viernes, 25 de noviembre de 2011

El desprecio de las musas


Se dice que las musas suelen visitar a los artistas. Músicos, poetas, escritores, pintores y escultores confiesan que, sin previo aviso, de pronto son asaltados por un arrebato de inspiración que los lleva a concebir una idea que viene acompañada de la energía y el coraje necesarios para ser desarrollada. Es entonces que nace una obra maestra. Las musas estuvieron con el creador, lo sedujeron y él se dejó llevar por el éxtasis que lo incitó a dar forma a una obra de arte.
Pero las musas no visitan con la misma regularidad a todos aquellos que se ven envueltos por la pasión que sienten hacia alguna disciplina artística. Los escritores son un claro ejemplo. Mario Vargas Llosa lo advierte en Historia secreta de una novela, cuando llega a lo que él llama “teoría voluntarista”, la cual después comprobaría al decidirse a escribir una novela: “la inspiración no existía. Era algo que, tal vez, guiaba las manos de escultores y pintores y dictaba imágenes y notas a los oídos de poetas y músicos, pero al novelista no lo visitaba jamás: era el desairado de las musas y estaba condenado a sustituir esa negada colaboración con terquedad, trabajo y paciencia. No me quedaba otra alternativa: si la inspiración existía para los novelistas, nunca sería uno de ellos. Sobre mí no caía jamás esa fuerza divina: a mí cada sílaba escrita me costaba un esfuerzo brutal. Sartre, a quien leía por esos años con agresivo fervor (Luis Loayza se burlaba: «el sartrecillo valiente») fue una ayuda preciosa en ese momento: nadie nacía novelista, uno se hacía escritor, también en literatura uno elegía lo que iba a ser”.
Últimamente cito mucho a Vargas Llosa porque he sentido, de un tiempo más o menos largo para acá, el desaire de las musas y el autor de La verdad de las mentiras me da una palmada en la espalda con sus experiencias como escritor cuando las ganas de aventar la toalla, hasta donde me alcance la mano, son muchas. Y es que el estrés y las situaciones que surgen alrededor del escribidor son muy absorbentes y desalientan demasiado. Es en esos momentos cuando me obligo -sólo en un principio, porque después me enfrasco con placer- a leer el libro de poesía o narrativa en turno para después retomar alguna de las obras de Vargas Llosa, en especial Historia secreta de una novela y Cartas a un joven novelista, y releer los pasajes que más templan la voluntad y el carácter que debe poseer un buen escribidor.
Otro libro que me levanta mucho el ánimo, cada vez que lo traigo arrastrando y a punto de claudicar, es Mientras escribo, de Stephen King. Sé que muchos intelectuales ultraconservadores criticarán esta lectura incluso sin haber leído el divertido y enriquecedor manual de escritura de King y sin haber siquiera hojeado alguna de sus novelas. Es una pena que se prejuzgue a un escritor por ser vendedor masivo de historias al grado de provocar que sus libros reciban el adjetivo gringo de bestsellers y se abracen prejuicios sobre su obra literaria debido a las críticas de reseñistas a quienes es probable que no les haya gustado cierta novela, y me refiero a reseñistas con cierta buena reputación dentro de los círculos literarios, porque hay muy buenas obras tanto del autor de It como de muchos otros bestsellerianos.
No sé si vaya a padecer mucho tiempo más el desprecio de las musas. Tal vez su desaire se prolongue indefinidamente. Por lo pronto seguiré picando riscos hasta darles la forma literaria que busco. No importa que la advertencia de Mario Vargas Llosa sea cierta y el precio para llegar “a un rendimiento literario decoroso” sea alto.

domingo, 23 de octubre de 2011

El fin del viaje


Está por terminar el Diplomado en Creación Literaria que hace poco más de un año iniciara a cargo de la Dirección de Cultura Municipal de Torreón en coordinación con la Universidad Autónoma de la Laguna. Las cátedras en letras tocarán su fin los últimos días de noviembre, aunque existe la posibilidad de que se extiendan hasta mediados de diciembre. Los maestros de cada uno de los géneros literarios que se estudian y practican -ensayo, novela, cuento y poesía- ya solicitaron los trabajos finales con que concluiremos, quienes aun asistimos cada fin de semana a sus clases en la biblioteca José García de Letona ubicada sobre La Alameda Zaragoza, la aventura de abordar el buque que nos llevó por los océanos literarios en busca de los escritores de peso y sus obras. Para aquellos que anhelábamos dar con ellos, el viaje nos procuró tanto placer que no quisiéramos que acabara. No queremos dejar, ni que nos dejen, a nuestros guías en la fructífera expedición, pero llegó el momento de que cada uno de nosotros navegue por su cuenta y, lo más importante, desarrolle el estilo con que dará forma a su obra literaria, porque el objetivo del diplomado no es crear un club de lectura, sino una nueva generación de escritores.
A través de estos últimos diecisiete meses no sólo he degustado obras maestras de la literatura universal, también se ha dilatado mi visión en el horizonte de las letras permitiendo que conozca y reconozca aquello que en verdad alimenta y da impulso en la utópica carrera de escritor, que no por utópica deja de ser posible, pero, como toda utopía que se desee pasar del plano onírico a la realidad, requiere un esfuerzo que pocos están dispuestos a dar.
Entre las muchas cosas que he visto y aprendido en la inagotable aventura de los libros, me ha quedado muy claro que antes de escribir es necesario leer mucho, muchísimo. ¿Sobre qué? Sobre todo, para no hacer el tonto en el teclado -cito de memoria-, como menciona Stephen King en Mientras escribo, libro bastante interesante que trata sobre todo aquello que necesita un escritor para su formación. Los escritores clásicos deben ser el principio. No se puede, y no se debe, dejar de lado la tradición que nos antecede, al menos si en verdad se tiene un verdadero compromiso con la carrera literaria. Es necesario también conocer las vanguardias que marcaron diferentes épocas, así como leer y estudiar a los literatos contemporáneos cuya calidad no permite el asomo de la duda. A la par del consumo masivo de letras se debe fatigar el teclado.
Ahora que estoy por concluir este período de profundo aprendizaje sobre lo que significa ser un escritor, entiendo con mayor claridad las palabras de Mario Vargas Llosa en su libro Cartas a un joven novelista: “La vocación literaria no es un pasatiempo, un deporte, un juego refinado que se practica en los ratos de ocio. Es una dedicación exclusiva y excluyente, una prioridad a la que nada puede anteponerse, una servidumbre libremente elegida que hace de sus víctimas (de sus dichosas victimas) unos esclavos. […] Creo que sólo quien entra en literatura como se entra en religión, dispuesto a dedicar a esa vocación su tiempo, su energía, su esfuerzo, está en condiciones de llegar a ser verdaderamente un escritor y escribir una obra que lo trascienda”.
Cuando por fin termine el diplomado comenzará la lucha, interna y externa, para todos aquellos cuyo sueño es hacer de la literatura una forma de vida y no sólo un motivo aparente que permita andar de diplomado en diplomado y de taller en taller con una escasa o nula obra literaria publicada o bajo el brazo. Algunos comenzamos esa lucha hace años. Seguimos, y seguiremos, en la trinchera donde quien ingresa, también en palabras de Vargas Llosa, “no escribe para vivir, vive para escribir”.

