luces de encierro trata sobre un escritor y articulista que publica las historias de personajes laguneros olvidados que en algún momento llegaron a destacar en determinada área o disciplina poniendo la mirada del país, y del extranjero, en el mapa nacional buscando a la ciudad de Torreón. El protagonista, en una de sus muchas andadas en busca de personajes importantes relegados, va a parar a puerta de la casa de Isidro Casas Noriega, un viejo enamorado de las letras que en su juventud ganó un premio literario de novela en Nueva York, y que además es poseedor de una biblioteca habitada por miles de libros. En este cuento se vislumbra la influencia de Borges en Jaime, reflejada en Isidro Casas, quien ostenta varios rasgos de la personalidad del mismísimo Borges: misántropo, más orgulloso de lo que ha leído que de lo que ha escrito, y poseedor de una abigarrada biblioteca.
Narrar a media noche es toda una cátedra del buen cuentista, ya que está narrado en primera y en tercera persona en algunos de sus párrafos. Aquí, un joven estudiante, y aspirante a escritor, es el encargado de un motel de paso que pertenece a su tío. El chavo, aprovechando la tranquilidad que de pronto asalta al cachondo establecimiento, escribe en una laptop sus vivencias en forma de cuento, luego las expone en un taller literario; y va más allá: participa en un concurso literario con su relato.
Los padres de más antes, como decía la gente del campo, eran muy huraños con sus hijos, y hasta con su esposa. Todo el día se la pasaban trabajando, llegaban a casa por las noches con el único fin de descansar, y solo rumiaban las palabras necesarias a quien osara intentar platicar con ellos. Estas situaciones se ven fotografiadas en Récord con papá.
En Historia del gorila, un reportero e integrante de un partido político, recuerda como un senador, abusando de poder, les mete una madriza a él y a sus amigos, entre ellos uno al que apodan el gorila. El reportero, a través del su partido y del periódico en el que trabaja, trata de hacerle la vida imposible al senador cuando el viejo político contiende en las elecciones para presidente municipal. El senador manda golpear nuevamente al reportero. Imaginen quien lo agarra en calidad de costal para prácticas de boxeo.
Una mujer, gorda y cachonda, trae asoleado a un funcionario público, pero él no le hace caso. El tipo, andando borracho, se accidenta en un vehiculo oficial, y para su mala suerte se da cuenta la gorda fogosa que anda tras sus huesos, que de ahí en adelante comienza a chantajearlo exigiéndole sexo sin frenos ni inhibiciones. El pobre hombre se da valor con media botella de vodka (Medio litro de vodka) antes de entrar en materia cada que la gorda abusa de él.
En cierta ocasión, Jaime me dijo que cuando se participa en un concurso literario es como si el escritor comprara un cachito de lotería, porque las posibilidades de que su obra gane en el certamen son las mismas que pegarle al gordo. En lo personal pienso que Jaime Muñoz Vargas ha ganado concursos literarios, no porque corrió con la suerte de pegarle al gordo, sino porque los jurados han sabido reconocer el buen escritor que es el autor de Las manos del tahúr.

Nota: Las manos del tahúr lo puedes conseguir en la librería del Museo Arocena; en caso de que no lo tengan en existencia, te lo mandan pedir sin costro extra, como a mí.

lunes, 28 de diciembre de 2009

Alfonso Reyes, verdadero intelectual y prolífico escritor


Son pocos los intelectuales a los que admiro y respeto, debido a que ellos rara vez admiran o respetan, sobre todo los pseudointelectuales, como en varias ocasiones he comentado en este espacio. Ahora, no todos los escritores son intelectuales, y no todos los intelectuales son escritores; entre los que si ostentaron ambos títulos con orgullo, un orgullo producido por el amor y el alto compromiso para con el conocimiento y las letras, están Jorge Luis Borges y Alfonso Reyes, quienes, por cierto, fueron buenos amigos.
El día de hoy me enteré, al visitar el blog de Jaime Muñoz Vargas (rutanortelaguna.blogspot.com), que el domingo pasado, o sea ayer, se cumplieron cincuenta años del fallecimiento de Alfonso Reyes Ochoa, quien partió de este mundo el 27 de diciembre de 1959 (esta última frase me quedó como esquela religiosa, ¿A poco no?).
Pocas cosas lamento tanto como el no haber leído, hasta ahora, más de la insondable obra de Alfonso Reyes. Desgraciadamente los buenos autores se pierden en el olvido con que los cubren las novedades editoriales y las modas literarias, pero escritores como Don Alfonso, los promuevan o no, nunca pasarán de moda; su obra parece haber sido escrita el día de ayer. Es triste y lamentable que, como a mí me pasó, nos demos cuenta de lo valioso de nuestros talentos mexicanos a través de la admiración que sienten por ellos los extranjeros. Yo ya había escuchado y leído, como al pasar, sobre Alfonso Reyes, pero no fue sino hasta que un poema de Borges, en su libro El hacedor, me restregó en la cara mi falta de interés por la obra de Don Alfonso, que comencé a indagar sobre su libros.
Pero bueno, no más rollo, mejor visiten el blog de Jaime Muñoz Vargas y busquen y lean todo lo que puedan sobre la obra de Alfonso Reyes.
Para que se den una idea de la magnitud de Don Alfonso, el gran intelectual y el tremendo escritor, aquí les dejo un poema que publicó Borges en el diario La Nación, de Buenos Aires, el 21 de febrero de 1960, casi a dos meses de la muerte de su colega mexicano, según lo menciona Jaime Muñoz Vargas en su columna del domingo pasado. Sí, es el mismo poema con que di en El hacedor, del monstruo literario argentino.

In memoriam A.R.

El vago azar o las precisas leyes
que rigen este sueño, el universo,
me permitieron compartir un terso
trecho del curso con Alfonso Reyes.

Supo bien aquel arte que ninguno
supo del todo, ni Simbad ni Ulises,
que es pasar de un país a otros países
y estar íntegramente en cada uno.

Si la memoria le clavó su flecha
alguna vez, labró con el violento
metal del arma el numeroso y lento
alejandrino o la afligida endecha.

En los trabajos lo asistió la humana
esperanza y fue lumbre de su vida
dar con el verso que ya no se olvida
y renovar la prosa castellana.

Más allá del Myo Cid de paso tardo
y de la grey que aspira a ser oscura,
rastreaba la fugaz literatura
hasta los arrabales del lunfardo.

En los cinco jardines del Marino
se demoró, pero algo en él había
inmortal y esencial que prefería
el arduo estudio y el deber divino.

Prefirió, mejor dicho, los jardines
de la meditación, donde Porfirio
erigió ante las sombras y el delirio
el árbol del Principio y de los Fines.

Reyes, la indescifrable Providencia
que administra lo pródigo y lo parco
nos dio a los unos el sector o el arco,
pero a ti la total circunferencia.

Lo dichoso buscabas o lo triste
que ocultan frontispicios y renombres;
como el Dios del Erígena, quisiste
ser nadie para ser todos los hombres.

Vastos y delicados esplendores
logró tu estilo, esa precisa rosa,
y a las guerras de Dios tornó gozosa
la sangre militar de tus mayores.

¿Dónde estará (pregunto) el mexicano?
¿Contemplará con el horror de Edipo
ante la extraña Esfinge, el Arquetipo
inmóvil de la Cara o de la Mano?

¿O errará, como Swedenborg quería,
por un orbe más vívido y complejo
que el terrenal, que apenas es reflejo
de aquella alta y celeste algarabía?

Si (como los imperios de la laca
y del ébano enseñan) la memoria
labra su íntimo Edén, ya hay en la gloria
otro México y otro Cuernavaca.

Sabe Dios los colores que la suerte
propone al hombre más allá del día;
yo ando por estas calles. Todavía
muy poco se me alcanza de la muerte.

Sólo una cosa sé. Que Alfonso Reyes
(dondequiera que el mar lo haya arrojado)
se aplicará dichoso y desvelado
al otro enigma y a las otras leyes.

Al impar tributemos, al diverso
las palmas y el clamor de la victoria;
no profane mi lágrima este verso
que nuestro amor inscribe a su memoria.

sábado, 26 de diciembre de 2009

Noche Buena, a pesar de todo


Esta navidad fue muy especial para mí, porque me di cuenta de la gente con la que puedo contar en los momentos difíciles. La crisis, al igual que a la mayoría de los mexicanos, me pegó durísimo y quedé endrogado hasta las cachas, razón por la cual no recibí ni un solo quinto de mi aguinaldo. El jueves pasado, ya en la víspera de Navidad, todavía arrastraba una depresión, cruel pero pasajera, por la falta de liquidez. Para no pasar la fecha sin ni un centavo, la mañana del 24 tomé mi guitarra electroacústica del rincón paradójico, el del olvido y los recuerdos, y la llevé a empeñar al Nacional Monte de Piedad. Con lo que me prestaron por mi entrañable prenda, corrí a comprar algunos pequeños detalles para no llegar con las manos vacías en Noche Buena. Me uní a los diferentes hormigueros que forma la gente en estas fechas en los Malls y sus misceláneos locales, en los centros comerciales, en las jugueterías y en las librerías (mis favoritas).
Mi asombro fue despertado por la inmensa cantidad de personas entre las que tuve que nadar para poder entrar y salir de cada lugar que visité esa mañana. -Y eso que estamos en crisis, imagínate si no… pensé. Igual y mucha gente le hizo como yo: se endrogó con el fin de hacer llegar un pequeño detalle a las manos de sus seres queridos, y de procurar una cena, tal vez modesta, pero diferente, para que la fecha no pasara desapercibida.
Entre los obsequios que adquirí estuvo presente un libro. Si por mí fuera, regalaba puros libros, pero solo lo hago con la o las personas que sé de antemano que les gusta leer; porque si regalas literatura a alguien que no lee ni los instructivos de los aparatos electrónicos que compra, es como si le obsequiaras un saxofón a quien no le gusta la música y por ende no sabe tocar los metales.
El día 25 encendí el televisor a eso de las diez y media de la mañana y me topé con una versión caricaturizada de Cuento de Navidad, de Dickens. Los dibujos animados acapararon mi atención hasta que término el programa, o la película. Nunca, como entonces, me había identificado tanto con el relato de Dickens; y también nunca me había dado cuenta lo extremadamente bien que el escritor inglés pintó a los empresarios, crueles y tacaños, a través del personaje de Scrooge; bueno, al menos a los empresarios que conozco.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Martirio ocular placentero


