viernes, 12 de noviembre de 2010

Día Nacional del Libro


Hoy, en México, es el Día Nacional del Libro. Fue establecido por decreto presidencial en 1979 para conmemorar el nacimiento de Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana, a quien la historia inmortalizó cómo Sor Juana Inés de la Cruz. Hay que festejar leyendo hasta que nos emborrachemos de letras, cómo comenta el escritor lagunero Frino.
Se supone que el día de hoy se van a obsequiar 50 mil ejemplares del libro Claridad errante. Poesía y prosa, de Octavio Paz, Premio Novel de Literatura 1990. La edición del libro corrió a cargo de la Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana, La Asociación Nacional del Libro y la dirección de publicaciones de CONACULTA.
Aunque lo veo difícil, espero poder hacerme de uno de estos ejemplares de la obra de Octavio Paz. Lo atroz es que por lo general los libros gratuitos caen en las manos de personas que no leen ni los instructivos de los aparatos electrónicos que compran, y que van y aprisionan en un cajón, o en un inmaculado librero, todo libro que consiguen gracias a un golpe de suerte o a la llamada que hicieron antes que nadie a una estación de radio que en ese momento se encontraba obsequiando obras literarias.
Sea cual sea la situación o las situaciones que nos permitieron la posesión de esos amigos incondicionales que son los libros, leámoslos; hoy -y siempre- es un día propicio para empezar a forjar el hábito de la lectura.