lunes, 17 de octubre de 2011

Los riesgos de leer


La curiosidad hizo, hace poco más de un año, que me enrolara en las filas de amistades virtuales que deambulan en Facebook. Entré a la red social creada por Zuckerberg con el propósito de conseguir contactos de negocios, contactos que hasta la fecha siguen resistiéndose a aparecer. Aun con todo seguiré conservando mi perfil, al menos mientras no me doblegue el deseo de no volver a recurrir al narcótico virtual más consumido del orbe.
Los últimos catorce meses que he frecuentado el Facebook han servido para que me dé cuenta que el sitio, por mucho que se desee hacer algo más dentro de él, no deja de ser un pasatiempo, pero uno que sí logra disipar el tiempo a una velocidad relampagueante gracias a sus dos principales características: inabarcable y adictivo. Puedes pasarte hora, tras hora, tras hora, tras hora, tras hora, tras hora sin llegar a cubrir con la mirada ni un poco de todo lo que han subido y siguen subiendo tus amigos y tus contactos. Divido a los “amigos” en amigos y contactos porque aunque el feis -como popularmente es nombrada la red social por sus miembros acá en México- a todos tus contactos los maneja como amigos, la amistad en muchos de los casos no deja de conservar la virtualidad del sitio mismo donde se dio.
En el feis encuentras de todo, pero las tres cuartas partes o más no pasan de ser basura virtual, razón de sobra para abandonar el lugar. Abundan quienes suben lo primero que les circula por las neuronas: “Estoy a punto de echarme un menudo :D” (foto incluida); “anoche soñé re feo, pero suerte que desperté :)”; “Me dan ganas de mandar a la chin… a mi pareja :S”; “que pedo…”; “Ay wey, se me acaba de salir un eructo de aquellos”; “Chingue a su… me quedé dormida y no voy a llegar a clases”; “onde stas cabrón, q no te dejas ver” (frase escrita en el muro de alguien); “Llovió en la madrugada, pero estaba dormidota y no me di cuenta. Tanto esperar un aguacero pa´ no sentirlo :( ”; “¿?”; “Ya me dio sueño. Me voy a dormir. Hasta mañana a todos”; “Estoy encabronado…”; “una hora en la fila del banco y todavía no llego a la ventanilla”; “estoy triste”; “estoy re contenta”; y un montón de vacuidades más que hacen llegar a la conclusión de que cuando el cerebro se enteró de la existencia del Facebook experimentó una alegría como pocas por la papelera de reciclaje que acababan de crear para él.
Pero no todo lo que hacen circular en el feis son post its desechables similares a esos cuadritos de papel amarillo untados de goma para garabatear recados, también se topa uno con muy buenos contenidos. Hay quienes suben enlaces que te llevan tanto a noticias interesantes como a excelentes artículos. Otros teclean poemas y hasta cuentos cortos, propios o de reconocidos escritores. Algunos escriben frases que se encuentran en los libros que leen (ahí, en ese grupo, entro yo). Algunos más, sobre todo aquellos que tienen relación directa con la cultura y las artes, suben invitaciones a eventos artísticos y las hacen llegar a tu muro o te las envían por inbox, que es una especie de correo electrónico feisbukiano donde recibes mensajes privados. Unos cuantos, sólo unos cuantos, recomiendan libros a través de una pequeña reseña que acompañan con la imagen de la portada, como Daniel Maldonado. Es más, son tan pocos los que suben posts así que Daniel es el único que recuerdo. Es precisamente él quien subió a su muro un texto muy bueno sobre los riesgos de leer, y que también pueden considerarse, sin temor a errar, los riesgos de escribir. El texto me pareció tan bueno que se lo volé a Daniel: lo copié y lo pegué en mi muro. Las situaciones que acechan y embisten cuando se es un devorador de libros llevan por título "10 cosas por las que es malo leer". Esas 10 cosas no se sufren, se disfrutan. Así que si estás decidido a pertenecer a la escasa minoría de la que forman parte los lectores, algunos en un grado obsesivo compulsivo, es importante que conozcas los riesgos que conlleva el hábito de la lectura. Va el texto.


10 cosas por las que es malo leer

Todos deberían saber que leer tiene sus riesgos:

1.- Quienes leen mucho acaban ciegos. Primero son esas gafitas de intelectual, luego las de culo de vaso y acabas como Galdós y Borges, contratando a una tierna manceba que te lea a los pies de la cama.

2.- Quienes leen mucho acaban trastornados. Como don Quijote, o Cela. Una alumna mía me decía que hay por ahí un tonto ambulante que se quedó así de tanto estudiar. Al parecer se tomaba todo tipo de psicotrópicos para mantenerse despierto mientras leía y leía.

3.- Leer agota tu economía. Los libros son caros y no se pueden bajar con el emule. Los que están en Internet son clásicos y por tanto largos, así que si los lees en la pantalla todavía te quedas más ciego (ver punto 1).

4.- Leer complica la vida doméstica. Acumular libros se convierte en una obsesión que requiere espacio, metros de estanterías desordenadas, dolorosas cajas en el trastero, mesitas de noche polvorientas… Con la amenaza de cónyuges o hijos: Elige, los libros o nosotros. Y esa pregunta estúpida de las visitas no lectoras: ¿Te los has leído todos?

5.- Leer complica la vida amorosa. ¿Todavía estás leyendo? Pues me duermo…

6.- La lectura suele ser fuente de toda infelicidad. Quienes no leen no tienen más punto de vista que el que les ofrece su cadena de televisión habitual, su peluquero, su estanquera o su compañero de cañas. No necesita contrastar visiones distintas de un hecho, ni ponerse en lugar del otro. Asume que la realidad es plana. Y es feliz.

7.- Los libros generan frustración. La lectura te muestra vidas que nunca llegarás a vivir y lugares que nunca conocerás. Te permite imaginar a los personajes y lugares de las historias del modo que tú quieres. Luego vienen los de Hollywood y te plantan al guapo de turno en unos paisajes de Nueva Zelanda que te cagas, y ya está, tu gozo imaginado en un pozo, porque cómo les explicas tú a los espectadores de la sala que lo que tú habías imaginado era mejor.

8.- La lectura es algo lento y repetitivo. A ver, ¿Qué ha cambiado en la lectura en los últimos dos o tres milenios? ¿Leemos más rápido? ¿Se lee a través, renglón sí, renglón no? Nada. Siempre igual, una línea detrás de otra. Y encima hay que esperar más de una hora (una semana, un mes) para que nos cuenten el encuentro amoroso de una pareja, el remordimiento por un crimen, la frustración por una vida anodina, la conquista de una libertad.

9.- Leer no sirve para obtener admiración. Por si alguien no se ha enterado, ser buen lector no cotiza en la bolsa de la vida social. Que alguien cite a buenos lectores que salgan en la tele: … (silencio prolongado). Antes, con lo de mayo del 68 y todo eso, aun se ligaba citando a Camus, a Brecht, a Quevedo. Pero ahora, como no cites a Jaime Peñafiel…

10.- La lectura no está al alcance de todos. Digan lo que digan, el placer de leer está reservado a unos pocos. Son esos pocos los que gozan casi pecaminosamente cuando descifran un clásico, cuando sienten las pasiones que se imaginaron hace siglos para que les lleguen a ellos casi en exclusiva, cuando se quedan varios días en estado de shock después de leer buenas novelas, cuando se estremecen leyendo un poema, cuando lloran o ríen entre líneas, cuando recomiendan furtivos lecturas que no se venden en Carrefour, cuando no pueden salir de casa sin un libro en el bolsillo, cuando miden sus vidas por los libros que leyeron en cada época… Son una élite, peligrosa y exquisita, que procura captar miembros para su secta, pero que también sabe que muy pocos serán los elegidos. ¿Lo eres tú?