A mediados del año pasado, más o menos, leí el libro Introducción a la Literatura Inglesa, de Jorge Luis Borges, y me pareció buenísimo. Bueno, y que libro de Borges no es buenísimo. Esta obra del también autor de El Aleph, trata sobre la historia de la literatura inglesa, desde sus inicios hasta llegar al Siglo XX. Borges hace referencia de los buenos escritores ingleses y de sus obras más destacadas; entre los autores que menciona, llamaron mucho mi atención Robert Louis Stevenson, H. G. Wells y G. K. Chesterton. Volviendo un poco al post anterior que subí, me propuse conseguir, en medida de lo posible, el mayor número de obras escritas por estos autores. Y es que, si Borges los recomienda e incluso escribe maravillas de ellos, no se los puede uno perder.
Hace unos días, mientras mis familiares escogían algunos regalos navideños en Liverpool (el de Galerías Laguna, y no el famoso puerto inglés) aprovechando su clásica venta anual, yo fisgoneaba en el departamento de libros, y me encontré con una joya de bolsillo: la novela El hombre que fue jueves, de Chesterton, en una edición del Fondo de Cultura Económica. No exagero al decir que es una joya, ya que la novela está traducida y prologada por Alfonso Reyes. Al ver el libro casi lo arrebaté de los estantes y ya no lo solté. Es más, creo que me estaba esperando, porque lo compré a crédito en una promoción de seis meses sin intereses; voy a pagar diez pesos mensuales; de lujo, ¿no?
Desgraciadamente lo único que no estuvo, o más bien que no está de lujo es el formato del libro que diseñó la editorial del FCE, sobre todo en la letra, que es muy chica, chiquitita.
Ahora, si nos ponemos exigentes, la edición no es tan económica, a pesar de que se trata de un formato de bolsillo. El FCE tiene una labor muy buena y muy amplia al editar libros de autores difíciles de conseguir, pero debería de hacerlo en ediciones que no busquen acabar con los ojos de los lectores a los que desea llegar, que no somos pocos, y a precios que hagan honor a su nombre, o sea bajos. Porque por el costo de El hombre que fue jueves se puede conseguir una muy buena edición de bolsillo de cualquier libro de José Saramago, y con un tamaño de letra decente, como las ediciones de Punto de Lectura y de Debolsillo, que son las que más busco.
De vuelta al libro de Chesterton, y aunque todavía no termino de leer este novelon (y digo “novelon” haciendo alusión a su tremenda calidad y no en forma demeritativa), no he dejado de leerlo de a capítulo por noche, que es lo más que aguantan mis ojos antes de llorar por el cansancio, desde que comencé a degustarlo. Y ni que decir del señor prólogo de Alfonso Reyes. El hombre que fue jueves es una novela policíaca escrita como pocas, con una malicia y una maestría literaria capaz de ejecutar giros cuando uno menos los espera. Ahora entiendo porque Borges hablaba muy bien de Chesterton. La edición que conseguí de El Hombre que fue jueves lastima mis ojos, aun así vale la pena terminar de leerla, o morir en el intento, porque es un martirio ocular placentero.

lunes, 14 de diciembre de 2009

Una formación más completa


El niño juega a ser lo que más le inspira. Es policía, mecánico, doctor, plomero, chofer, vaquero (El Llanero Solitario era mi representación favorita de la infancia, sin que me asaltaran las preguntas, como ahora, ¿De que vivía este héroe del lejano oeste, si todo el bien que hacía era por puro idealismo? ¿De donde sacaba la plata para las costosas balas con que cargaba sus revólveres?), soldado, piloto aviador, piloto de autos de carreras, súper héroe, y todo lo que la imaginación, el deseo y la voluntad alcancen. En esta etapa de la vida no necesitábamos de escuela ni personas que nos enseñaran lo que elegíamos ser por un arranque de pasión al jugar con otros niños, o al jugar solos. Pero eso sí, nos hacíamos de los accesorios, las herramientas y la ropa del rol que deseábamos interpretar: si se era doctor, pues una camisa blanca de nuestro padre era suficiente para otorgarle el título de bata; como Vaquero con un sombrero, un paliacate, una pistola de plástico y, si las teníamos, una botas vaqueras para el toque perfecto. Y no era solo vestirse, si no que actuábamos como en lo que en aquel momento elegíamos ser. Todo esto lo aprendíamos de las caricaturas, los programas de la televisión, los comics y, en algunos casos, de los libros. No deja de sorprenderme como los niños utilizan una lógica más inteligente que la lógica (?) por la que se dejan llevar muchas personas adultas.
En la adolescencia y ya como adultos jóvenes, todavía idealistas pero con lo pies en la tierra, sabíamos que si queríamos ser doctores había que ir a estudiar a la escuela de medicina; si deseábamos ser soldados, era necesario entrar a la escuela militar o enrolarse en el ejercito.
Tomando como ejemplo la carrera de medicina, todo mundo sabe que para ser doctor hay que estudiar y hacer todo lo que han estudiado y hecho quienes son doctores, además de estarse actualizando constantemente. Alguien que aspire a ser medico no puede saltarse ni un solo peldaño de profesión, mucho menos de esta profesión. No puede decir: -Para que estudio cinco, ocho o diez años; con que me pegue a unos buenos Doctores de mi tiempo y estudie sus tesis, escritos y análisis, es y será suficiente para mí. Ilógico, ¿Verdad?
Utilizo este ejemplo porque muchas personas que conozco y cuyo supuesto deseo es llegar a ser escritores (muchas de ellas se creen escritores con el simple hecho de leer regularmente), consideran que es suficiente leer a escritores contemporáneos y escritores favoritos.
Considero que hay que leer a los buenos escritores contemporáneos y a todos aquellos escritores que formaron a los buenos escritores contemporáneos, o séase a todos los que influyeron en ellos y a todos los clásicos. No pienses como aquel lector de Nietzsche, que cree que por leer al autor de Más allá de bien y del mal ya no necesita leer a los griegos; es más, asegura que las ideas de los griegos son obsoletas en nuestros días solo porque no coinciden con las suyas o porque no las puede entender, mucho menos asimilar.
Los autores difíciles de conseguir, leer y seguir son aquellos que influyeron en Borges, porque prácticamente tendríamos que visitar alguna de las bibliotecas que menciona en sus cuentos: aquellas que contienen el conocimiento total del universo, y que son infinitas e inabarcables. Aún con ello, Borges nos da referencias de excelentes escritores que él mismo admiraba, entre ellos: Juan Rulfo, Alfonso Reyes, Robert Louis Stevenson, Cervantes (con ironía, ero lo idolatra), Kipling, Shakespeare (no podía faltar), y muchos tantos más que mi memoria se niega a hacerme llegar mientras escribo estas líneas.
Así que si en verdad amas la literatura y quieres ser escritor, un verdadero escritor, no solo leas a los escritores contemporáneos, lee a los buenos escritores y pensadores de todos los tiempos para que tengas una formación más completa, sí, incluyendo a los griegos; te darás cuenta de que sus ideas son tan actuales como cuando ellos las concibieron hace miles de años, sin importar lo que digan los pseudointelectuales especialistas en lectura de obras Nietzscheanas.

viernes, 11 de diciembre de 2009

Profecías


Todos los días, o casi todos, navego por la interminable red de Internet y leo en algunos diarios virtuales los encabezados de las últimas noticias; si la nota es interesante, o muy buena, la engullo completa, si no solo le doy un una pasadita veloz a ojo de pájaro. Creo que a finales de noviembre estuve demasiado distraído con los quehaceres laborales y familiares, porque, a pesar de mi insaciable curiosidad, no me di cuenta de una noticia que circuló en la web y que seguramente mencionaron -por lo menos- en los noticieros nacionales.
Resulta que al comentarle a un compañero de trabajo sobre una noticia que hablaba de que los rusos recogieron y quemaron tanto el cuerpo de Hitler como el de su amada Eva Braun al tomar Alemania en el ocaso de la Segunda Guerra Mundial, mi colega me disparó otra nota desasosegante: Bulgaria declaró oficialmente su contacto con seres extraterrestres. No, no se trata de una novela de Ray Bradbury, mucho menos alguna de Isaac Asimov. Las líneas aparecieron en el diario británico Telegraph el pasado 26 de noviembre.
Si no se trata de un armatoste creado para distraer a la humanidad como tantas veces ha pasado, por un lado, los hechos son algo que ya sabíamos o sospechábamos, pero sin tener la certeza de su realidad; por otro lado, es inquietante descubrir que sí existen los extraterrestres y, todavía más cabrón, que estén entre nosotros, vigilándonos en todo momento.
Si es cierto lo que afirman los científicos búlgaros, estamos por verse cumplir una de las muchas profecías bíblicas, la que menciona que al final de los tiempos las estrellas se comunicarán, si interpretamos estrellas por planetas o mundos. A esto agreguen la profecía maya del 2012, se pudiera decir que ya nos cargo la consciencia de Carlitos Salinas de Gortari, pero no solo a los mexicanos, sino a todos los habitantes de este descuidado, contaminado, olvidado y maltratado tercer planeta de nuestro sistema solar.
A lo mejor, y es tan solo una suposición, el fin del calendario maya, que es en el 2012, no marca ni pronostica el fin de la humanidad, si no el comienzo de una nueva etapa en la vida de la tierra y en cada una de las vidas que pueblan el orbe, incluyéndonos -por supuesto- a nosotros; un cambio radical en todo lo que hacemos, sabemos, creemos conocer y entendemos actualmente. Imaginemos que en el 2012 los extraterrestres, valiéndose de los avanzados y veloces medios de comunicación con que contamos, hacen contacto con todo el populacho, quienes siempre hemos sido excluidos por los ricos y los poderosos, y ¡Buam! Cambia nuestra percepción y el conocimiento que tenemos de todas las cosas. Solo esperemos que estos extranjeros de estrellas y galaxias lejanas, no nada más vengan de visita turística o de inmigrantes. Suponiendo, y así debe de ser, que pertenecen a un raza o razas más avanzadas que la nuestra, ya deben de contar entre sus conocimientos con las respuestas a preguntas que nosotros aun no hemos podido o no hemos querido encontrar, como ¿Cuál fue el origen del universo, del hombre e incluso de su raza súper adelantada? Hago aquí el planteamiento de estas incógnitas tratando de reflejar un punto de vista científico.
Para los mexicanos nos es muy común vivir nuestra existencia como si todo cuanto nos rodea fuera eterno: los familiares, los amigos, los vecinos, nuestros superiores, nuestro trabajo, nuestro planeta, el tiempo que hemos de pasar en este mundo, en fin, todo. Así que hagamos lo que tengamos que hacer y no dejemos de prepararnos para adaptarnos a cualquier cambio que enfrentemos, tal vez, en un futuro cercano. Por lo pronto, comencemos por dedicar tiempo a lo que más nos guste, porque quien sabe si tendremos oportunidad de hacerlo el día de mañana.
A continuación anexo la noticia, en español y en inglés, que apareció en el Telegraph sobre los búlgaros y su declaración oficial sobre los extraterrestres, así como el enlace a la página origen de la nota.