martes, 9 de noviembre de 2010

Boris Vian y su caricaturesca espuma erótica


Es casi imposible tratar de vislumbrar con precisión que libros llegarán a nuestras manos cuando nos apasiona leer, y el adivine se vuelve aun más nebuloso al momento de tomar en serio el estudio de la literatura. Las obras de algunos escritores son escogidas por catedráticos, un buen número -de acuerdo al gusto- son elegidas por instinto, otras nos son vendidas por la publicidad basada en una mercadotecnia sutil, férrea y efectiva: cuando menos lo pensamos ya existe en nosotros un deseo irreprimible de comprar cierto libro (de preferencia el más nuevo), o por lo menos alguno, del autor de moda. Algunos libros llaman nuestra atención debido a los buenos comentarios vertidos en las reseñas de los escritores y periodistas que admiramos. Muchas obras literarias más despiertan nuestro interés y echan a andar nuestro deseo de poseerlas gracias a la recomendación de familiares, amigos, conocidos y maestros. Es aquí donde en verdad necesitamos descubrir con que nutren su intelecto las personas más allegadas, aquellas de quienes aceptaríamos su opinión sobre cierto volumen, y saber si consumen calidad, calidad y chatarra, o sólo chatarra; así nos daremos una idea un poco más certera de que es lo que nos están recomendando y si dicha recomendación vale la pena.
Fue gracias a una tarea de lectura con tintes de recomendación que cayó en mis manos La espuma de los días, de Boris Vian (1920-1959), escritor francés de la época de grandes literatos cómo Albert Camus y Jean Paul Sartre. De hecho, Sartre lo invitó a escribir para Les Temps Modernes, donde Vian publicó cuentos, crónicas y críticas de aspectos sociales; y en el periódico Combat, dirigido por Camus, abordó la crítica de jazz.
La espuma de los días comienza con apariencia de novela realista y naturalista, poblada con descripciones al estilo de Flaubert, pero conforme avanza la historia, la fantasía gana cada vez más terreno hasta que nos encontramos en un mundo paralelo, surrealista, al que llegamos sin darnos cuenta. En esta novela, Boris Vian detalla la vida de Colin, un joven soltero de clase media alta y poseedor de una pequeña fortuna que lo coloca cómo un pequeño burgués que no necesita trabajar para vivir bien y con ciertos caprichos el resto de su vida. Colin es un bonachón que vive en un sencillo pero amplio y elegante departamento, con un ratón cómo compañero, y que se da el lujo de tener un chef de alta cocina -Nicolás- y una sirvienta ocasional para el aseo del lugar. Colin vive una vida apacible, tranquila; gusta del jazz, de la buena cocina, y de vivir haciendo lo primero que ataque sus ganas. Su mejor amigo, Chick, está jodidón: es ingeniero y trabaja cómo esclavo por un ínfimo sueldo. Así que Colin, siempre con tacto para no ofenderlo, lo invita a cenar frecuentemente.
En una de esas cenas comienza a tomar forma el mundo paralelo creado por Boris Vian: antes de pasar a la mesa, Colin muestra a Chick su pianocóctel, un piano al cual le ha hecho unas adecuaciones mecánicas y la instalación de una buena variedad de los ingredientes líquidos necesarios -frutales, etílicos y demás- en la preparación de cócteles y otras bebidas alcohólicas elaboradas. Cada tecla pulsada por Colin al interpretar una melodía en el pianocóctel equivale a un ingrediente; al final de la interpretación musical en turno, el panel delantero del piano cantinero se abate y arroja una hilera de vasos con uno, dos o más -según la canción- llenos de un apetitoso brebaje.
Otro toque que acerca cada vez más la fantasía a la novela es el pastel de anguila de la cena. Chick pregunta cómo nació la idea del platillo y Colin le relata que la anguila se colaba al baño del departamento por la cañería del agua fría del lavabo y mordisqueaba el tubo de la pasta de dientes; de ahí le surgió la idea a Nicolás de atrapar a la anguila y preparar un pastel a su salud. Y hago mención de un mundo paralelo, más allá del surrealismo, porque Vian cambia el nombre de ciertos personajes reales de su tiempo para insertarlos cómo algo relevante en la trama de su historia. Aquí destaca el caso de Jean Paul Sartre, a quien llama Jean Sol Partre, que en esa época era el escritor existencialista de moda. Y así, sucediéndose cada vez más continuos, los hechos fantásticos terminan por ser algo natural, común y corriente en el mundo y la vida de cada uno de los personajes.