El texto "10 cosas por las que es malo leer" y la foto en este post son cortesía de Guerrilla Comunicacional México y fueron bajados del muro de Daniel Enrique Maldonado Sánchez en Facebook.

sábado, 3 de septiembre de 2011

Estepa del Nazas 58


El jueves de la semana pasada salió de la imprenta el número 58 de Estepa del Nazas, revista literaria que comenzó en el año de 1994 su sinuosa y difícil lucha por seguir vigente, en boga y en continua publicación. Gracias al maestro Saúl Rosales, su director, al patronato del Teatro Isauro Martínez, a los escritores que colaboran y a los lectores que no la olvidan ni la dejan de lado, Estepa del Nazas es toda una tradición literaria en La Laguna y ha salido airosa de las continuas crisis económicas y culturales a las que se ha visto expuesta.
En su más reciente edición, Estepa aloja los textos ensayísticos de varios de los alumnos que cursamos el Diplomado en Letras los fines de semana en el poético recinto de la biblioteca José García Letona ubicada en La Alameda Zaragoza, entre estantes y más estantes repletos de libros que vigilan cada cátedra que se imparte y a cada uno de los alumnos que recibe el conocimiento literario de los géneros de ensayo, novela, cuento y poesía. Los integrantes del diplomado que colaboramos en el número 58 de Estepa somos Brenda Navarro -actualmente autoexiliada en el DF a causa de la imparable marea de inseguridad y violencia que inunda sin remedio a La Laguna- con “No rebuznas porque Dios es grande”, un ensayo sobre la educación y las costumbres que cultivaban en sus hijos los padres del siglo pasado; Berenice Ovalle con “De la esperanza y otros demonios", texto que compara el sentimiento de esperar con un demonio que se adentra en lo más profundo del ser logrando en la mayoría de las ocasiones nublar la razón de quien lo padece; Gerardo Iván García Colmenero nos muestra a la esperanza como un arrebato emocional al que no debemos sucumbir y que hay que combatir con la lógica de la existencia en su disertación “Un arrebato sentimental: la esperanza”; Mayra Elizabeth Posada Calderón analiza y discurre sobre la frase “La discreción es la gramática del buen lenguaje, que se acompaña con el uso”, escrita por Cervantes en El Quijote, en su ensayo “El poder de la discreción y el uso en la lengua”; y este aprendiz de escribidor diserta, en “La monja atea”, sobre la desesperanza de Sor Juana Inés de la Cruz y lo útil que pude ser la esperanza siempre que se soporte sobre los pilares de las acciones que nos acerquen aquello que deseamos con una pasión abrasadora.
El número 58 de Estepa también incluye “Km 35”, integrado por versos de Adriana Luevano; “El poeta Bertolt Brecht y su lucha contra el fascismo alemán”, un muy completo ensayo de Argelia de la Torre Barrón; el cuento “Graffiti amoroso”, de Miguel Morales Aguilar; varios poemas de Manuel Torres Zamora; “Textos”, líneas en prosa y en verso de Ricardo Sarmiento; el poema “Amor Ausente” de Ma. del Rosario Morales Esparza; versos escritos por Nazul Naramayo; “Más allá del desierto, de Yolanda Natera” texto de presentación del libro homónimo de Natera, por Laura Orellana Trinidad; la reseña “Dos novelas de la revolución”, de José Luis Herrera Arce; y el poema “Salsola Kali”, del maestro Saúl Rosales, dedicado a las bolas de hierba seca que ruedan por nuestra ciudad durante las tormentas de tierra y arena que padecemos en la región.
La nueva Estepa de Nazas es motivo de mucho peso para brindar, no solo por su publicación, sino también por el contenido de sus páginas, donde los textos son acompañados por las artísticas ilustraciones de Alfredo Cortés. Muchas felicidades al maestro Saúl Rosales, a cada uno de los colaboradores, al Patronato del Teatro Isauro Martínez y a todos aquellos que con su granito de arena, o con su bloque de concreto, hacen posible que Estepa del Nazas llegue a las manos de todos los que somos sus más asiduos lectores.
Bajo este post dejo “La monja atea”, mi granito de arena en la más reciente Estepa del Nazas.

La monja atea



El más terrible de todos los sentimientos
es el sentimiento de tener la esperanza muerta 

Federico García Lorca


El quehacer de quien decide seguir el camino que lo llevará a ser un intelectual, y quizás hasta un escritor, es muy peligroso, porque llega el momento en que los pasos que se dan en la vereda que abren los libros llevan a enfrentar un dilema: conservar la esperanza o deshacerse de ella por creerla inútil. La mente ensanchada por el conocimiento no se permite aceptar y negar la existencia de la esperanza dentro de sus principios según convenga; la acepta o la niega, pero no hace ambas cosas, aunque la esperanza siempre se cuele por la rendija menos custodiada y se instale en el rincón más profundo y más sensible del intelecto. Muchos intelectuales niegan tener esperanza, y aseguran que no tiene sentido abrazarla. Tal vez esto se debe a que la esperanza, por lo general, se entiende como sinónimo de fe, sobre todo de fe religiosa, más en México, donde la doctrina católica que lo envuelve desde hace varios siglos pide a los creyentes que sean fatalistas y acepten una humildad extrema, tanto personal como económica, con la promesa de que en el insondable más allá encontrarán la recompensa a los sacrificios padecidos en el más acá. Millones de personas, poseedoras de una ignorancia excepcional, viven aun con la esperanza de que eso sea cierto, algo que el intelectual jamás aceptará, y que haría mal en aceptar. Por otro lado, casi todos los intelectuales, si no es que todos, son ateos. De ahí que la esperanza goce de tan mala fama dentro de los círculos donde el conocimiento y la lógica son guías en la búsqueda del espejismo llamado verdad.
Sor Juana Inés de la Cruz, poetisa, escritora, dramaturga e intelectual de nuestra tierra en tiempos de La Nueva España, escribió el soneto "Verde embeleso", cuyo personaje principal es la esperanza, compuesto por los siguientes versos:

Verde embeleso de la vida humana,
loca esperanza, frenesí dorado,
sueño de los despiertos intrincado,
como de sueños, de tesoros vana;

alma del mundo, senectud lozana,
decrépito verdor imaginado;
el hoy de los dichosos esperado,
y de los desdichados el mañana:

sigan tu sombra en busca de tu día
los que, con verdes vidrios por anteojos,
todo lo ven pintado a su deseo;

que yo, más cuerda en la fortuna mía,
tengo en entrambas manos ambos ojos
y solamente lo que toco veo.