El gobierno búlgaro admite contacto con extraterrestres

ND.- El diario británico (en inglés) Telegraph publicó una noticia donde explica que científicos del gobierno búlgaro admitieron que mantienen contacto con seres extraterrestres. Los científicos responsables del gobierno búlgaro, entre ellos Lachezar Filipov, director adjunto del Instituto de Investigaciones Espaciales de la Academia Búlgara de Ciencias, confirmó la investigación, en la que las entidades extraterrestres contactadas, están respondiendo a 30 preguntas, formuladas por los responsables del gobierno, desde el Instituto de Investigaciones Espaciales de la Academia Búlgara de Ciencias.
Los extraterrestres están alrededor de nosotros, y nos están mirando todo el tiempo, aseveró el Sr. Filipov dijo a los medios búlgaros.
“Ellos no son hostiles hacia nosotros, más bien, quieren ayudarnos, pero no hemos crecido lo suficiente, a fin de establecer un contacto directo con ellos”. Sr. Filipov señaló que incluso la sede de la iglesia católica, el Vaticano, ya ha declarado su existencia.
Así mismo, añadió que los humanos no iban a ser capaces de establecer contacto directo con los extraterrestres a través de ondas de radiotelescopios, pero sí a través del poder del pensamiento y frecuencias cuánticas. “La raza humana sin duda va a tener contacto directo con los extraterrestres de forma generalizada y directa en los próximos 10 a 15 años”.
“Los extraterrestres son críticos con la conducta inmoral de la gente en referencia a la interferencia de los humanos en los procesos de la naturaleza.”
La publicación de los investigadores del BAS informe relativo a la comunicación con los extraterrestres viene en medio de una controversia sobre el papel, la viabilidad, y la reforma de la Academia Búlgara de Ciencias, en la que se asume la Exociencia en el marco de la Decisión 33/426 de la ONU.
Ciertamente, esta noticia es el primer reconocimiento Oficial de un Estado Miembro de la Unión Europea, de contacto efectivo con Inteligencia Extraterrestre en el marco de las relaciones Exopolíticas y la consolidación y reforma de de Academia Búlgara de las Ciencias. Como ya saben, Bulgaria es miembro de la UE desde el 1 de enero de 2007.
En este contexto, este asunto, dio lugar a la semana pasada a un acalorado debate entre el Ministro de Finanzas de Bulgaria, Simeon Djankov, y el Presidente Georgi Parvanov, en relación con este ya Reconocimiento Oficial.
Fuente original de la noticia: Aliens 'already exist on earth', Bulgarian scientists claim - Telegraph

Noticia bajada del sitio en Internet http://www.ca-world.com/


Aliens 'already exist on earth', Bulgarian scientists claim


Aliens from outer space are already among us on earth, say Bulgarian government scientists who claim they are already in contact with extraterrestrial life.
Published: 8:00AM GMT 26 Nov 2009

"Aliens are currently all around us, and are watching us all the time," Mr Filipov told Bulgarian media. Photo: GETTY IMAGES
Work on deciphering a complex set of symbols sent to them is underway, scientists from the country's Space Research Institute said.
They claim aliens are currently answering 30 questions posed to them.
Lachezar Filipov, deputy director of the Space Research Institute of the Bulgarian Academy of Sciences, confirmed the research.
He said the centre's researchers were analysing 150 crop circles from around the world, which they believe answer the questions.
"Aliens are currently all around us, and are watching us all the time," Mr Filipov told Bulgarian media.
"They are not hostile towards us, rather, they want to help us but we have not grown enough in order to establish direct contact with them."
Mr Filipov said that even the seat of the Catholic church, the Vatican, had agreed that aliens existed.
He said humans were not going to be able to establish contact with the extraterrestrials through radio waves but through the power of thought.
"The human race was certainly going to have direct contact with the aliens in the next 10 to 15 years," he said.
"Extraterrestrials are critical of the people's amoral behavior referring to the humans' interference in nature's processes."
The publication of the BAS researchers report concerning communicating with aliens comes in the midst of a controversy over the role, feasibility, and reform of the Bulgarian Academy of Sciences.
Last week it lead to a heated debate between Bulgaria's Finance Minister, Simeon Djankov, and President Georgi Parvanov.


http://www.telegraph.co.uk/news/worldnews/europe/bulgaria/6650677/Aliens-already-exist-on-earth-Bulgarian-scientists-claim.html
TelegraphNews

sábado, 5 de diciembre de 2009

Azote polar


No sé porque razón en específico, pero me estoy muriendo de frío. Quizás la edad, aunque no seamos ancianos o aun no hayamos llegado a los cuarenta, nos pega día con día y lo notamos con el clima, cuyos azotes son cada vez más intensos y feroces. Gusto de los días así como hoy, con temperaturas entre 3 y 6 grados centígrados, siempre y cuando no tenga algún motivo importante y que no pueda esperar para salir de casa. Hoy trabajo medio día, y además, después de la jornada laboral sabatina, será nuestra posada; pero si por mí dependiera, no hubiese salido de mi calientita morada.
Este sábado me ha hecho reciclar el recuerdo de hace aproximadamente 11 ó 12 años, cuando nevó en Torreón toda la madrugada y parte de la mañana del día 12 de diciembre. Mi hermano y yo, que en ese entonces pertenecíamos a un grupo musical, nos encontrábamos tocando -él las cacerolas y yo la lira eléctrica- en un bar al aire libre, donde solo nos cubría una mísera terraza. Como ustedes tal vez ya habrán conjeturado, el bar estaba vacío, ni una sola alma escuchaba o bailaba nuestro son, pero el desgraciado dueño del lugar no dispensó nuestro horario. Lo que yo más recuerdo de aquella noche es que no soportaba el gélido clima, en ese momento fue como si nos encontráramos en un congelador gigante al que acababan de encender a su máxima capacidad frigorífica. Mis manos desnudas me hormigueaban como si cientos de insectos me caminaran por debajo de la piel, y como si me clavaran puños de alfileres al mismo tiempo, tanto en ellas como en mi rostro. Cada que me acuerdo, me dan escalofríos; y es que era tan intenso el golpe polar, que yo, en la primera oportunidad que tenía, me metía al baño, cuyo bajo techo provocaba que el foco instalado en su interior proporcionara algo de calor. Los descansos que se daban entre tanta y tanda, los pasaba en el húmedo, pestilente y cálido lugar. La temperatura era tan baja, que los orines hacían que el mingitorio expidiera un humo blanco y perfectamente perceptible, similar al bao que salía de nuestras bocas al hablar o tiritar. Pero nuestra sorpresa fue al terminar nuestro trabajo de esa noche: cuando salimos a la calle, todo estaba cubierto por el helado algodón del cielo; carros, asfalto, banquetas, casas, negocios, jardineras, árboles, anuncios y monumentos eran testigos involuntarios de la inesperada nevada. Entonces entendimos el porque del clima ruso que padecíamos esa noche. Nos dio tanta alegría y tanto gusto ver nieve en este ranchote en medio del desierto, que, como si fuésemos niños, nos pusimos a jugar a la guerra, arrojándonos bolas y más bolas de nieve. Mi hermano quedó tan impresionado (¿quien no?) que guardó por años una bolsa de plástico llena con nieve, que recogió en el patio de nuestra casa, en el congelador del refrigerador.
Bueno, pues hoy en la mañana que salí para el trabajo sentí sobre la piel de mi rostro y de mis manos un frío muy parecido al de aquella nevada. Y no es para menos, en Chihuahua ya nevó, y hay muchas posibilidades de que ocurra lo mismo en tierra santista.
Tengo la impresión de que el frío es bueno para los escritores; si no lo creen, solo volteen a ver a los grandes maestros rusos, alemanes e ingleses.

