jueves, 12 de noviembre de 2009

Un hombre convencido


El hombre es como es durante toda su vida; sin embargo, al final de sus días se vuelve más espiritual, algunas veces más bondadoso y más tratable, sin importar que siempre haya sido un cabrón. Y es que, tal vez al ver el final demasiado cerca, todos -o casi todos- buscamos la redención para poder ir lo más ligeros que podamos al último viaje.
Es muy común saber a través de conocidos y familiares sobre personas que hicieron, con su existencia, un infierno la existencia de los demás, pero cuando llegaron a viejos cambiaron totalmente, mostrando una personalidad contraria a la que siempre tuvieron. Ateos se vuelven creyentes, lobos se convierten en ovejas del Señor, golpeadores en comprensivos, arrogantes y soberbios en hombres sencillos, porque el miedo al castigo eterno es más grande que las creencias, actitudes y acciones que llevaron a cabo durante la mayor parte de sus días en este mundo.
Pocos hombres, y pocas mujeres, son y siguen siendo ellos mismos hasta el último día de su vida. Uno de esos hombres es José Saramago, El Premio Novel de Literatura Portugués. Saramago cuenta con 86 años de edad, él sabe que La Catrina puede ya estar siguiendo sus pasos; es por ello que está decidido a dedicar todo lo que le reste de vida a la producción y promoción de su obra literaria. Los botones que sirven de muestra para esta afirmación son sus últimas dos novelas: El viaje del elefante y Caín. La primera salió al mercado mundial hace un año; la segunda aun está calientita, recién orneada, tiene días que comenzó a distribuirse por el orbe, Saramago ya la ha presentado, y la sigue presentando, en varios lugares de Europa. Es precisamente por Caín que Saramago vuelve a crear polémica en los diferentes círculos de creyentes, como ya lo había hecho cuando publicó El Evangelio según Jesucristo; esta novela le granjeó el veto para su presentación al Premio Literario Europeo de ese año por parte del Gobierno Portugués, motivo por el cual, y como protesta, Saramago se fue a vivir a la isla española de Lanzarote, donde reside actualmente.
Y es que al literato portugués no le basta con escribir novelas con temas religiosos y con críticas que alborotan a los círculos más conservadores, sobre todo dentro de la Iglesia Católica y la oposición conservadora de su país, donde un eurodiputado, desde su blog, pidió a Saramago, que renuncie a su nacionalidad portuguesa. El autor de Ensayo sobre la ceguera, en las más recientes presentaciones de su último libro, ha hecho declaraciones y comentarios que encienden todavía más los ánimos contrarios y que si estuviéramos en la Edad Media, avivarían más el fuego de la pira a la que seguramente ya lo habrían condenado.
Al igual que cuando escribí, hace unos posts, sobre la censura a la novela Memoria de mis putas tristes del Gabo, creo que Saramago está en su derecho de ser ateo y ejercer su libertad de expresión. ¿Por qué tenemos que escandalizarnos con las novelas que van en contra de nuestras creencias? Eso no es nada nuevo. A estas alturas de la historia, los neo-inquisidores ya deberían de haber aprendido que cuando censuran y condenan una obra literaria, lo único que logran es promover más el libro y crear más curiosidad en las personas que quizás, de no haber sido por ellos, nunca se habrían enterado de nada.
Algo muy parecido ocurrió con El Código Da Vinci, de Dan Brown, los grupos de religiosos católicos más conservadores lo censuraron y pidieron a los creyentes que no leyeran el libro. ¿Y que logró esto? Claro, todo lo contrario: la novela policíaca protagonizada por Robert Langdon se convirtió en bestseller mundial, vendiendo más de 40 millones de copias en todo el mundo.
Saramago es un ateo convencido, a su edad -como menciono al principio de este post- es más práctico, más sencillo y más necesario ser creyente. Sin embargo, el Novel Portugués, en una de sus presentaciones, dijo: “nosotros hemos inventado a un dios a nuestra imagen y semejanza, no al revés, y por eso es tan cruel, porque nosotros somos crueles y no sabemos inventarnos algo mejor. El hombre inventó a dios y luego se esclavizó a su ley”.
Ahora, esto de no creer en un ser superior y gritarlo a los cuatro vientos no es nada nuevo. Desgraciadamente en muchos lugares del mundo, entre ellos México, nos escandaliza, indigna y ofende que alguien cuestione lo que nuestra fe abraza como verdadero. Hagamos memoria del ex abad Guillermo Schulenberg, encargado de la Basílica de Guadalupe, fallecido este año, quien hace poco más de dos lustros declaró que el milagro guadalupano era mentira, que Juan Diego no existió y que la imagen de la Virgen de Guadalupe era obra del hombre, más en especifico de un habitante de las tierras aztecas de por aquellos años donde la evangelización estaba dándose, se quisiera o no, a toda la población de la Nueva España y de todo lo que hoy es Latinoamérica. Les puedo asegurar que, si ustedes son creyentes -y además guadalupanos de corazón-, habrían querido linchar al responsable de estas declaraciones blasfemas; y si fuera posible achicharrarlo en la hoguera ¿No se cerciorarían ustedes mismo de que se cumpliera su ejecución al pie de la letra, y a lo mejor hasta más leña verde arrojarían al fuego con tal de que quedara bien cocido el pobre infeliz que no hizo otra cosa que dar a conocer su punto de vista o sus verdaderas creencias?
Díganme ¿Quién se detuvo a pensar en las afirmaciones del indiscreto abad? ¿Quién se preocupó por investigar datos científicos e históricos sobre las apariciones de la Virgen de Guadalupe? Pudiera asegurarles que nadie, o tal vez solo uno que otro apegado a la curiosidad y a buscar la verdad.
A mí no me da pena, mucho menos vergüenza, admitir que soy un católico creyente, aunque poco practicante debido a que rara vez voy a misa y no participo en ninguna de las diferentes actividades religiosas que lleva a cabo la Iglesia Católica. ¿Y que porque soy creyente? Bueno, porque cuando he solicitado ayuda de arriba si he obtenido respuesta.
Así como agradezco y abrazo mi derecho a ser creyente, también los demás tienen el derecho a ser ateos; ellos sabrán ¿No?

1 comentario:

  1. Cada quien defiende lo que cree y principalmente lo que hace, y de alguna manera me hace recordar la frase de Ricardo Flores Magón que dice "cuando muera en mi epitafio mis amigos escribirán Aquí yace un soñador, mis enemigos escribirán Aquí yace un loco, pero nadie se atreverá a decir aquí yace un cobarde y un traidor a sus ideas, .

    Y sencillamente, somos pocos los que peleamos por un poquito de nuestro derecho a la locura.

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