Este soneto confirma la profunda vida intelectual de La Décima Musa, que necesitaba sentir y palpar en forma física para creer; algo extraño en una monja del Siglo XVII, aunque no tanto si consideramos la rebeldía de Sor Juana, su tremenda e insaciable hambre de conocimientos, el adelanto de su pensamiento para la época que le tocó padecer como mujer, su genio e ingenio, y la indiscutible calidad de su obra literaria, pilares de su personalidad que le permitieron barrer el polvoroso piso con los más picudos hombres intelectuales de su tiempo, entre los que se encontraban sacerdotes católicos con altos cargos en el clero, cómo el obispo de Puebla, Manuel Fernández de Santa Cruz; incluso Sor Juana despertó las iras de su confesor, el jesuita Antonio Núñez de Miranda, debido a que su gran fama intelectual le procuró el frecuente contacto con las más altas personalidades de la época. Sor Juana, protegida por la marquesa de la Laguna, rechazó como confesor a Núñez de Miranda. Más tarde, desgraciadamente, el jesuita logró persuadir a la poetisa para que se deshiciera de su hambre insaciable de conocimiento, sus libros y su inquietud de escribir, y se dedicara por completo a la vida religiosa: rezar, ayudar y servir a sus hermanas de claustro.
Los poetas y las poetisas poseen una sensibilidad más aguda que el común de la gente, de ahí que el soneto de Sor Juana reverbere la desilusión de su autora por sentir esperanza, y la negación de la esperanza que aun siente pero que precisamente niega por despecho. De otro modo no se entiende como una poetisa, mujer profundamente sensible, explica tan bien lo inútil que puede ser dejarse cobijar por este estado de ánimo. Pudiese ser que también ella perdiera toda esperanza directamente relacionada con la fe, o aun sin estar relacionada, y eso hiciera más amargas sus desdichas.
Y como no darle la razón a Sor Juana. Dados los días que le tocaron vivir, que esperanzas podía tener una mujer que deseaba consagrarse al estudio y la escritura si la universidad solo era para los hombres, y eran ellos quienes decidían aquello que consideraban mejor para las mujeres. Los biógrafos de Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana ven allí el motivo principal en la decisión por el claustro de un convento, lugar paradisíaco para alguien que deseaba leer y escribir incansablemente. Solo algunas cuantas damas de la nobleza tenían algo de voz y una pizca de voto, los que les proporcionaban un resquicio, no siempre suficiente, para poder ir más allá. Incluso, volviendo la vista a los últimos versos del soneto de Sor Juana, vemos que terminan con "y solamente lo que toco veo", que interpretando estas palabras de forma literal nace la pregunta: ¿En realidad que tanto podía tocar la mujer, la intelectual, la religiosa, la limitada Sor Juana, si la acorralaban, sin permitirle muchas cosas, los hombres necios que tenían los ojos puestos en ella? Y ni que decir de los deseos y aspiraciones de La Décima Musa, en los que no se podía dar el lujo de tatuarles ni la más mínima esperanza.
La esperanza, según la vigésima segunda edición del diccionario de la Real Academia Española, tiene varias definiciones, pero la primera de ellas reza que “es el estado de ánimo en el cual se nos presenta como posible lo que deseamos”; este concepto coquetea demasiado con convicción, y para nada se menciona la fe, misma que puede ser la convicción de que las cosas van a suceder como esperamos. Por otro lado está la fe religiosa, que menciono generalmente mezclamos y confundimos con la esperanza.
Tomando criterio en base a la primera definición de La Real Academia Española, la esperanza es buena si se sostiene sobre acciones que acerquen los fines perseguidos. Séneca escribió: “Los deseos de nuestra vida forman una cadena, cuyos eslabones son las esperanzas”. El escritor francés André Malraux expresó: “La esperanza es la fuerza de la revolución”. También las palabras del escritor estadounidense Eric Hoffer, quien no pudo haberlo dicho mejor, señalan algo similar: “No es el sufrimiento, sino la esperanza de cosas mejores lo que incita las rebeliones”.
La esperanza, se quiera o no, existe, y siempre lo hará en lo más profundo del ser humano. Lo útil o inútil no está en negarla o aceptarla, ni en enaltecerla o vejarla, sino en no dejarla nada más a la buena de Dios y actuar siempre en consecuencia a los propios y verdaderos deseos, esos que abrasan por dentro.

lunes, 15 de agosto de 2011

Las palabras


Las palabras son el vehículo a través del cual las ocurrencias, vivencias, emociones y sentimientos intentan mostrarse ante todos aquellos que están ávidos de algo que trueque la monotonía de su vida por experiencias interesantes, excitantes. Las palabras, como alguien una vez dijo o escribió, tienen vida propia. Y no sólo eso. Tienen el poder de dar cuerpo y vida a todo lo intangible que nos seduce por medio de los sentidos.
Amor, desilusión, ternura, dolor, llanto, risa, tristeza, melancolía, alegría, amistad, despotismo, interés y demás sentimientos y actitudes se trasladan de una subjetiva pintura neuronal a la exposición y divulgación fuera de los límites del origen logrando un embone en el yo de aquellos que experimentan una profunda sensibilidad hacia dicha pintura -recreada en alta definición por medio de las palabras- haciéndola suya.

miércoles, 27 de julio de 2011

El síndrome del ciempiés


Siempre estuve consciente de que si persistía en el afán de escribir, quizás algún día sería contagiado con la peor de todas las enfermedades que puede padecer un escribidor: el temor a la hoja en blanco. El contagio se da a través de la duda, que a su vez nace por una desmesurada saturación de lecturas diversas que dejan de lado la pluma provocando un descuido en el equilibrio que debe existir entre leer y escribir, entre escribir y leer. Incluso este equilibrio puede descompensarse un poco siempre y cuando escribir se dé más que leer, pero no a la inversa, menos aun si lo que se devora con la mirada son libros y textos sobre técnicas de escritura, los cuales suelen estimular muy poco a que se empuñe la pluma o se fustigue el teclado. Las obras que más encienden la pasión por las letras -una incesante pasión- son aquellas que desbordan poesía y narrativa. El ensayo también suele ser muy motivante, siempre y cuando sus líneas traten con fervor sobre poetas y escritores que han manejado estos dos géneros con una maestría que parece insuperable. Es bueno conocer la técnica, pero es aun mejor leer la técnica en acción, admirar sus resultados y escribir, no dejar de escribir. Nuestros escritos inevitablemente se darán en consecuencia a lo que vivimos a través de lo leído.
Es por ello que ahora tecleo esta reflexión, intentando deshacerme de la duda que me hostiga desde principios de año al escribir, duda que me lleva a pensar demasiado en “qué, cómo y porqué” dar forma a esto o aquello. Es un padecimiento al que yo llamaría “El síndrome del ciempiés” en referencia a la anécdota que narra Juan Gelman en la entrevista que le hizo Pablo Ordaz del diario El País el pasado 03 de mayo a raíz de la publicación de El emperrado corazón amora, libro más reciente del poeta argentino. Ordaz dispara la primera pregunta de la entrevista: ¿Se puede explicar un libro de poemas? Gelman responde no como crítico de sí mismo, sino como el gran poeta que es: “Mire, pasan varias cosas, la primera es que uno no escribe lo que quiere sino lo que puede. La segunda es que cada lector reescribe el libro. Y la tercera es que me resulta muy difícil hablar de lo que hago. Yo admiro a gente como T. S. Eliot, o incluso Octavio Paz, que han tenido mucha capacidad crítica. Yo me abstengo. Tal vez para conservar una virginidad que ya no tengo. Siempre me acuerdo de una anécdota que me contó mi madre, que era ucrania. La de la arañita que en un bosque espera a que llegue el ciempiés. Y, cuando llega, le pregunta como hace para caminar, si primero 50 y luego otros 50, si 20 y 20… Y el ciempiés se detuvo a pensar y no caminó nunca más. Sin embargo, creo que visto a meses de haberlo terminado, me parece que lo que me salió fue algo que intenta evitar toda narración, excepto la de las palabras y la música. Es lo más aproximado que puedo decir sobre el libro”. Bastante esclarecedor es el mazazo que asesta Gelman a Ordaz para explicar la forma de hacer arte por medio de la palabra escrita.
No sólo en vísperas de año nuevo me formo propósitos que pretendo cumplir. La visualización de las cosas que deseo la llevo a cabo muchas veces durante el transcurso de los trescientos sesenta y cinco días que me encuentro viviendo. Es por ello que mi actual propósito es curarme del síndrome del ciempiés con el que fui contagiado. No hay mejor medicina contra este mal que blandir la pluma y enfrentar la hoja en blanco, que abrir la laptop y azotar el teclado para llenar, lo mejor posible, páginas y más páginas virtuales y no parar de escribir.
Cuando presienta que el síndrome del ciempiés acecha, muchas de las veces contagiado por quienes pretenden enseñar el oficio de escritor, no tengo más que recordar el final de la entrevista a Juan Gelman, donde Pablo Ordaz sigue insistiendo en el origen de la poesía creada por el Premio Cervantes 2007, y pregunta a Gelman: ¿Cuál es el origen? El poeta responde: “Cómo le digo, para mí es la obsesión. Yo entiendo que la cosa va a venir porque tengo una especie de ruidito acá, me pongo de mal humor y aguanto todo lo que puedo para que no sea una falsa alarma, hasta que ya no puedo más y escribo”. Ordaz no cede y comenta: Y ha investigado, por así decirlo, en el origen de esa obsesión… Gelman tampoco cede, y concluye: “Este… Mire…, quiero ser un ciempiés que camina”.
Yo también quiero volver a ser un ciempiés que camina, y esta vez para siempre.