viernes, 4 de diciembre de 2009

Pura diversión


Cuando alguien ha encontrado, ya sea por hobby o por trabajo, aquello que lo apasiona más que cualquier otra cosa en la vida, incluso que el amor, tarde o temprano se da cuenta que todo lo que tenga que ver con su pasión le proporciona placer, diversión y en ocasiones un reto, que toma siempre con el fin de superarlo. Quien colecciona estampillas, busca los medios para hacerse de ellas, asiste a exhibiciones de otros coleccionistas, rastrea en Internet los mejores sistemas de recopilación, clasificación y cuidado de los minúsculos trozos de papel estampado y engomado. Lo mejor de todo es que todo este trabajo que se toma el coleccionista, para él no es trabajo; puede pasar horas y horas frente a sus especimenes, frente a sus nuevos hallazgos, tratando de clasificar lo más humano posible, o simplemente contemplando, la basta cantidad que posee, sin ser consciente del enorme espacio de tiempo que transcurre mientras se dedica a su pasión. Y ocurre igual con todas las pasiones del hombre y, por supuesto, de la mujer.
Mi trabajo, el que hago para tratar de ganarme el sustento diario, me divierte, pero no tanto como hace unos días. Resulta que esta semana que está por terminar, uno de los directivos de la empresa donde laboro, dio con una noticia en Internet que mencionaba el premio otorgado a uno de los coches de nuestra marca. El texto apareció en el idioma de Shakespeare, pero ese no fue obstáculo para que el alto mando lo leyera debido a que entiende y habla un buen porcentaje de inglés. Lamentablemente, aun con el avance tecnológico y multicultural que a alcanzado el mundo en la última década, muchos sabemos algo, poco o nada de inglés. El directivo no tradujo la nota para nosotros, por supuesto que no; lo más que hizo fue comentarla en una junta y proporcionarnos el escrito, pidiéndonos que cada quien la tradujera.
Mi porcentaje en el manejo de la lengua inglesa no es muy alto, pero tampoco demasiado bajo, aun así tuve que disponer del traductor de Google. Naturalmente, la herramienta del buscador más famoso del mundo tradujo todo el texto en forma literal y en el orden en que estaban escritas las palabras en inglés. Para la mayoría de mis compañeros del departamento de ventas fue como si les hubiesen dado un modelo a escala para armar, digamos…de un avión, y que al pedirle a alguien más que lo armara, ese alguien se los hubiera entregado todo patas arriba: las alas mal ensambladas, una debajo y otra encima del fuselaje; el tren de aterrizaje montado en la cola del avión, como si fuera el alerón trasero; el alerón trasero colocado en el lugar del tren de aterrizaje; la cabina del piloto montada donde va el motor con su hélice, y el motor con su hélice donde va la cabina del piloto; y en fin, un modelo capirotada en vez de un modelo a escala bien armado. Pues así fue como arrojó el texto en español el traductor de Google; y no lo culpo, pareciera como si la nota sobre el vehículo que comento la hubiera escrito con las patas un gringo que tenía los ojos vendados.
Es en este punto donde comenzó la diversión para mí; me di a la tarea de ordenar palabras y frases para que la traducción fuera coherente con lo que la noticia expresaba sobre el auto. Incluso algunas palabras las cambié por uno de sus sinónimos. Al realizar este trabajo, si se puede considerar trabajo para un enamorado de las letras, me divertí como cuando niño, y las horas se me fueron sin que me diera cuenta de su partida.
Ahora entiendo la parte de la vida de Cortázar, donde él mismo narraba que pasó mucho tiempo enclaustrado en una pensión traduciendo montañas de libros, y que fue cuando y donde se convirtió en un intelectual, un verdadero intelectual. Indudablemente fue también en esa época cuando se convirtió en el gran escritor argentino que dio vida a Rayuela.
Tal vez para mucha gente el trabajo del traductor sea aburrido y saturante, pero para mí, y puedo jurar que también para Cortázar lo fue, es pura diversión.

domingo, 22 de noviembre de 2009

Oxígeno


La publicidad y los superficiales programas televisivos nos han creado necesidades inútiles, como vestir y hablar como lo marca y remarca la moda, cambiante a cada momento; pisotear gente buscando el éxito individual a costa de lo que sea y de quien sea; conseguir pertenencias personales que nos permitan entrar en el cada vez menor círculo élite; ver, considerar y establecer al sexo como la única garantía de la felicidad en pareja, ya sea matrimonio o unión libre; darse gusto con el sexo como venga en gana, mientras se use un condón; y tantas conductas y pretensiones donde, en pocas palabras, cada quien es libre de hacer lo que quiera, sin límites morales, sin límites éticos y sin límites espirituales. En las últimas décadas, y gracias a los medios -principalmente televisión e Internet- se ha logrado confundir libertad con libertinaje, dos conceptos que, aunque parecidos, son distintos.
Nada más para que se den un quemon, el Diccionario de la Real Academia Española define la palabra Libertad como facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos; y nos da el significado de Libertinaje como desenfreno en las obras y en las palabras. ¿Qué tal, he?
La promoción del libertinaje sumada a la invasión de noticias sangrientas, donde si te acercas demasiado a los diarios, revistas o incluso al televisor corres el riesgo de que te salpiquen de sangre, va creando en nuestro subconsciente una idea de que ya todo está perdido, que más vale hacer lo que todos hacen, o al menos lo que parece que todos hacen, y dejarse llevar por la corriente de la perdidísima multitud.
Cuando este tipo de mentalidad y actitud nos invade, es bueno voltear a ver a quien o quienes si hacen las cosas bien, comprender y adoptar su ejemplo, y buscar sus consejos. Alguien a quien yo admiro mucho como escritor, como periodista y como persona es Jaime Muñoz Vargas. Sus libros, sus artículos, sus correos electrónicos y en general sus escritos, me levantan el ánimo, me proporcionan oxígeno para seguir al pie de guerra, al pie de esta lucha contra el pensamiento y las acciones de la mayoría de las personas de nuestro país y del mundo.
Y es que si no se toma consciencia del deterioro humano que sufrimos y toleramos a diario, sin darnos cuenta terminaremos por adherirnos a él, y hasta llegaremos a alimentarlo. Que mejor forma de evitar el magnetismo ambiental de lo insano, tanto para la mente como para el cuerpo, que buscar apoyo en los buenos humanistas, escritores e intelectuales, aquellos que en verdad están comprometidos con su quehacer, que es sinónimo de pasión, como Jaime Muñoz Vargas.
Y es que, si bien es difícil de creer, los humanistas, los intelectuales, los escritores son capaces de influir en el comportamiento de la gente, ya sea para bien, o para mal como en el caso de Hitler, que con su libro Mi Lucha, cambió la mentalidad -hasta la fecha- de grandes masas. No he leído, aun, el libro del Nazi número uno de la historia, pero comento el ejemplo sobre el grado tan alto de persuasión que puede tener un escrito; porque déjenme decirles que si Hitler hubiese sido humanista –sobre todo-, escritor o intelectual no hubiera quemado tantos y tantos libros, ni a tantas y tantas personas.
Del otro lado del peso tenemos a los grandes clásicos, formadores de muchos buenos pensadores y literatos en lo que va de historia, y en lo que falta por venir.
En un correo electrónico que envíe a Jaime Muñoz Vargas, le comenté que en no pocas ocasiones me asaltan preguntas como ¿Vale la pena leer o solo es una perdida de tiempo? ¿Y que hay con escribir? ¿Acaso es solo la terapia de un obsesionado con las letras que reniega del mundo que le tocó vivir? A lo que Jaime me respondió:

Es común que quienes nos dedicamos a esto nos preguntemos por el sentido de leer y escribir. La vida actual nos orilla a pensar siempre en términos utilitarios: ¿qué gano con leer y escribir? Por supuesto, no hay ganancia material visible e inmediata, así que nos desalentamos. Eso no es justo. Lo justo es pensar que leer y escribir es para algunos, algunos como nosotros, un placer. Si otros hallan goce en coleccionar estampillas, o en beber, o en comprar motos, o en cultivar plantas, o en no hacer nada, nosotros encontramos alegría en leer y escribir. Ese es nuestro máximo o uno de nuestros máximos placeres, y he allí la ganancia.
Si escribes literatura como escribes cartas, hay posibilidades en tu trabajo. Noto allí un filo literario, la voluntad del estilo. No hay que parar. Con o sin logros, uno debe pensar que esto es de lo poco que nos acarrea placer, un placer inteligente. En esto no digo nada nuevo, pues ya Reyes nos ha enseñado que la mayor aspiración de la vida, de la suya al menos, era lograr una "felicidad inteligente". Así pues, hay que aspirar a ella en la medida de nuestras capacidades y con las limitaciones de nuestro entorno.

Estas palabras de Jaime son para mí oxígeno puro, donde la pureza de este elemento químico escasea.
Los dejo con una frase que me hizo llegar mi lectora número uno: Teresa, cuyo espacio sigo (http://www.destierro-voluntario.blogspot.com/). Esta frase también me dio un abrazo cuando sentí que la depresión quería ganar terreno en mí. En las cosas que uno cree, que a uno lo apasionan, vale la pena seguir al pie de guerra.

Hoy por hoy ser un artista es un acto de fe; no reporta nada salvo la satisfacción del arte mismo.


