viernes, 22 de febrero de 2013

Diario


Alguna vez escuché por ahí que todos deberíamos llevar un diario, un cuaderno físico o virtual en el que vaciemos de nuestro puño y letra, o de nuestro teclado y carácter -como dice Angélica López Gándara-, lo vivido durante el día. Siempre me ha parecido un acto soberbio y narcisista, pero he considerado hacerlo tomando en cuenta tres motivos. Uno: en el tiempo en que dejaba la niñez y comenzaba a penetrar en la adolescencia, escribí todo, o casi todo, lo que hacía durante el día en un intento por llevar un diario. Aun cuando creí que no abandonaría el registro de mi vida, lo hice. Por entonces una aguda timidez reprimía demasiado todo aquello que yo deseaba expresar, incluso durante aquellas sesiones privadas que mantenía con el cuaderno que escondía en la parte más oscura y profunda de un ropero familiar. Ahora que la timidez ha sido desterrada, no encuentro ni una sola excusa válida para  no retomar, con mucha más soltura, la crónica personal del día a día. Dos: la intención de escribir no una sino varias novelas, cuyos temas y tramas no me dejan en paz, sigue machacándome la consciencia con su halo seductor. Sin embargo no he comenzado todavía el tecleo de la primera página de una de esas historias que seguro terminará en no menos de doscientas cincuenta cuartillas. En lo que decido cuándo arrancar la novela, un diario que siga el ejemplo del escritor gringo John Grisham no estaría nada mal como preparación antes de sumergirme en la aventura narrativa de largo aliento. Y tres: no pocos monstruos literarios han sucumbido ante la escritura de un diario, entre ellos Kafka.
        Por estas tres razones, y un puñado de otras tantas más, es hora de teclear lo que ocurrió o no ocurrió y lo que se hizo o se dejó de hacer durante el día. Tal vez mañana alguien dé con el dichoso diario y conozca más al padre, al abuelo, al hijo, al hermano, al tío, al primo, al amigo que lo escribió y lo escondió en el ropero virtual de una laptop, una tablet o de cualquier otro minúsculo cacharro tecnológico. 