lunes, 27 de junio de 2011

La huella del maestro


Cuando el fervoroso e incipiente deseo de escribir se apodera de nosotros volviéndose una obsesión permanente, es entonces que hemos sido tocados, o golpeados, por las letras de los grandes literatos, y aunque admiremos a muchos de ellos -y nuestra percepción consciente no dé el vislumbre- uno de entre todos, en algún momento de nuestra actividad creativa, termina por grabar su huella en nuestro estilo.
La Comarca Lagunera ha sido en las últimas dos décadas, y sigue siendo, una olla que desborda hombres y mujeres interesados en la creación literaria cómo si de palomitas de maíz se tratara, y de donde han surgido escritores con oficio que no sólo ven a las letras cómo un mero esparcimiento que llene sus ratos de ocio y de vagancia, ni cómo un hobby que les dé la oportunidad de sentirse intelectuales para poder subir a una tarima y humillar a sus semejantes tachándolos de ignorantes e iletrados, sino escritores que han sido seducidos por la literatura y que han aceptado a las letras cómo una forma de vida, con una entrega y un compromiso enteros y en armonía perfecta con la pasión del sacrificio en la fragua de las palabras que dan sentido a sus textos y en los textos que dan forma y estructura a sus libros. Son estos escritores lo que han abrazado a “la literatura cómo un fin y no cómo un medio”, algo difícil de entender para el aprendiz no ideal del arte a través de la palabra escrita, cómo comenta Saúl Rosales (1).
Entre los costales de escribidores que ha producido el furor lagunero por las letras se encuentran excelentes escritores, que han destacado no solo en este polvoso y asoleado cacho de provincia, sino también a nivel nacional e internacional. Tres de estos escritores cuyos meritos literarios, aunados a la constancia de su producción y a su calidad libre de discusión, los han colocado en un lugar importante y como referencia dentro la literatura mexicana contemporánea, son Saúl Rosales, Jaime Muñoz Vargas y Vicente Alfonso.
Saúl Rosales ha escrito cuento, poesía, ensayo, novela y teatro, es miembro correspondiente de la Academia Mexicana de la Lengua desde octubre de 2003, director de la revista de literatura Estepa del Nazas y del Taller Literario del Teatro Isauro Martínez. El autor de la novela Iniciación en el relámpago ha recibido importantes reconocimientos, cómo el de “Creador emérito de Coahuila” en 1998 (2).
Jaime Muñoz Vargas también ha incursionado en casi todos los géneros literarios; además de escritor es periodista, escribe la columna “Ruta Norte” en el diario La Opinión Milenio de Torreón, Coahuila, y en los últimos diez años se la ha pasado arrojando letras al mundo cómo si fuera una imprenta humana y ganando galardones literarios, entre los que destacan el Premio Nacional de Cuento San Luis Potosí 2005 con su libro de relatos detectivescos Leyenda Morgan, y el Premio Nacional de Novela Rafael Ramírez Heredia 2009 con Parábola del moribundo (3).
Vicente Alfonso tiene libros memorables y entrañables, cómo La laguna de tinta y El síndrome de Esquilo, ambos de cuento, y constantemente escribe ensayos y artículos para revistas y periódicos nacionales. Entre los premios que se ha echado a la bolsa se encuentran el Armado Fuentes 2003 y el Estatal de Periodismo Coahuila 2007. En el 2006 ganó el Premio Nacional de Novela Policíaca con Partitura para mujer muerta (4).
La obra cuentística de estos tres literatos laguneros es abundosa, y de una notable calidad que los coloca al tú por tú con escritores que deambulan en el incierto resplandor de la fama nacional y extra-fronteras. Jalo bajo el fuego de la crítica el cuento debido a que es el género que más han cultivado Saúl Rosales, Jaime Muñoz Vargas y Vicente Alfonso, y a que en tres relatos, uno de de cada uno de ellos, se distingue una fluorescente y profunda influencia que circula entre los textos de los tres intelectuales, y que es a lo que Saúl Rosales llama vasos comunicantes (5); sin embargo, la novela, el ensayo y la poesía que han escrito son sinónimo y pauta -cómo menciono- del verdadero oficio de escritor, el del escritor profesional.
Los cuentos “Amor en Moscú” (6), de Saúl Rosales, “Sirena del Báltico” (7), de Vicente Alfonso, y “Las grandes alamedas” (8), de Jaime Muñoz Vargas, parecen pertenecer a un mismo libro, aun cuando no es así, debido a que presentan similitudes en el estilo, el fondo, la forma y el desenvolvimiento de sus personajes, siendo todo esto más notorio en “Amor en Moscú” y “Sirena del Báltico”, donde el segundo parece una continuación del primero. En “Las grandes alamedas” la ideología política y el pensamiento intelectual reflejan la influencia del cuento “Amor en Moscú”, que ha quedado impregnada en la trama del relato de Jaime Muñoz Vargas.
“Amor en Moscú” está narrado en primera persona a través de la voz de un estudiante torreonense que viaja a Rusia con fines académicos y termina convirtiéndose en amante de Olga, una joven estudiante rusa y rubia, que lo conquista con la belleza de su cuerpo. El estudiante se enamora del cuerpo de Olga, cuerpo que él describe cómo La Belleza, e intenta traerla consigo a México, pero lo impiden los prejuicios que cada uno de los dos padece.
En “Sirena del Báltico”, Vicente Alfonso nos relata las desventuras que enfrenta un joven que al parecer representa a un museo mexicano, y que es responsable de unas estatuillas pertenecientes a una muestra de arte precolombino que se exhibe en un museo de San Petersburgo, en Rusia. El joven, en una de sus vagancias por los pasillos del enorme museo, se topa con Katia, una hermosa muchacha rusa que inmediatamente despierta sus sueños eróticos, y con quien los cumple casi en forma instantánea. El joven, sin saberlo, se enfila hacia la pérdida irreversible del corazón y de la razón.
Las similitudes entre el personaje narrador de “Amor en Moscú” y el de “Sirena del Báltico” comienzan con la admiración que ambos sienten hacia la URSS y su sistema político socialista, pero no cómo para quedarse a vivir ahí permanentemente. Ambos jóvenes torreonenses son asaltados por la idea de traer a sus amantes rusas a México. En el cuento de Saúl Rosales, el joven estudiante, al llegar al aeropuerto de Moscú, se sorprende al mirar las inscripciones de identidad de los aviones (9); lo mismo le sucede al personaje masculino en el relato de Vicente Alfonso (10).
Saúl Rosales utiliza un leguaje barroco en su cuento, barroco no tanto en las palabras, pero si en el ensamble estructural de las frases, en las cuales es necesario leerlas completas hasta donde dé la pauta una coma, un punto y coma, un punto y seguido o un punto y aparte, para así poder entender en su totalidad el mensaje narrativo. Vicente Alfonso se vale de un lenguaje similar en “Sirena del Báltico”, y utiliza un breve juego de palabras al comenzar el cuento: “Pero ella no está allí. Ahora es el hada helada, es celada de celos” (11). Este juego de palabras es utilizado, aunque un poco más extenso, por Saúl Rosales al describir los momentos eróticos que pasan los protagonistas de “Amor en Moscú”: “Jugando con las palabras era una forma de vida/ una forma debida. […] Todo lo fecundaba el consentimiento recíproco, consentimiento, con sentimiento, con amor, con amor-nía, con armonía, con plenitud y con tranquilidad” (12).
Dos detalles más: tanto Saúl Rosales cómo Vicente Alfonso comienzan sus cuentos con una probadita del final, dándole un toque de narración casi circular, volviendo al punto donde todo empezó para después cerrar con el final completo. Por otro lado, los protagonistas masculinos muestran sus prejuicios machistas al aferrarse por convencer a sus amantes rusas de que se vayan con ellos, pero ambos fracasan, las mujeres rusas no ceden.
En sus relatos, Saúl Rosales y Vicente Alfonso reflejan la admiración y el amor platónico que sienten por la Rusia socialista a través del amor y la idealización que experimentan sus personajes por las mujeres rusas. Sin embargo, el estudiante torreonense de “Amor en Moscú” prefiere su país y sus prejuicios, y el personaje de “Sirena del Báltico” despotrica contra la ilusión de la belleza que le presenta Rusia y se aleja de toda lógica y de la razón al grado de ya no querer volver a la realidad, optando por acabar con todo, incluso consigo mismo.
Una diferencia muy notable entre “Amor en Moscú” y “Sirena del Báltico” es que el primero en todo momento es realista, y el segundo, al llegar a la parte final, justo en el penúltimo párrafo, si se analizan más a fondo las líneas, pareciera cómo si Vicente Alfonso abriera una pequeña ventana para que a través de ella se pueda conjeturar un final fantástico: el espectro o fantasma de una joven mujer que perdura y vive a través de una figura femenina pintada por Rembrandt en uno de sus cuadros, seduce y enamora a los hombres que pasean por el pasillo donde se encuentra la pintura, al grado de hacerlos perder la razón.
Retomando el cuento “Las grandes alamedas”, de Jaime Muñoz Vargas, la influencia de Saúl Rosales en el relato nos sonríe justo después del título, ya que Jaime utiliza cómo epígrafe la frase con que termina “Amor en Moscú”: “La solidaridad vive y resiste”, palabras seguidas en el siguiente renglón por el nombre de su autor (13).
Jaime Muñoz Vargas también adereza su relato con la ideología socialista clavada en el espíritu de los tres personajes principales: Pepe Rojas -el narrador-, Antar Lynch -el extranjero chileno-, y Betina López, muchacha comarcana que se enamora de Antar. A diferencia de Saúl Rosales y Vicente Alfonso, en cuyos cuentos el amor está cargado por un profundo erotismo, Jaime Muñoz Vargas narra un amor un tanto más intelectual, donde Betina se enamora de la sapiensa y la ideología de Antar, aunque Antar en un principio se enamore de la belleza de Betina, y quizás, más adelante, del hecho de que es su principal seguidora y de la militancia ideológica y política que comparten. En la historia de Jaime, el amor termina por imponerse y Betina sigue a Antar hasta Chile, donde juntos participan en una manifestación contra el golpe de Estado que recibió Salvador Allende el 11 de septiembre de 1973 (14). En “Las grandes alamedas”, Jaime narra la historia con un leguaje bastante digerible, pero para hacerlo se necesita de un conocimiento profundo de la lengua que ayude a no caer en los lugares comunes, y si se llega a ellos hacerlo con una maestría que los justifique.
Las similitudes que presentan “Amor en Moscú”, “Sirena del Báltico” y “Las grandes alamedas”, no son obra de la casualidad, sino de la admiración que sienten Jaime Muñoz Vargas y Vicente Alfonso por Saúl Rosales, por el maestro Saúl Rosales y su obra literaria. Dicha admiración ha dejado huella en el estilo narrativo de ellos dos, cuyos relatos reflejan la huella del maestro.
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1 “Cenáculo de la autocrítica y la crítica literaria”, Acequias, Revista de literatura y crítica cultural, Universidad Iberoamericana Torreón, otoño 2008, núm. 45, p.24.
2 Información obtenida del sitio web de Wikipedia, la enciclopedia libre, enlace:
http://es.wikipedia.org/wiki/Sa%C3%BAl_Rosales_Carrillo
3 “Perfil del usuario Jaime Muñoz Vargas”, Blog Ruta Norte Laguna, enlace:
http://rutanortelaguna.blogspot.com/
4 “Perfil del usuario Vicente Alfonso”, Blog El síndrome de esquilo, enlace:
http://www.elsindromedesquilo.blogspot.com/
5 Comentario escuchado en una clase de ensayo del maestro Saúl Rosales.
6 Rosales, Saúl, Autorretrato con Rulfo, ed. ISSSTE, México, 2000, 157 pp.
7 Alfonso, Vicente, El síndrome de Esquilo, ed. Ficticia, México, 2007, 128 pp.
8 Muñoz, Jaime, Ojos en la sombra, UAC, Saltillo, 2007, 211 pp.
9 Rosales, Op. cit., p. 88
10 Alfonso, Op. cit.,p. 8
11 Ibid., p. 7
12 Rosales, Op. cit., p. 99
13 Muñoz, Op. cit., p.175
14 Ibid., p.192