Truman Capote

jueves, 12 de noviembre de 2009

Un hombre convencido


El hombre es como es durante toda su vida; sin embargo, al final de sus días se vuelve más espiritual, algunas veces más bondadoso y más tratable, sin importar que siempre haya sido un cabrón. Y es que, tal vez al ver el final demasiado cerca, todos -o casi todos- buscamos la redención para poder ir lo más ligeros que podamos al último viaje.
Es muy común saber a través de conocidos y familiares sobre personas que hicieron, con su existencia, un infierno la existencia de los demás, pero cuando llegaron a viejos cambiaron totalmente, mostrando una personalidad contraria a la que siempre tuvieron. Ateos se vuelven creyentes, lobos se convierten en ovejas del Señor, golpeadores en comprensivos, arrogantes y soberbios en hombres sencillos, porque el miedo al castigo eterno es más grande que las creencias, actitudes y acciones que llevaron a cabo durante la mayor parte de sus días en este mundo.
Pocos hombres, y pocas mujeres, son y siguen siendo ellos mismos hasta el último día de su vida. Uno de esos hombres es José Saramago, El Premio Novel de Literatura Portugués. Saramago cuenta con 86 años de edad, él sabe que La Catrina puede ya estar siguiendo sus pasos; es por ello que está decidido a dedicar todo lo que le reste de vida a la producción y promoción de su obra literaria. Los botones que sirven de muestra para esta afirmación son sus últimas dos novelas: El viaje del elefante y Caín. La primera salió al mercado mundial hace un año; la segunda aun está calientita, recién orneada, tiene días que comenzó a distribuirse por el orbe, Saramago ya la ha presentado, y la sigue presentando, en varios lugares de Europa. Es precisamente por Caín que Saramago vuelve a crear polémica en los diferentes círculos de creyentes, como ya lo había hecho cuando publicó El Evangelio según Jesucristo; esta novela le granjeó el veto para su presentación al Premio Literario Europeo de ese año por parte del Gobierno Portugués, motivo por el cual, y como protesta, Saramago se fue a vivir a la isla española de Lanzarote, donde reside actualmente.
Y es que al literato portugués no le basta con escribir novelas con temas religiosos y con críticas que alborotan a los círculos más conservadores, sobre todo dentro de la Iglesia Católica y la oposición conservadora de su país, donde un eurodiputado, desde su blog, pidió a Saramago, que renuncie a su nacionalidad portuguesa. El autor de Ensayo sobre la ceguera, en las más recientes presentaciones de su último libro, ha hecho declaraciones y comentarios que encienden todavía más los ánimos contrarios y que si estuviéramos en la Edad Media, avivarían más el fuego de la pira a la que seguramente ya lo habrían condenado.
Al igual que cuando escribí, hace unos posts, sobre la censura a la novela Memoria de mis putas tristes del Gabo, creo que Saramago está en su derecho de ser ateo y ejercer su libertad de expresión. ¿Por qué tenemos que escandalizarnos con las novelas que van en contra de nuestras creencias? Eso no es nada nuevo. A estas alturas de la historia, los neo-inquisidores ya deberían de haber aprendido que cuando censuran y condenan una obra literaria, lo único que logran es promover más el libro y crear más curiosidad en las personas que quizás, de no haber sido por ellos, nunca se habrían enterado de nada.
Algo muy parecido ocurrió con El Código Da Vinci, de Dan Brown, los grupos de religiosos católicos más conservadores lo censuraron y pidieron a los creyentes que no leyeran el libro. ¿Y que logró esto? Claro, todo lo contrario: la novela policíaca protagonizada por Robert Langdon se convirtió en bestseller mundial, vendiendo más de 40 millones de copias en todo el mundo.
Saramago es un ateo convencido, a su edad -como menciono al principio de este post- es más práctico, más sencillo y más necesario ser creyente. Sin embargo, el Novel Portugués, en una de sus presentaciones, dijo: “nosotros hemos inventado a un dios a nuestra imagen y semejanza, no al revés, y por eso es tan cruel, porque nosotros somos crueles y no sabemos inventarnos algo mejor. El hombre inventó a dios y luego se esclavizó a su ley”.
Ahora, esto de no creer en un ser superior y gritarlo a los cuatro vientos no es nada nuevo. Desgraciadamente en muchos lugares del mundo, entre ellos México, nos escandaliza, indigna y ofende que alguien cuestione lo que nuestra fe abraza como verdadero. Hagamos memoria del ex abad Guillermo Schulenberg, encargado de la Basílica de Guadalupe, fallecido este año, quien hace poco más de dos lustros declaró que el milagro guadalupano era mentira, que Juan Diego no existió y que la imagen de la Virgen de Guadalupe era obra del hombre, más en especifico de un habitante de las tierras aztecas de por aquellos años donde la evangelización estaba dándose, se quisiera o no, a toda la población de la Nueva España y de todo lo que hoy es Latinoamérica. Les puedo asegurar que, si ustedes son creyentes -y además guadalupanos de corazón-, habrían querido linchar al responsable de estas declaraciones blasfemas; y si fuera posible achicharrarlo en la hoguera ¿No se cerciorarían ustedes mismo de que se cumpliera su ejecución al pie de la letra, y a lo mejor hasta más leña verde arrojarían al fuego con tal de que quedara bien cocido el pobre infeliz que no hizo otra cosa que dar a conocer su punto de vista o sus verdaderas creencias?
Díganme ¿Quién se detuvo a pensar en las afirmaciones del indiscreto abad? ¿Quién se preocupó por investigar datos científicos e históricos sobre las apariciones de la Virgen de Guadalupe? Pudiera asegurarles que nadie, o tal vez solo uno que otro apegado a la curiosidad y a buscar la verdad.
A mí no me da pena, mucho menos vergüenza, admitir que soy un católico creyente, aunque poco practicante debido a que rara vez voy a misa y no participo en ninguna de las diferentes actividades religiosas que lleva a cabo la Iglesia Católica. ¿Y que porque soy creyente? Bueno, porque cuando he solicitado ayuda de arriba si he obtenido respuesta.
Así como agradezco y abrazo mi derecho a ser creyente, también los demás tienen el derecho a ser ateos; ellos sabrán ¿No?

lunes, 2 de noviembre de 2009

Día de Muertos


El día de hoy hizo honor a su nombre: estuvo muerto. Las calles, como pocas veces, carecieron del tráfico brutal que las invade a diario, donde cruzar de una acera a otra, más si se trata de un bulevar, es toda una aventura temeraria, y hasta suicida.
Es increíble la cantidad de movimiento y actividad que producen las escuelas de los diferentes niveles académicos, desde el jardín de niños hasta la universidad. Este lunes fue inhábil, según lo marca el calendario escolar de la SEP en el Estado de Coahuila; agreguemos que mucha gente no visita los panteones durante el año más que el dos de noviembre, que mucha gente no trabajó, sobre todo en las oficinas gubernamentales; todo junto nos dio una ciudad en reposo, en un reposo mayor que el que se da los domingos.
En años pasados solo trabajamos medio día en la empresa, para eso de las dos o tres de la tarde ya éramos libres como pájaros cada Día de Muertos. Este año fue diferente: tuvimos que presentarnos en la oficina también por la tarde, aunque la mayor parte de nosotros no tuviéramos más actividad que vernos las caras, platicar los unos con los otros y hacer como que trabajábamos. El negocio se solidarizó con los festejados: estuvo muerto desde la apertura hasta el cierre, de las nueve de la mañana a las siete de la tarde; ni siquiera un triste despistado dirigió sus pasos hacia la sala de ventas. Quizás en los demás departamentos si hubo trabajo, como en el caso de contabilidad, sistemas, seguridad y limpieza, áreas donde raramente no hay algo que hacer; pero en ventas es totalmente diferente.
No me gusta ser trágico, negativo o poco entusiasta, pero es tan simple como que hay o no hay clientes; esto último gobernó el día de hoy, a eso se suma el manto oscuro de la crisis económica, que nos sigue cubriendo, no cede y al parecer no tiene contemplado ceder, no al menos para México.

Homenaje a Edgar Allan Poe


Anoche no podía conciliar el sueño, no se porque razón o porque razones, pero mi cuerpo se negaba a caer en la inconsciencia reparadora de dormir. Así que, no quedándome más remedio, me dirigí a la sala de la casa, saqué mi Laptop, la encendí y busqué en la carpeta Libros Digitales de Mis Documentos el archivo llamado Poe Edgar Allan - Cuentos Completos (Trad. Julio Cortázar), y lo abrí. Sí, así es, se trata de la obra cuentística completa de Poe, traducida por Julio Cortázar. En algún lugar, en alguna biografía del autor de Rayuela, en algún periódico (la verdad no recuerdo donde) leí que la crítica, una de las críticas formadas por los más sesudos intelectuales y literatos, reconoció que la traducción de la obra de Poe al idioma de Cervantes por Cortázar es la mejor y la más completa.
Al revisar las páginas del libro digital de Poe, mis ojos dieron con dos de sus primeros cuentos: Sombra y Berenice. Los transcribo en este humilde espacio como un homenaje a Edgar Allan Poe, maestro del relato corto y del terror. Ah, y aunque estos cuentos están bastante espeluznantes, después de leerlos si pude dormir, aunque sin dejar de pensar y soñar con las imágenes que suscitaron en mi mente durante su lectura.


Sombra
Parábola


Sí, aunque marcho por el valle de la Sombra.
(Salmo de David, XXIII
)