jueves, 14 de febrero de 2013

José Saramago y su observadora, pensante y delatora pluma


Los blogs aparecieron en el virtual e insondable océano de internet mucho antes que las redes sociales. Los primeros que brotaron adolecían la rusticidad del comienzo en cuanto a diseño, pero la tecnología, con su rápido e ilimitado avance, jaló a estos espacios de expresión y desfogue personales hasta convertirlos en unos muy seductores foros. Todo mundo -o casi, como ocurre hoy en día con el twitter y el Facebook- tenía su blog para postear los textos, las fotos y las imágenes que a cada quien le vinieran en gana.
     Los primeros en hacerse de su blog fueron los jóvenes, pero conforme la popularidad de estas páginas web fue ganando ascensión, profesionales y artistas destacados, entre los que figuran varios escritores, decidieron unirse a la comunidad bloguera. Uno de ellos fue José Saramago.
     Me enteré de la existencia del sitio virtual El cuaderno de Saramago gracias a un post que subió Frino a su blog Cortando rábanos en uno de los últimos días de agosto de 2009. Desde entonces comencé a seguir los textos tecleados por el literato portugués que obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1998. Conocí el blog del autor de Ensayo sobre la ceguera muy tarde, casi diez meses antes de que falleciera. Por entonces ya era poco lo que subía debido a que se encontraba escribiendo Caín, la última novela que publicó en vida. Incluso después de que este polémico libro salió al mercado editorial, Saramago continuó escribiendo poco para su cuaderno, en parte porque su pluma daba forma a una novela más, la cual dejaría inconclusa, y por otro lado estaba su menguada salud, que lo obligaba con frecuencia a atrincherarse en su cama.
     La ventaja de El cuaderno… es que, como todo blog, guardaba un registro histórico de entradas que me permitió dar cuenta de todos los posts que me había perdido. Y sin determinar un orden de lectura, me sumergí en cada uno de los textos. Primero degusté de adelante hacia atrás y luego de atrás hacia adelante. Conforme avanzaba en el descubrimiento de los posts, mi asombro más se dilataba induciéndome a que leyera y releyera una y otra vez las develadoras letras de Saramago. Me dio mucho gusto saber que los textos de El cuaderno de Saramago fueron rescatados de la virtualidad por la editorial Alfaguara y publicados en dos libros, uno que lleva por nombre El cuaderno y otro titulado El último cuaderno. 
     El último cuaderno comprende los posts que subió a su blog el también autor de Las intermitencias de la muerte entre marzo de 2009 y junio de 2010. Aun habiendo leído las entradas de El cuaderno… incluidas en el libro, devoré con impaciencia y asombro, leyendo y releyendo, cada página del volumen. Los escritores como Saramago sorprenden con sus letras una y otra vez sin importar el número de ocasiones que nuestros ojos se posen sobre ellas.
     Saramago tecleó los textos que conforman El último cuaderno llevado por la emoción del momento, por el asombro de los días que sobrevivimos y por los recuerdos evocados a través de una noticia vista en la televisión, la nota de un diario o un libro. Así, encontramos desde un párrafo a modo de mención sobre algún evento cultural al que asistirá, hasta profundos ensayos sobre la condición humana y sobre obras literarias de otros escritores, como los excelsos comentarios acerca de los libros de autores latinoamericanos, entre los que figuran Eduardo Galeano, Mario Benedetti, Ernesto Sábato y Gabriel García Márquez. Y cómo no recordar el agudo análisis que hace sobre la obra de Kafka en los posts “La sombra del padre (1)” y “La sombra del padre (2)”.
     El último cuaderno nos muestra los pensamientos en voz alta del autor de El Evangelio según Jesucristo. Su contenido nos da a conocer a un José Saramago que observa y analiza todo cuanto acontece en el tiempo del orbe que le tocó vivir, un José Saramago que se indigna y enfurece con la podredumbre y la injusticia que descubre en Portugal, en Italia, en España, en toda Europa, en África, en México, en toda Latinoamérica, en todas partes, pero que también enaltece aquello que encuentra útil, esclarecedor, sublime, de una belleza incuestionable, como la música que interpreta la pianista Maria João Pires, como los libros de los escritores mencionados en el párrafo anterior y la obra literaria de autores portugueses clásicos y contemporáneos, conocidos y no tan conocidos, entre los que destaca Fernando Pessoa. Es en el momento en que se da el arrebato de su atención, por parte de un hecho o alguna situación, en el que Saramago trascribe sus razonamientos en el blog que más tarde se convertirá en cientos de páginas impresas en papel.
    Todas los posts de El último cuaderno son fulgurantes. Son agua helada que nos despierta del letargo y la ceguera en que nos ha enclaustrado la misma sociedad consumista, antipática e indiferente a la que pertenecemos y en la que creemos vivir y sentir sin detenernos un poco a pensar que vivimos y sentimos de acuerdo a lo impuesto por el sistema y casi nunca por elección propia. En “Otra lectura de la crisis”, Saramago nos muestra en qué lugar se forma la mentalidad del ser humano en nuestros días: “La mentalidad antigua se formó en una gran superficie que se llamaba catedral; ahora se forma en otra gran superficie que se llama centro comercial. El centro comercial no es sólo la nueva iglesia, la nueva catedral, es también la nueva universidad. El centro comercial ocupa un espacio importante en la formación de la mentalidad humana. Se ha acabado la plaza, el jardín o la calle como espacio público y de intercambio. El centro comercial es el único espacio seguro y el que crea la nueva mentalidad. Una nueva mentalidad temerosa de ser excluida, temerosa de la expulsión del paraíso del consumo y por extensión de la catedral de las compras. ¿Y ahora qué tenemos? La crisis. ¿Será que vamos a volver a la plaza o la universidad? ¿A la filosofía?”.
     Al leer “África”, es imposible no sentir el reproche de la propia consciencia que reconoce como delatoras de la realidad a las palabras del literato e intelectual portugués, palabras que parecen haber sido inspiradas por la situación que hoy sobrevivimos en nuestro país: “El egoísmo personal, la comodidad, la falta de generosidad, las pequeñas cobardías de lo cotidiano, todo esto contribuye a esa perniciosa forma de ceguera mental que consiste en estar en el mundo y no ver el mundo, o sólo ver lo que, en cada momento, sea susceptible de servir a nuestros intereses. En tales casos sólo podemos desear que la consciencia venga, nos tome por el brazo, nos sacuda y nos pregunte a quemarropa: «¿Adónde vas? ¿Qué haces? ¿Quién te crees que eres?». Una insurrección de las consciencias libres es lo que necesitaríamos. ¿Será todavía posible?”.
     Todos los literatos que han destacado por la singularidad y calidad de su obra cuentan con sus autores de cabecera, y Saramago no es la excepción. En “Lecturas para el verano”, el autor de La balsa de piedra nos descubre a los escritores que constantemente lee y relee y a los que él llama su «familia de espíritu» o «árbol genealógico»: “En primer lugar coloqué a Camões porque, como escribí en El año de la muerte de Ricardo Reis, todos los caminos portugueses nos llevan a él. Seguían después el padre Antonio Viera, porque la lengua portuguesa nunca fue más bella que cuando la escribió ese jesuita; Cervantes, porque sin el autor del Quijote la Península Ibérica sería una casa sin tejado; Montaigne, porque no necesitó de Freud para saber quién era; Voltaire, porque perdió las ilusiones sobre la humanidad y sobrevivió al disgusto; Raúl Brandão, porque no es necesario ser un genio para escribir un libro genial, Húmus; Fernando Pessoa, porque la puerta por donde se llega a él es la puerta por donde se llega a Portugal (ya teníamos a Camões, pero todavía nos faltaba un Pessoa); Kafka, porque demostró que el hombre es un coleóptero; Eça de Queiroz, porque enseñó la ironía a los portugueses; Jorge Luis Borges, porque inventó la literatura virtual, y, finalmente, Gogol, porque contempló la vida humana y la encontró triste”.
     La pluma de José Saramago, una pluma muy impulsiva, es observadora, pensante y delatora de la realidad que nos envuelve y ni así vislumbramos. El último cuaderno es un compendio de las desnudas verdades del caos social en que nos encontramos, pero también es la recapitulación de las posibilidades que tenemos para acabar con dicho caos y recuperar todo aquello que en verdad importa.