martes, 14 de junio de 2011

Presentación de Flor de Capomo en el fondo de un cafecito


El viernes pasado fui uno de los afortunados en presentar el libro Flor de Capomo, de Paul Medrano, obra literaria en la que el escritor tamaulipeco aborda con gran acierto uno de los géneros más difíciles de dominar, si no es que el más: el cuento. La presentación se llevó a cabo en El Cafecito del Fondo, lugar bastante acogedor que se encuentra en el interior de la librería del Teatro Isauro Martínez. Estuvimos compartiendo foro Heriberto Ramos, el autor y el adicto a la lectura y al aporreo del teclado de su laptop que ahora pergeña estas líneas. El evento literario comenzó poco antes de las ocho de la noche. El lugar registró una muy buena asistencia. Debido a que fue mi primera participación en la presentación de un libro, tuve que lidiar con varios costales de nervios. Lo bueno es que pude mantenerlos a raya durante mi exposición. La experiencia fue bastante estimulante.
Comento que fui uno de los afortunados porque de otro modo tal vez no habría llegado a mis manos el libro de Paul Medrano, cuyos tracks -que es como son llamados los relatos en la contraportada- provocan dependencia a su lectura. Y es que los cuentos del tamaulipeco están escritos con un lenguaje y un estilo narrativo que hacen parecer que escribir es fácil y sencillo, pero no lo es. Al contrario, es ahí donde radica lo complejo en la prosa del también autor de la novela Dos Caminos, cuya narrativa monopoliza nuestra mirada y nuestra atención aun después de llegar al final del libro.
La solapa de Flor de Capomo nos dice lo siguiente: Paul Medrano (Ciudad Victoria, Tamaulipas, 1977). Ha colaborado en Punto de Partida, Tierra Adentro, Replicante, Los noveles, Hermano Cerdo, Palabras Malditas, Milenio Diario, entre otras. Ha publicado Dos caminos (UNAM, 2010) y está incluido en los libros Palabras Malditas (Efímera, 2009), Antología del Premio Nacional de Cuento Policíaco del IPAX (Mondadori, 2009) y Negras intenciones, antología del género negro en México (Jus, 2010). Toda esta información nos da una idea más dilatada de la trayectoria de Paul Medrano.
Preparé unas líneas -de letras, no de otro tipo- para la presentación de Flor de Capomo, y a las cuales di lectura en el concurrido lugar. También abordé algunas observaciones que no incluí en dichas líneas. Los comentarios que hice apoyándome en una ensayada improvisación fueron los siguientes:
Llama la atención la generación de escritores nacidos durante los años setenta. La mayoría de ellos escribe muy similar. Quizá algunos un poco más burlonamente mientras que otros van al fondo, o casi, de situaciones muy depresivas, pero la forma en que todos lo hacen es muy parecida.
Es una verdadera pena que en nuestro país la literatura sea poco publicitada y que existan pocos reseñistas con buen criterio, ya que son los que nos pueden hacer llegar a libros como el de Paul Medrano.
Va el texto leído en la presentación.