Vosotros los que leéis aún estáis entre los vivos; pero yo, el que escribe, habré entrado hace mucho en la región de las sombras. Pues en verdad ocurrirán muchas cosas, y se sabrán cosas secretas, y pasarán muchos siglos antes de que los hombres vean este escrito. Y, cuando lo hayan visto, habrá quienes no crean en él, y otros dudarán, mas unos pocos habrá que encuentren razones para meditar frente a los caracteres aquí grabados con un estilo de hierro.
El año había sido un año de terror y de sentimientos más intensos que el terror, para los cuales no hay nombre sobre la tierra. Pues habían ocurrido muchos prodigios y señales, y a lo lejos y en todas partes, sobre el mar y la tierra, se cernían las negras alas de la peste. Para aquellos versados en la ciencia de las estrellas, los cielos revelaban una faz siniestra; y para mí, el griego Oinos, entre otros, era evidente que ya había llegado la alternación de aquel año 794, en el cual, a la entrada de Aries, el planeta Júpiter queda en conjunción con el anillo rojo del terrible Saturno. Si mucho no me equivoco, el especial espíritu del cielo no sólo se manifestaba en el globo físico de la tierra, sino en las almas, en la imaginación y en las meditaciones de la humanidad.
En una sombría ciudad llamada Ptolemáis, en un noble palacio, nos hallábamos una noche siete de nosotros frente a los frascos del rojo vino de Chíos. Y no había otra entrada a nuestra cámara que una alta puerta de bronce; y aquella puerta había sido fundida por el artesano Corinnos, y, por ser de raro mérito, se la aseguraba desde dentro. En el sombrío aposento, negras colgaduras alejaban de nuestra vista la luna, las cárdenas estrellas y las desiertas calles; pero el presagio y el recuerdo del Mal no podían ser excluidos. Estábamos rodeados por cosas que no logro explicar distintamente; cosas materiales y espirituales, la pesadez de la atmósfera, un sentimiento de sofocación, de ansiedad; y por, sobre todo, ese terrible estado de la existencia que alcanzan los seres nerviosos cuando los sentidos están agudamente vivos y despiertos, mientras las facultades yacen amodorradas. Un peso muerto nos agobiaba. Caía sobre los cuerpos, los muebles, los vasos en que bebíamos; todo lo que nos rodeaba cedía a la depresión y se hundía; todo menos las llamas de las siete lámparas de hierro que iluminaban nuestra orgía. Alzándose en altas y esbeltas líneas de luz, continuaban ardiendo, pálidas e inmóviles; y en el espejo que su brillo engendraba en la redonda mesa de ébano a la cual nos sentábamos, cada uno veía la palidez de su propio rostro y el inquieto resplandor en las abatidas miradas de sus compañeros. Y, sin embargo, reíamos y nos alegrábamos a nuestro modo —lleno de histeria—, y cantábamos las canciones de Anacreonte —llenas de locura—, y bebíamos copiosamente, aunque el purpúreo vino nos recordaba la sangre. Porque en aquella cámara había otro de nosotros en la persona del joven Zoilo. Muerto y amortajado yacía tendido cuan largo era, genio y demonio de la escena. ¡Ay, no participaba de nuestro regocijo! Pero su rostro, convulsionado por la plaga, y sus ojos, donde la muerte sólo había apagado a medias el fuego de la pestilencia, parecían interesarse en nuestra alegría, como quizá los muertos se interesan en la alegría de los que van a morir. Mas aunque yo, Oinos, sentía que los ojos del muerto estaban fijos en mí, me obligaba a no percibir la amargura de su expresión, y mientras contemplaba fijamente las profundidades del espejo de ébano, cantaba en voz alta y sonora las canciones del hijo de Teos.
Poco a poco, sin embargo, mis canciones fueron callando y sus ecos, perdiéndose entre las tenebrosas colgaduras de la cámara, se debilitaron hasta volverse inaudibles y se apagaron del todo. Y he aquí que de aquellas tenebrosas colgaduras, donde se perdían los sonidos de la canción, se desprendió una profunda e indefinida sombra, una sombra como la que la luna, cuando está baja, podría extraer del cuerpo de un hombre; pero ésta no era la sombra de un hombre o de un dios, ni de ninguna cosa familiar. Y, después de temblar un instante, entre las colgaduras del aposento, quedó, por fin, a plena vista sobre la superficie de la puerta de bronce. Mas la sombra era vaga e informe, indefinida, y no era la sombra de un hombre o de un dios, ni un dios de Grecia, ni un dios de Caldea, ni un dios egipcio. Y la sombra se detuvo en la entrada de bronce, bajo el arco del entablamento de la puerta, y sin moverse, sin decir una palabra, permaneció inmóvil. Y la puerta donde estaba la sombra, si recuerdo bien, se alzaba frente a los pies del joven Zoilo amortajado. Mas nosotros, los siete allí congregados, al ver cómo la sombra avanzaba desde las colgaduras, no nos atrevimos a contemplarla de lleno, sino que bajamos los ojos y miramos fijamente las profundidades del espejo de ébano. Y al final yo, Oinos, hablando en voz muy baja, pregunté a la sombra cuál era su morada y su nombre. Y la sombra contestó: «Yo soy SOMBRA, y mi morada está al lado de las catacumbas de Ptolemáis, y cerca de las oscuras planicies de Clíseo, que bordean el impuro canal de Caronte.»
Y entonces los siete nos levantamos llenos de horror y permanecimos de pie temblando, estremecidos, pálidos; porque el tono de la voz de la sombra no era el tono de un solo ser, sino el de una multitud de seres, y, variando en sus cadencias de una sílaba a otra, penetraba oscuramente en nuestros oídos con los acentos familiares y harto recordados de mil y mil amigos muertos.



Dicebant mihi sodales, si sepulchrum amicae visitarem, curas meas aliquantulum fore levatas.
(Ebn Zaiat)