Todo es felicidad para Colin, hasta que Chick lo invita a patinar y en plena pista de hielo le presenta a su novia, Alise, una rubia de ensueño que le llena el ojo a Colin, pero que queda descartada cómo conquista, o cómo algo más, debido a que es la pareja de su mejor amigo. A partir de aquí, Colin llora su soledad y comienza la obsesiva búsqueda de su media naranja, misma que lo lleva a la fiesta de cumpleaños de su amiga Isis, donde conocerá a Cholé, quien será su novia y también su futura esposa.
A través de la novela pareciera que Vian, además de eslabonar los sucesos de la trama, borda de ocurrencias la historia, casi todas ellas chistosas. En una describe el fatigado ascenso a la torre principal de la catedral del sacerdote que lo casará y sus dos ayudantes. Los tres hombres decoran la parte más alta de la iglesia, que es donde tocarán los músicos, con adornos ostentosos. Al terminar su labor decorativa, en vez de bajar por las escaleras, cada uno se coloca un paracaídas y los tres se arrojan al vacío desde lo alto de la catedral; en el trayecto de caída activan sus paracaídas, planean y caen sobre las pulidas losas de la nave. En otro pasaje de la novela, poco antes de la ceremonia de bodas, el director de la orquesta que se encuentra tocando en la torre principal da vuelo con tanta enjundia a la batuta que trastabilla de espaldas y, cómo se encuentra en la orilla del abismo que rodean las escaleras del lugar, sufre una caída libre a través de un vacío de cientos de metros hasta que su cuerpo se embarra en el suelo de la planta baja de la catedral. El subdirector de la orquesta, ni tardo ni perezoso, toma la batuta y sigue blandiéndola por los aires con el fin de que la música no cese y todo continúe de acuerdo a lo programado. El director muerto adquiere la misma importancia de un instrumento musical: cae al vacío y se arruina sin remedio, muere; se sustituye y ya está. Aquí no ha pasado nada. El significado de la escena es muy claro: cuando alguien muere, la vida sigue, el show continúa. Sin importar lo cruel que sea la realidad, no puede ser de otra forma: nadie es indispensable. El tiempo no se detendrá en el reloj del mundo, sus manecillas continuaran, impecables e implacables, la marcha para la que fueron creadas.
Además de las situaciones caricaturescas, el erotismo y sus flirteos -aunque en menor medida- también se hacen notar en La espuma de los días. Es imposible olvidar la escena donde Chloé se encuentra preparándose para la boda, junto a sus damas de compañía, en una recamara con todo y baño. Tanto ella cómo las demás son pintadas desnudas por las letras de Boris Vian, solamente vistiendo sus piernas con una medias chachondonas y calzando sus pies en zapatos de tacón alto. Por si fuera poco, Chloé se acerca a Alise y le acaricia la espalda, los costados y las caderas provocándole cosquillas, un claro guiño de las tendencias lésbicas contenidas en la personalidad de la novia.
También las escenas donde los recién casados amanecen juntos y acaramelados entre las sabanas son descritas sin velo alguno y con una embelesante narrativa, al igual que cuando Alise visita a Colin, ya casi al final de la novela, cubierta nada más con un abrigo que deja caer al piso delante del joven y deprimido esposo de Chloé, para luego ir y sentarse en sus piernas tratando de seducirlo.
Pero nada es para siempre, mucho menos la esquiva felicidad, que comienza un declive sin freno en la vida que comparten Colin y Chloé justo después de su luna de miel. Chloé enferma de los pulmones, cae en cama y esto va a provocar la bancarrota de Colin a causa de los costosos tratamientos que debe seguir su esposa, razón por la cual llegará el momento en que tendrá que trabajar para poder pagar las medicinas y la terapia de flores que Chloé requiere, y también para que puedan seguir subsistiendo los dos.
La espuma de los días refleja los temas que más preocupan al hombre: El amor, profundo y extremo, a través de Colin y Alise, viviéndolo cada uno hacia sus respectivas parejas y que los llevará a bordear el límite entre la razón y la locura; la obsesión adictiva que sólo conduce a la destrucción propia y de los demás, representada en Chick; La nobleza y la amistad verdadera encarnadas en Nicolás. Así mismo, la enfermedad y la muerte acompañan cómo sombras, de principio a fin, al círculo de amigos; la religión es criticada por Vian con las contradictorias actitudes que muestra el sacerdote en una boda con todos los lujos y después en un entierro de pobres; y la música de jazz, que siempre aparece cómo telón de fondo a través de toda la novela.
Boris Vian creó un cómic erótico novelado al escribir La espuma de los días, donde los dibujos no hacen falta, su pluma es capaz de despertar la imaginación más adormecida y evocar a través de ella las más seductivas imágenes.