La flor sarcástica y real de Paul Medrano


El momento histórico que vive o padece el escritor es ineludible cuando da forma a su obra literaria. La poesía, la narrativa y el ensayo que produzca con su pluma y letra, o con su teclado y caracter, contendrán espejos cuyos reflejos destellarán la realidad, más aun si además de literato el escritor es periodista, oficio donde es imposible ignorar los acontecimientos que sobrecogen, estremecen y cambian a la sociedad. Los catorce relatos o tracks -cómo los nombra la contraportada del libro- que ensamblan Flor de Capomo, de Paul Medrano, son ejemplo de ello. El escritor tamaulipeco calca la esencia de los días que vivimos y la embona en su narrativa dejando un testimonio muy cercano a la realidad pura.
La literatura además de arte debe ser interesante y divertir, características que muchos intelectuales y escritores, en un intento por deslumbrar con sus obras a otros intelectuales y a otros escritores, han hecho a un lado; literatos que han olvidado que todos nos iniciamos en la lectura por placer y diversión. Cada uno de los tracks de Flor de Capomo logra someternos de forma voluntaria a la lectura de sus líneas seduciendo nuestra mirada y nuestra curiosidad a través del estilo narrativo que utiliza Paul Medrano, un estilo tan ameno, sarcástico y jocoso que llega un momento en que no parece que leemos un libro de cuentos, sino que nos encontramos en un bar con un grupo de amigos de farra, todos contando malas pasadas que en algunos casos bordean o caen dentro de la fatalidad, anécdotas de cantina donde cada narrador se vio en medio de una situación germinada en los inseguros y violentos días que sobrevivimos. Así, nos imaginamos en el grupo de jarras que, en un intento por superar los sucesos padecidos, echa mano de la burla contra todo y contra sí mismo con la ayuda de unas buenas e inagotables rondas de cerveza.
A excepción de “Pistoleros famosos” y “La tumba de mi madre”, el resto de los tracks de Flor de Capomo contiene la garantía de arrebatos de unas buenas carcajadas, algunas veces por las ocurrencias narrativas y otras por un humor negro que a pesar de su tono provoca la risa. Paul Medrano traduce a detalle, a través de las palabras, las sensaciones de sus personajes, quienes se pierden a causa de sus vicios, como cuando describe la cruda contenida en el despertar del protagonista principal de “Polvo Maldito”: “Toda esa placidez que proporciona el alcohol durante la noche, se evapora al alba y ahí comienzan las complicaciones: se calientan el rostro y las manos; el cuerpo hormiguea y los párpados se dilatan. Pareciera que en cuestión de minutos, la parranda es transmitida por ósmosis al cuerpo de todos los dipsómanos del mundo. Por eso la mañana es el peor momento de la borrachera”. En el mismo relato, Medrano narra como una adicción lleva a otra. El personaje narrador, que es periodista, va a su trabajo, en el que es editor de un diario, entre borracho y crudo, entre crudo y borracho, y adquiere dos grapas con un compañero de la oficina para poder aguantar la carga laboral y el resultado de la carga etílica. El tipo, después de aspirar dos grapas de cocaína pura, se pone bien loco y edita varias barbaridades en el periódico. Cuando logra recuperarse del efecto del polvo blanco, narra su experiencia con lujo de detalles y concluye: “Esto es vivir de prisa, no mamadas. Apurar la muerte. Durante seis horas viví en una realidad paralela, rapidísima e inentendible”.
Paul Medrano utiliza recursos retóricos que todo lector pueda entender, cómo en el track “Aguanta Corazón”, en el cual un chavo, estudiante de arquitectura, es convencido por su amiga con derechos -aun cuando ha sido firme al negarse- para que le sirva de acompañante en una visita que hará a sus padres que viven en Monterrey, Nuevo León, pero él debe ir vestido de travesti: “Esa misma noche le llamé para preguntarle donde podía conseguir ropa aputarrada. Una semana después íbamos trepados en un autobús con rumbo a Monterrey. Yo llevaba pantalón apretado, blusa, tetas postizas y maquillaje. Mi aspecto lo comparé con el de una paleta payaso”. El estudiante, clavado con María Elena, que es todo un caso en aventuras sexuales, confiesa su masoquismo por ella: “Lo jodido de todo es que María Elena sabía que era capaz de desayunar en su inodoro”. El final del track es una denuncia contra los abusos policíacos.
En más de uno de los relatos de Flor de Capomo nos topamos con un tipo que sufre lastimosa y sumisamente a causa del “no” o de la ausencia de alguien, pero poco antes de terminar, los tracks dan un adictivo giro que, aunque intuimos, no esperamos, como en “Ella me dijo que no”. Otro similar es “Enséñame a olvidar”, cuento escrito por Paul con mucho ingenio dado que contiene letras, signos y números, y que si lo intentamos un poco es sencillo de leer y entender. Al hacerlo nos damos cuenta de que se trata de un poema pasional en prosa, un poema codificado cuya sorpresa no es a quién está dedicado, sino a qué.
“La carga ladeada” es uno de los tracks que promueve la reseña impresa en la contraportada del libro, y que trata sobre un pueblerino que traza una cancha de futbol con cocaína. En esta narración atestiguamos cómo la ignorancia y una fanática fe que lleva a la ceguera de la razón hacen que un pobre ranchero pierda todo al confundir un cargamento de cocaína con pequeños bultos de cal, cocaína con la que pinta la cancha de futbol de su pueblo.
En el cuento “La tumba será el final”, asistimos a la desesperación de un tipo joven que lleva cinco años “sin beber ni esnifar”, y escoge el peor momento para hacer ambas cosas “una última vez” a modo de despedida final de las dos adicciones, ya que la chava que pretende desde hace tiempo por fin da muestras de que va a darle el sí y él desea conquistarla e incluso casarse con ella. Pero el destino con forma de apagón, de una ida de luz, derrumba sus sueños eróticos y pasionales con Frida, que es quien le roba el aliento. En este track, la descripción de la cruda que sufre el personaje es muy buena: “Doy un repaso por mi cuerpo. La cefalea aún es fuerte y el estómago amaga con una rebelión gástrica. Debo dormir otro rato, sólo un poco más. Hay que esperar que hígado y páncreas hagan lo suyo”.
La lectura de “Las nieves de enero” nos demuestra que el track nada tiene que ver con nieve o con alguna nevada. Todo lo contrario. Es el viaje que hacen a Acapulco un tipo y su esposa. Él siempre se queda en el intento de decir “no” a ella y de pedirle el divorcio, y ella siempre se sale con la suya. El viaje termina en el viejo Acapulco y el personaje narrador nos da una idea del lugar: “En esta área se localizan los primeros hoteles y casas de huéspedes; además el turista podrá conocer de primera mano algunos de los oficios acapulqueños más tradicionales: pescadores, dealers, prostitutas y borrachos”. El escritor tamaulipeco también describe el clima de forma aguda: “El sol funde cada objeto o ser vivo que es bañado con sus rayos”.
Paul Medrano toma prestados los nombres y el comienzo de las letras de corridos y otras canciones norteñas para dar título a sus tracks e iniciar la narración de cada uno de ellos. Los relatos de Flor de Capomo desnudan el entorno inmediato y ponen al país entero frente a nosotros para que lo veamos y tratemos de asimilar la realidad sin el velo con que la cubren los medios de comunicación y nuestros gobernantes, que sólo muestran lo que ellos quieren que veamos. Medrano narra todo aquello que es un secreto a voces, que vemos pero que negamos a nosotros mismo y a los demás, toda la porquería que hiede a nuestro lado y que aun así simulamos no saber de donde viene el escatológico aroma. Verbigracia: El track “Pistoleros famosos” donde el comandante Espino se pregunta como es que el crimen organizado se da cuenta de todo: ¿Cómo se había dado cuenta de que estaban ahí? ¿Cómo era posible tanto poder?, se preguntaba el comandante. Era parte de los miles de oídos y ojos que tenía el Mazca por toda la ciudad. Que Big Brother ni que mamadas, pensó”. En el mismo relato, el jefe principal del mafioso grupo, comenta: “Porque a los gobernantes sólo les preocupa la apariencia y el dinero. La gente les vale madre. Al fin y al cabo nacen mucho chamacos todos los días”.
“Flor de Capomo”, el cuento que da título al libro, relata la historia de un tipo homofóbico que agarra el gusto por asesinar homosexuales. Aquí el humor negro domina el track. Aun con todo, es inevitable reír de la forma en que cuenta la historia la voz que narra en tercera persona y que levanta la sospecha de que es el asesino en sí. Este cuento puede herir susceptibilidades, sobre todo en aquellos que están a un paso de ser homosexuales, en los que son pero de ropero y más aun en los gays declarados. Por ello no hay que olvidar que Flor de Capomo es literatura, y en la literatura todo se vale.
Por lo general la editorial habla por sí misma, y mucho, de los productos que ofrece, y el Fondo Editorial Tierra Adentro ostenta la fama de lanzar al mercado buenos libros, obras literarias de una calidad indiscutible. Flor de Capomo, de Paul Medrano, confirma esa fama.

lunes, 23 de mayo de 2011

Fernando Vallejo y su virgen profética.