La desdicha es diversa. La desgracia cunde multiforme sobre la tierra. Desplegada sobre el ancho horizonte como el arco iris, sus colores son tan variados como los de éste y también tan distintos y tan íntimamente unidos. ¡Desplegada sobre el ancho horizonte como el arco iris! ¿Cómo es que de la belleza he derivado un tipo de fealdad; de la alianza y la paz, un símil del dolor? Pero así como en la ética el mal es una consecuencia del bien, así, en realidad, de la alegría nace la pena. O la memoria de la pasada beatitud es la angustia de hoy, o las agonías que son se originan en los éxtasis que pudieron haber sido.
Mi nombre de pila es Egaeus; no mencionaré mi apellido. Sin embargo, no hay en mi país torres más venerables que mi melancólica y gris heredad. Nuestro linaje ha sido llamado raza de visionarios, y en muchos detalles sorprendentes, en el carácter de la mansión familiar, en los frescos del salón principal, en las colgaduras de los dormitorios, en los relieves de algunos pilares de la sala de armas, pero especialmente en la galería de cuadros antiguos, en el estilo de la biblioteca y, por último, en la peculiarísima naturaleza de sus libros, hay elementos más que suficientes para justificar esta creencia.
Los recuerdos de mis primeros años se relacionan con este aposento y con sus volúmenes, de los cuales no volveré a hablar. Allí murió mi madre. Allí nací yo. Pero es simplemente ocioso decir que no había vivido antes, que el alma no tiene una existencia previa. ¿Lo negáis? No discutiremos el punto. Yo estoy convencido, pero no trato de convencer. Hay, sin embargo, un recuerdo de formas aéreas, de ojos espirituales y expresivos, de sonidos musicales, aunque tristes, un recuerdo que no será excluido, una memoria como una sombra, vaga, variable, indefinida, insegura, y como una sombra también en la imposibilidad de librarme de ella mientras brille el sol de mi razón.
En ese aposento nací. Al despertar de improviso de la larga noche de eso que parecía, sin serlo, la no-existencia, a regiones de hadas, a un palacio de imaginación, a los extraños dominios del pensamiento y la erudición monásticos, no es raro que mirara a mi alrededor con ojos asombrados y ardientes, que malgastara mi infancia entre libros y disipara mi juventud en ensoñaciones; pero sí es raro que transcurrieran los años y el cenit de la virilidad me encontrara aún en la mansión de mis padres; sí, es asombrosa la paralización que subyugó las fuentes de mi vida, asombrosa la inversión total que se produjo en el carácter de mis pensamientos más comunes. Las realidades terrenales me afectaban como visiones, y sólo como visiones, mientras las extrañas ideas del mundo de los sueños se tornaron, en cambio, no en pasto de mi existencia cotidiana, sino realmente en mi sola y entera existencia.
Berenice y yo éramos primos y crecimos juntos en la heredad paterna. Pero crecimos de distinta manera: yo, enfermizo, envuelto en melancolía; ella, ágil, graciosa, desbordante de fuerzas; suyos eran los paseos por la colina; míos, los estudios del claustro; yo, viviendo encerrado en mí mismo y entregado en cuerpo y alma a la intensa y penosa meditación; ella, vagando despreocupadamente por la vida, sin pensar en las sombras del camino o en la huida silenciosa de las horas de alas negras.
¡Berenice! Invoco su nombre... ¡Berenice! Y de las grises ruinas de la memoria mil tumultuosos recuerdos se conmueven a este sonido. ¡Ah, vívida acude ahora su imagen ante mí, como en los primeros días de su alegría y de su dicha! ¡Ah, espléndida y, sin embargo, fantástica belleza! ¡Oh sílfide entre los arbustos de Arnheim! ¡Oh náyade entre sus fuentes! Y entonces, entonces todo es misterio y terror, y una historia que no debe ser relatada. La enfermedad —una enfermedad fatal— cayó sobre ella como el simún, y mientras yo la observaba, el espíritu de la transformación la arrasó, penetrando en su mente, en sus hábitos y en su carácter, y de la manera más sutil y terrible llegó a perturbar su identidad. ¡Ay! El destructor iba y venía, y la víctima, ¿dónde estaba? Yo no la conocía o, por lo menos, ya no la reconocía como Berenice.
Entre la numerosa serie de enfermedades provocadas por la primera y fatal, que ocasionó una revolución tan horrible en el ser moral y físico de mi prima, debe mencionarse como la más afligente y obstinada una especie de epilepsia que terminaba no rara vez en catalepsia, estado muy semejante a la disolución efectiva y de la cual su manera de recobrarse era, en muchos casos, brusca y repentina. Entretanto, mi propia enfermedad —pues me han dicho que no debo darle otro nombre—, mi propia enfermedad, digo, crecía rápidamente, asumiendo, por último, un carácter monomaniaco de una especie nueva y extraordinaria, que ganaba cada vez más vigor y, al fin obtuvo sobre mí un incomprensible ascendiente. Esta monomanía si así debo llamarla, consistía en una irritabilidad morbosa de esas propiedades de la mente que la ciencia psicológica designa con la palabra atención. Es más que probable que no se me entienda; pero temo, en verdad, que no haya manera posible de proporcionar a la inteligencia del lector corriente una idea adecuada de esa nerviosa intensidad del interés con que en mi caso las facultades de meditación (por no emplear términos técnicos) actuaban y se sumían en la contemplación de los objetos del universo, aun de los más comunes.
Reflexionar largas horas, infatigable, con la atención clavada en alguna nota trivial, al margen de un libro o en su tipografía; pasar la mayor parte de un día de verano absorto en una sombra extraña que caía oblicuamente sobre el tapiz o sobre la puerta; perderme durante toda una noche en la observación de la tranquila llama de una lámpara o los rescoldos del fuego; soñar días enteros con el perfume de una flor; repetir monótonamente alguna palabra común hasta que el sonido, por obra de la frecuente repetición, dejaba de suscitar idea alguna en la mente; perder todo sentido de movimiento o de existencia física gracias a una absoluta y obstinada quietud, largo tiempo prolongada; tales eran algunas de las extravagancias más comunes y menos perniciosas provocadas por un estado de las facultades mentales, no único, por cierto, pero sí capaz de desafiar todo análisis o explicación.
Mas no se me entienda mal. La excesiva, intensa y mórbida atención así excitada por objetos triviales en sí mismos no debe confundirse con la tendencia a la meditación, común a todos los hombres, y que se da especialmente en las personas de imaginación ardiente. Tampoco era, como pudo suponerse al principio, un estado agudo o una exageración de esa tendencia, sino primaria y esencialmente distinta, diferente. En un caso, el soñador o el fanático, interesado en un objeto habitualmente no trivial, lo pierde de vista poco a poco en una multitud de deducciones y sugerencias que de él proceden, hasta que, al final de un ensueño colmado a menudo de voluptuosidad, el incitamentum o primera causa de sus meditaciones desaparece en un completo olvido. En mi caso, el objeto primario era invariablemente trivial, aunque asumiera, a través del intermedio de mi visión perturbada, una importancia refleja, irreal. Pocas deducciones, si es que aparecía alguna, surgían, y esas pocas retornaban tercamente al objeto original como a su centro. Las meditaciones nunca eran placenteras, y al cabo del ensueño, la primera causa, lejos de estar fuera de vista, había alcanzado ese interés sobrenaturalmente exagerado que constituía el rasgo dominante del mal. En una palabra: las facultades mentales más ejercidas en mi caso eran, como ya lo he dicho, las de la atención, mientras en el soñador son las de la especulación.
Mis libros, en esa época, si no servían en realidad para irritar el trastorno, participaban ampliamente, como se comprenderá, por su naturaleza imaginativa e inconexa, de las características peculiares del trastorno mismo. Puedo recordar, entre otros, el tratado del noble italiano Coelius Secundus Curio De Amplitudine Beati Regni dei, la gran obra de San Agustín La ciudad de Dios, y la de Tertuliano, De Carne Christi, cuya paradójica sentencia: Mortuus est Deifilius; credibili est quia ineptum est: et sepultas resurrexit; certum est quia impossibili est, ocupó mi tiempo íntegro durante muchas semanas de laboriosa e inútil investigación.
Se verá, pues, que, arrancada de su equilibrio sólo por cosas triviales, mi razón semejaba a ese risco marino del cual habla Ptolomeo Hefestión, que resistía firme los ataques de la violencia humana y la feroz furia de las aguas y los vientos, pero temblaba al contacto de la flor llamada asfódelo. Y aunque para un observador descuidado pueda parecer fuera de duda que la alteración producida en la condición moral de Berenice por su desventurada enfermedad me brindaría muchos objetos para el ejercicio de esa intensa y anormal meditación, cuya naturaleza me ha costado cierto trabajo explicar, en modo alguno era éste el caso. En los intervalos lúcidos de mi mal, su calamidad me daba pena, y, muy conmovido por la ruina total de su hermosa y dulce vida, no dejaba de meditar con frecuencia, amargamente, en los prodigiosos medios por los cuales había llegado a producirse una revolución tan súbita y extraña. Pero estas reflexiones no participaban de la idiosincrasia de mi enfermedad, y eran semejantes a las que, en similares circunstancias, podían presentarse en el común de los hombres. Fiel a su propio carácter, mi trastorno se gozaba en los cambios menos importantes, pero más llamativos, operados en la constitución física de Berenice, en la singular y espantosa distorsión de su identidad personal.
En los días más brillantes de su belleza incomparable, seguramente no la amé. En la extraña anomalía de mi existencia, los sentimientos en mí nunca venían del corazón, y las pasiones siempre venían de la inteligencia. A través del alba gris, en las sombras entrelazadas del bosque a mediodía y en el silencio de mi biblioteca por la noche, su imagen había flotado ante mis ojos y yo la había visto, no como una Berenice viva, palpitante, sino como la Berenice de un sueño; no como una moradora de la tierra, terrenal, sino como su abstracción; no como una cosa para admirar, sino para analizar; no como un objeto de amor, sino como el tema de una especulación tan abstrusa cuanto inconexa. Y ahora, ahora temblaba en su presencia y palidecía cuando se acercaba; sin embargo, lamentando amargamente su decadencia y su ruina, recordé que me había amado largo tiempo, y, en un mal momento, le hablé de matrimonio.
Y al fin se acercaba la fecha de nuestras nupcias cuando, una tarde de invierno —en uno de estos días intempestivamente cálidos, serenos y brumosos que son la nodriza de la hermosa Alción[1] —, me senté, creyéndome solo, en el gabinete interior de la biblioteca. Pero alzando los ojos vi, ante mí, a Berenice.
¿Fue mi imaginación excitada, la influencia de la atmósfera brumosa, la luz incierta, crepuscular del aposento, o los grises vestidos que envolvían su figura, los que le dieron un contorno tan vacilante e indefinido? No sabría decirlo. No profirió una palabra y yo por nada del mundo hubiera sido capaz de pronunciar una sílaba. Un escalofrío helado recorrió mi cuerpo; me oprimió una sensación de intolerable ansiedad; una curiosidad devoradora invadió mi alma y, reclinándome en el asiento, permanecí un instante sin respirar, inmóvil, con los ojos clavados en su persona. ¡Ay! Su delgadez era excesiva, y ni un vestigio del ser primitivo asomaba en una sola línea del contorno. Mis ardorosas miradas cayeron, por fin, en su rostro. La frente era alta, muy pálida, singularmente plácida; y el que en un tiempo fuera cabello de azabache caía parcialmente sobre ella sombreando las hundidas sienes con innumerables rizos, ahora de un rubio reluciente, que por su matiz fantástico discordaban por completo con la melancolía dominante de su rostro. Sus ojos no tenían vida ni brillo y parecían sin pupilas, y esquivé involuntariamente su mirada vidriosa para contemplar los labios, finos y contraídos. Se entreabrieron, y en una sonrisa de expresión peculiar los dientes de la cambiada Berenice se revelaron lentamente a mis ojos. ¡Ojalá nunca los hubiera visto o, después de verlos, hubiese muerto!
El golpe de una puerta al cerrarse me distrajo y, alzando la vista, vi que mi prima había salido del aposento. Pero del desordenado aposento de mi mente, ¡ay!, no había salido ni se apartaría el blanco y horrible espectro de los dientes. Ni un punto en su superficie, ni una sombra en el esmalte, ni una melladura en el borde hubo en esa pasajera sonrisa que no se grabara a fuego en mi memoria. Los vi entonces con más claridad que un momento antes. ¡Los dientes! ¡Los dientes! Estaban aquí y allí y en todas partes, visibles y palpables, ante mí; largos, estrechos, blanquísimos, con los pálidos labios contrayéndose a su alrededor, como en el momento mismo en que habían empezado a distenderse. Entonces sobrevino toda la furia de mi monomanía y luché en vano contra su extraña e irresistible influencia. Entre los múltiples objetos del mundo exterior no tenía pensamientos sino para los dientes. Los ansiaba con un deseo frenético. Todos los otros asuntos y todos los diferentes intereses se absorbieron en una sola contemplación. Ellos, ellos eran los únicos presentes a mi mirada mental, y en su insustituible individualidad llegaron a ser la esencia de mi vida intelectual.
Los observé a todas las luces. Les hice adoptar todas las actitudes. Examiné sus características. Estudié sus peculiaridades. Medité sobre su conformación. Reflexioné sobre el cambio de su naturaleza. Me estremecía al asignarles en imaginación un poder sensible y consciente, y aun, sin la ayuda de los labios, una capacidad de expresión moral. Se ha dicho bien de mademoiselle Sallé que tous ses pas étaient des sentiments, y de Berenice yo creía con la mayor seriedad que toutes ses dents étaient des idées. Des idées! ¡Ah, este fue el insensato pensamiento que me destruyó! Des idées! ¡Ah, por eso era que los codiciaba tan locamente! Sentí que sólo su posesión podía devolverme la paz, restituyéndome a la razón.
Y la tarde cayó sobre mí, y vino la oscuridad, duró y se fue, y amaneció el nuevo día, y las brumas de una segunda noche se acumularon y yo seguía inmóvil, sentado en aquel aposento solitario; y seguí sumido en la meditación, y el fantasma de los dientes mantenía su terrible ascendiente como si, con la claridad más viva y más espantosa, flotara entre las cambiantes luces y sombras del recinto. Al fin, irrumpió en mis sueños un grito como de horror y consternación, y luego, tras una pausa, el sonido de turbadas voces, mezcladas con sordos lamentos de dolor y pena. Me levanté de mi asiento y, abriendo de par en par una de las puertas de la biblioteca, vi en la antecámara a una criada deshecha en lágrimas, quien me dijo que Berenice ya no existía. Había tenido un acceso de epilepsia por la mañana temprano, y ahora, al caer la noche, la tumba estaba dispuesta para su ocupante y terminados los preparativos del entierro.
Me encontré sentado en la biblioteca y de nuevo solo. Me parecía que acababa de despertar de un sueño confuso y excitante. Sabía que era medianoche y que desde la puesta del sol Berenice estaba enterrada. Pero del melancólico período intermedio no tenía conocimiento real o, por lo menos, definido. Sin embargo, su recuerdo estaba repleto de horror, horror más horrible por lo vago, terror más terrible por su ambigüedad. Era una página atroz en la historia de mi existencia, escrita toda con recuerdos oscuros, espantosos, ininteligibles. Luché por descifrarlos, pero en vano, mientras una y otra vez, como el espíritu de un sonido ausente, un agudo y penetrante grito de mujer parecía sonar en mis oídos. Yo había hecho algo. ¿Qué era? Me lo pregunté a mí mismo en voz alta, y los susurrantes ecos del aposento me respondieron: ¿Qué era?
En la mesa, a mi lado, ardía una lámpara, y había junto a ella una cajita. No tenía nada de notable, y la había visto a menudo, pues era propiedad del médico de la familia. Pero, ¿cómo había llegado allí, a mi mesa, y por qué me estremecí al mirarla? Eran cosas que no merecían ser tenidas en cuenta, y mis ojos cayeron, al fin, en las abiertas páginas de un libro y en una frase subrayada: Dicebant mihi sedales si sepulchrum amicae visitarem, curas meas aliquantulum fore levatas. ¿Por qué, pues, al leerlas se me erizaron los cabellos y la sangre se congeló en mis venas?
Entonces sonó un ligero golpe en la puerta de la biblioteca y, pálido como un habitante de la tumba, entró un criado de puntillas. Había en sus ojos un violento terror y me habló con voz trémula, ronca, ahogada. ¿Qué dijo? Oí algunas frases entrecortadas. Hablaba de un salvaje grito que había turbado el silencio de la noche, de la servidumbre reunida para buscar el origen del sonido, y su voz cobró un tono espeluznante, nítido, cuando me habló, susurrando, de una tumba violada, de un cadáver desfigurado, sin mortaja y que aún respiraba, aún palpitaba, aún vivía.
Señaló mis ropas: estaban manchadas de barro, de sangre coagulada. No dije nada; me tomó suavemente la mano: tenía manchas de uñas humanas. Dirigió mi atención a un objeto que había contra la pared; lo miré durante unos minutos: era una pala. Con un alarido salté hasta la mesa y me apoderé de la caja. Pero no pude abrirla, y en mi temblor se me deslizó de la mano, y cayó pesadamente, y se hizo añicos; y de entre ellos, entrechocándose, rodaron algunos instrumentos de cirugía dental, mezclados con treinta y dos objetos pequeños, blancos, marfilinos, que se desparramaron por el piso.