martes, 2 de noviembre de 2010

Día de muertos, algo que se vive a diario en México


Acabo de dar un recorrido por el centro de Torreón y, al igual que el año pasado, el día hace honor a su nombre en el antiguo cuadro comercial de la ciudad: está muerto. Solo me topé con dos o tres despistados en dos de tres librerías visitadas -una estaba cerrada- a las que apliqué un escudriño profesional dada la raquítica economía que ostenta mi cartera.
Si las cosas siguen cómo hasta ahora en el país, sobre todo acá en el norte (con Torreón pisándole los talones a Ciudad Juárez, abusando del lugar común) donde padecemos un diluvio de plomo que no tiene la menor intención de escampar, el 2 de Noviembre va a convertirse por decreto gangsteril en el Día Nacional de Todos los Mexicanos, día que debemos hacer un alto en el camino y reflexionar cual es nuestra misión en la vida para empezar a llevarla a cabo lo más pronto posible, ya que en cualquier momento la muerte pude caernos de sopetón en forma de una ráfaga de balas de uno o varios AK-47 terminado con nuestra folclórica existencia. El día de muertos es algo que se vive a diario en nuestras calles. A esto hay que sumarle la economía que, diga lo que diga Calderón, está cómo la guerra contra el crimen organizado: perdida y sin una luz de esperanza que dé, por lo menos, un pequeño atisbo de tranquilidad.
Otra cosa que está casi muerta es la intención de los mexicanos por unirse a los países con buenos lectores. Y es entendible. Cómo hacerlo si los libros, con una socarrona actitud de no quedarse atrás, han subido sus precios como si el nivel de vida en México fuera similar al de Gringolandía o cualquier otro país de primer mundo. Libros clásicos, cómo Los miserables y Nuestra Señora de París, ambos de Víctor Hugo, hace año y medio se podían conseguir en cuarenta y cinco pesos; hoy rondan los setenta y cinco. En los de moda, entre los que destacan las obras de J.K. Rowling, Stephenie Meyer y Dan Brown, es mejor no ver el pequeño pegoste de papel blanco que exhibe su costo y que solo pueden pagar las clases sociales media alta y alta, porque para los que nos encontramos entre todos los demás es comer o leer y más vale vivir inculto que morir intelectual.
Siempre existirá la posibilidad de encontrar buena literatura a precios de risa, pero hay que buscar cómo quien anhela encontrar policías honestos en La Laguna, o séase, está bien cabrón.
También el monstruo informático de Internet es una buena opción, pero, volviendo a lo mismo, somos pocos los que contamos con el lujo de una computadora, ya sea en formato de PC o Laptop, y aun con el milagro tecnológico, no todos podemos pagar el servicio que nos convierta en internautas. Muchos accedemos a la red a través de la chamba. En este punto las neuronas me espetan en el pensamiento la frase de “un pueblo inculto y de ignorantes es un pueblo sin consciencia y, por lo tanto, de más fácil atropello”. Por ello no pocas veces mi razonamiento ase con rabia la idea de que así es cómo todos nuestros gobernantes y todos los líderes -políticos, empresariales, sindicales y sociales- nos quieren tener. Pero bueno, habrá que seguir con la resistencia de no caer en el sótano de la apatía cultural y gritar cuando se tenga que gritar contra tanta estupidez, injusticia, inequidad, violencia e inseguridad que promueven, directa o indirectamente, quienes tienen el timón de nuestro país.
Y para no perderme más en las atrocidades de gobernabilidad que nos azotan (si es que aun queda algo de gobernabilidad en México), recomiendo leer y releer el día de hoy, y siempre, Pedro Páramo, de Juan Rulfo. ¿Por qué el día de hoy? Porque en su novela, Juan Rulfo mezcla magistralmente el mundo de los vivos con el de los muertos, tanto así que es necesario el regreso entre las páginas -con un placer cómo pocos- para comprender mejor su obra cumbre. Yo he leído dos veces, y en forma completa, Pedro Páramo, y releo con frecuencia algunos de sus capítulos y pasajes. Este mes voy por la tercera vuelta total. Para muestra, un fragmento de los periplos de "Comala", el pueblo mítico al que da vida el maestro jalisciense:

Ahora estaba aquí, en este pueblo sin ruidos. Oía caer mis pisadas sobre las piedras redondas con que estaban empedradas las calles. Mis pisadas huecas, repitiendo su sonido en el eco de las paredes teñidas por el sol del atardecer.
Fui andando por la calle real en esa hora. Miré las casas vacías; las puertas desportilladas, invadidas de yerba. ¿Cómo me dijo aquel fulano que se llamaba esta yerba? “La capitana, señor. Una plaga que nomás espera que se vaya la gente para invadir las casas. Así las verá usted”.
Al cruzar una bocacalle vi una señora envuelta en su rebozo que desapareció como si no existiera. Después volvieron a moverse mis pasos y mis ojos siguieron asomándose al agujero de las puertas. Hasta que nuevamente la mujer del rebozo se cruzó frente a mí.
-¡Buenas noches!- me dijo.
La seguí con la mirada. Le grité.
-¿Dónde vive Doña Eduviges?
Y ella señaló con el dedo:
-Allá. La casa que está junto al puente.
Me di cuenta de que su voz estaba hecha de hebras humanas, que su boca tenía dientes y una lengua que se trababa y destrababa al hablar y que sus ojos eran cómo todos los ojos de la gente que vive sobre la tierra.
Había oscurecido.
Volvió a darme las buenas noches. Y aunque no había niños jugando, ni palomas, ni tejados azules, sentí que el pueblo vivía. Y que si yo escuchaba solamente el silencio, era porque aun no estaba acostumbrado al silencio; tal vez porque mi cabeza estaba llena de ruidos y voces.