[1] Pues como Júpiter, durante el invierno, da por dos veces siete días de calor, los hombres han llamado a este tiempo clemente y templado, la nodriza de la hermosa Alción (Simónides).

jueves, 29 de octubre de 2009

Halloween o Día de Muertos


En innumerables ocasiones he escuchado, de las personas de mayor edad, las quejas sin solución en torno a que en México los niños prefieren disfrazarse de seres que hasta a los adultos nos dan miedo y gustan de salir a pedir dulces, chocolates, golosinas, frutas y todo lo que la gente quiera dar la noche del día último de octubre, en vez de celebrar el dos de noviembre; o sea que para los niños resulta más atractivo Halloween o la noche de brujas que el tradicional Día de Muertos. Y no los culpo, la verdad que hasta para los adultos jóvenes como uno es divertido organizar un buen pachangón con amigos, o familiares, o conocidos, o todos ellos juntos, y ser otro a través de un disfraz, que sirve de licencia para transformarse en monstruo, súper héroe, alienígena o hasta Michael Jackson por una noche; unas buenas bebidas, una buena cena y unos apetecibles postres no pueden faltar.
Ahora, si volteamos a ver nuestras costumbres, el Día de Muertos se me hace también algo muy padre, algo muy bonito, no importa que suene cursi o hasta gay. Todo esto de preparar y montar un altar de muertos para los seres queridos que se nos adelantaron a conocer que hay en el más allá, me parece una buena forma de preservar su memoria y de seguirles demostrando cuanto los queríamos mientras estuvieron con nosotros, cuanto los extrañamos y cuanto los seguimos queriendo. Las comidas que se preparan para este fin y para la persona que, según la tradición, tiene permiso de visitar nuevamente este mundo la noche del Día de Muertos, son exquisitas; esto sin mencionar el Pan de Muerto con chocolate o champurrado, las frutas secas y cristalizadas, las cañas, y por supuesto el buen café con piquete.
Como buen amante de las letras, para estas fechas -y más en las noches frías y oscuras como calabozo medieval- se me antoja leer los relatos de Edgar Allan Poe y H.P. Lovecraft; las novelas de Bram Stoker, Stephen King y Anne Rice; y no puede faltar Pedro Páramo de Juan Rulfo. Para el que aun no haya leído la magnánima novela de Rulfo (lo que es imperdonable), trata de un pueblo habitado por animas, y en sí la novela es narrada por animas, incluso en algunos pasajes las voces, o los murmullos, salen desde el ataúd dentro de la mismísima tumba. Pedro Páramo es una tremenda opción para este Día de Muertos; es más, hasta para pasar a gusto Halloween y terminar de leerla, si no se es un lector rápido, el dos de noviembre, ya que no pasa de cien o ciento diez páginas, pero que páginas. El Gabo cuenta que leyó y releyó Pedro Páramo en una misma noche, y desde entonces se convirtió en admirador de Rulfo.
También en estos días nace en mí la inquietud de escribir cuentos de terror, misterio, horror, cosas espeluznantes, algo que haga florecer el miedo que todos llevamos dentro y que algunos ocultan muy bien, otros no tanto. El riesgo que corro es el de no dormir hasta que concluya mi relato, o sea que tal vez permanezca despierto desde la noche de los disfraces hasta el día del altar.
El séptimo arte tiene muy buenos filmes para que uno no pueda dormir y se nos estremezca todo al oír el más mínimo ruido. Una película muy buena que siempre recuerdo es Los Otros (The Others, 2001), protagonizada por Nicole Kidman, donde ella demuestra que es una excelente actriz. La historia trata de una madre que se va a vivir, junto con sus dos hijos -un niño y una niña-, a un caserón ubicado en la isla de Jersey. A partir de que unos sirvientes llegan al lugar para ofrecer su trabajo, comienzan a ocurrir cosas raras: la niña ve gente extraña que los demás no pueden ver, un piano que hay en una habitación cerrada comienza a tocarse solo, las puertas se abren y se cierran solas, y otros tantos sucesos que ponen la piel de gallina. El final es indescriptible. Otro peliculón que cae como anillo al dedo en estos días es El orfanato (2007), producción cinematográfica española protagonizada por la actriz Belén Rueda en el papel de Laura. Y aunque cuando vi la película todo el tiempo estuve al borde del asiento, con el corazón dando de brincos y los escalofríos nunca cedieron, el final me hizo soltar las de cocodrilo.
Una humilde sugerencia de quien esto escribe: ¿Por qué no celebras ambas fechas, ambos eventos, ambas costumbres? Así te la pasas de reventón tenebroso y macabro en Halloween y recuerdas a los seres queridos que ya no están con nosotros admirando y, porqué no, si quieres hasta montando un colorido y surtido altar de muertos.
Que estos terroríficos días los espantos no falten y, sobre todo, que te diviertas como loco.

miércoles, 21 de octubre de 2009

El optimismo de un buen escritor


No son pocas las ocasiones en que me he promulgado alérgico a los oradores y a los libros que deifican, sustentan y promueven la superación personal. Algunos autores sobre el tema citan a Ralph Waldo Emerson (1803-1882). Hace unos días, mientras me encontraba navegando en Internet en busca de algunas bibliotecas virtuales, me topé con dos libros de Emerson; la curiosidad me obligó a bajarlos casi en forma mecánica y resulta que ya leí uno de ellos, titulado Confía en ti mismo. En cuanto empecé a recorrer las líneas de la primera página del libro con mi mirada, quedé hechizado con la prosa ensayística de Emerson.
El mazazo no solo fue directo a mi cabeza, sino también directo a mi orgullo, tonto orgullo de buen lector que a veces me ciega sin permitirme descubrir a los buenos escritores que se esconden detrás de algún estereotipo literario bestselleriano, comercial, poco conocido, o de superación personal, como es el caso de este escritor norteamericano.
Los buenos escritores, que digo buenos, los excelentes y entrañables escritores producen obras que el tiempo no degrada; así transcurran años, décadas, siglos o milenios (como ocurre con los griegos) los conceptos, los pensamientos, las tramas, la filosofía y las situaciones solo cambian de época y de paisaje, pero no de valor, parece que fueron escritas el día de ayer.
Emerson destacó como escritor, filósofo, poeta y orador; entre sus amistades estuvieron John Stuart Mill, Thomas Carlyle, Max Müller, Henry David Thoreau y Walt Whitman. Emerson mereció las alabanzas de Friedrich Nietzsche y otros pensadores, y es considerado uno de los primeros ensayistas norteamericanos.
Es inevitable que cada generación piense que tiempos pasados fueron mejores, que nunca hubo una violencia tan cruenta y encarnizada como ahora, que la crisis de dimensiones inabarcables que padecemos en estos días y en todas partes no tuvo igual en el pasado, y que antes era más sencilla y fácil la existencia del hombre. ¿Así habrá sido? No podemos saberlo a ciencia cierta por nosotros mismos, pero podemos darnos una idea por los periódicos, la literatura y otras manifestaciones del arte de tiempos remotos y hasta inmemoriales, y que han llegado a nuestros días, como La Iliada y La Odisea de Homero.
Ralph Waldo Emerson es un escritor optimista que vale la pena leer, más aun en estos días bañados de púrpura y acompañados por una apatía colectiva.
Aquí está un trozo del comienzo de Confía en ti mismo, para que puedan atestiguar el valor, la vigencia y la pulida prosa en los ensayos de Emerson.



Confía en ti mismo
Ralph Waldo Emerson


(fragmento)



No hay grande ni pequeño

para el alma que lo hace todo.

Donde ella llega, todas las cosas están,

y llega a todas partes.

Yo soy dueño de la esfera, de las siete estrellas y del año solar.

De la mano de César y del cerebro de Platón,

del corazón del Señor y del arte de Shakespeare.

Hay una inteligencia común en todos los individuos humanos. Cada hombre es una entrada a esa inteligencia y a cuanto en ella existe. El que es admitido una vez al derecho de razón, se convierte en el dueño de toda la propiedad. Lo que pensó Platón lo puede pensar él. Puede sentir lo que ha sentido un santo: puede entender lo que ha sucedido en cualquier época a cualquier hombre. El que tiene acceso a este espíritu universal, es un partícipe de todo lo que se ha hecho o puede hacerse, pues éste es el único y soberano agente.

En la confianza en sí mismo están comprendidas todas las virtudes.

El hombre debe ser libre, libre y valiente. Libre hasta de la definición de libertad, sin impedimento alguno que no salga su propia Constitución. Valiente, pues: El temor nace siempre de la ignorancia.

Es una vergüenza para él que su tranquilidad en una época peligrosa se derive de la presunción de que, como los niños y las mujeres, pertenece a una clase protegida; o que busque una paz temporal, apartando sus pensamientos de la política o de las cuestiones engorrosas, ocultando su cabeza como el avestruz en los arbustos floridos; atisbando por los microscopios o traduciendo versos, como silba un niño para mantener su valor en la oscuridad. Si hace eso, él peligro sigue siendo un peligro y el temor se hace aún peor. Debe hacerle frente varonilmente. Debe mirarlo a los ojos y escudriñar su naturaleza, reconocer su origen, que no está muy atrás. Así encontrará en sí mismo una completa comprensión de la naturaleza y de la extensión de ese peligro, sabrá por donde tomarlo y en adelante podrá desafiarlo e imponerse a él.

El mundo es de quién puede ver a través de sus apariencias.

La sordera, la completa ceguera, el gran error que observamos existen únicamente gracias a la tolerancia, a tu propia tolerancia. Si te das cuenta de que se trata de una mentira le habrás dado ya un golpe mortal.