Los literatos suelen dar forma a sus obras motivados por diferentes razones. Algunos escriben debido a la inspiración, como los poetas. Otros confiesan que de pronto un tema, un objeto, un personaje, una situación o simplemente “algo” aparece en sus vidas, en sus pensamientos, robando su tranquilidad, la cual no recuperan hasta que escriben sobre ello, logrando así liberarse del asedio de ese “algo” mediante la práctica a sí mismos de un especie de exorcismo a través de la escritura. Unos tantos más han dado con una historia apasionante, sorprendente, tomada de la realidad o creada en la ficción, que desean compartir con todo aquel que esté dispuesto a leerla. Y también están los intelectuales que se han dejado allanar por el virus de la amargura más allá de los límites que todo hombre y mujer han experimentado, aquellos que escriben con reniego y crítica de todo, hasta de sí mismos, y hacen pública la indignación que los corroe por las injurias, barrabasadas e iniquidades que han padecido o de que han sido testigos. Tal es el caso de Fernando Vallejo.
En La virgen de los sicarios (publicada por primera vez en 1994), al igual que hiciera con La rambla paralela, Fernando Vallejo utiliza el género de la novela como excusa narrativa para despotricar contra todo aquello que lo saca del sosiego: la hipocresía religiosa, el narcotráfico y su gula de sangre y territorios, los sicarios cada vez con menos edad y sus ejecuciones con y sin razón, el ejercicio de cloaca en la política, y todo aquello que apesta en el orbe; más en específico, en su natal Colombia. Si pudiéramos separar el relato de La virgen… de las denuncias y de la exhibición desnuda de todas las cruentas situaciones que el autor de La puta de Babilonia describe, la narración en torno al tema central de la novela quizás no abarcaría más allá de la mitad de su total. Por ello el comentario de que la novela es la excusa para que asuman cuerpo los señalamientos de Vallejo acerca de una realidad que parece sacada de la mente retorcida del personaje más vil del filme La ciudad del pecado (Sin City, Robert Rodríguez, Frank Miller y Quentin Tarantino, 2005).
Vallejo narra muy al modo de Borges: en primera persona siendo él el personaje narrador de su historia, pero con un lenguaje y una técnica en extremo diferentes. El despliegue novelístico comienza cuando Fernando, gramático de profesión, regresa a su natal Medellín y va a parar al apartamento de su amigo José Antonio Vásquez, quien da asilo, comida y bebida a jóvenes sicarios, aunque más que albergue de almas perdidas el apartamento parece un prostíbulo controlado por el crimen organizado. Fernando es homosexual. Su amigo José le ofrece a Alexis, un chavo que es matón a sueldo y que ya lleva como diez ejecuciones. Fernando se va a un cuarto del apartamento con Alexis donde terminan dando desfogue a sus contenidas pasiones. El intelectual termina enamorándose de su joven amante y se lo lleva a vivir con él a su depa situado en el centro de Medellín. Y aquí comienza la travesía que harán juntos por la famosa ciudad colombiana visitando iglesias, plazas, tiendas, caminado por sus calles hasta llegar a las comunas, barrios bajos enclavados el las laderas de los cerros y montañas que rodean a la violenta urbe. Mientras todo esto ocurre, Vallejo despacha a diestra y siniestra sus cáusticas críticas y sus punzantes comentarios, como el que hace Fernando cuando va con Alexis a la iglesia de Sabaneta para orar a la virgen de su infancia, María Auxiliadora, al ver una peregrinación repleta de fieles, sobre todo de fieles jóvenes que son sicarios: “Esta devoción repentina de la juventud me causaba asombro. Y yo pensando que la Iglesia andaba en más bancarrota que el comunismo… Qué va, está viva, respira. La humanidad necesita para vivir mitos y mentiras. Si uno ve la verdad escueta se pega un tiro”. En el ir y venir por Medellín y sus alrededores, Alexis también se la pasa despachando, pero cristianos y no cristianos, enviándolos a que se cercioren si el más allá es como lo colorean las religiones. Sólo basta que el gramático muestre algo de desagrado hacia alguien para que su ángel exterminador le meta un tiro en la frente.
Conforme se avanza entre las páginas de La virgen… es inevitable llegar a identificarse con la cruenta realidad colombiana, es inevitable pensar que Vallejo no escribe sobre Colombia, sino sobre México, como cuando relata lo que ocurre después de los asesinatos de los candidatos a un hueso importante y que son favoritos y queridos por el pueblo, incluso después de las ejecuciones de políticos ya ejerciendo un cargo público: “La fugacidad de la vida humana a mí no me inquieta; me inquieta la fugacidad de la muerte: esta prisa que tienen aquí para olvidar. El muerto más importante lo borra el siguiente partido de fútbol”. El colombiano no anda con contemplaciones, cómo debería hacer todo escritor, y al lanzar el dardo contra la personalidad de los políticos, la afilada punta va y se clava en el centro de la realidad burocrática: “Todo político o burócrata (que son lo mismo, puesteros) es por naturaleza malvado, y haga lo que haga, diga lo que diga no tiene justificación. Jamás presumas de éstos su inocencia”.
Fernando Vallejo utiliza un lenguaje sencillo, al menos en apariencia, dando cuenta de modismos del habla colombiana, donde las palabras fluyen como si estuviéramos en plena conversación informal con un vecino originario de por aquellos lares, o con el mismísimo Vallejo. Así, el sarcasmo, las burlas, la risa, la indignación, la impotencia, la tristeza y la resignación del personaje nos sensibilizan, nos oprimen las entrañas y nos llevan a través de las páginas a un ritmo vehemente que no notamos debido a su fluidez.
La virgen de los sicarios es una novela profética. Predice un futuro para el orbe que será similar a la realidad colombiana reflejada en su trama: “Los pobres producen más pobres y la miseria más miseria, y mientras más miseria más asesinos, y mientras más asesinos más muertos. Ésta es la ley de Medellín, que regirá en adelante para el planeta tierra”. La profecía vallejiana lleva años alcanzando países, entre ellos México.

jueves, 5 de mayo de 2011

La resistencia de Ernesto Sábato





Los últimos tres años han sido devastadores para las letras mundiales, mitos y leyendas vivientes de la literatura nos han dejado para ir a sondear el más allá. En 2009 falleció Mario Benedetti, en 2010 se fueron a seguirle el rastro José Saramago y Carlos Monsiváis, y ahora el 2011 se ha llevado entre los azotes de su historia a un icono -muchos aseguran que el último de los grandes- de las letras argentinas.
El sábado pasado, mientras leía las noticias en el espacio virtual de El Siglo de Torreón, un encabezado me noqueó la razón dejándome cómo escultura de hielo incrédula: “Muere escritor argentino Ernesto Sábato”. Abrí el enlace y era cierto, Sábato había muerto la madrugada del sábado a causa de una bronquitis, enfermedad inclemente y mortal para alguien de 99 años, edad que tenía el autor de El túnel.
El primer libro que me recomendaron de Sábato fue La resistencia, obra ensayística sobre la falta de humanismo en el hombre moderno contenida en cinco cartas y un epílogo. Para alguien que nunca ha leído ensayos tan ensanchados, o que ha degustado una mínima porción del género literario de Montaigne, La resistencia es una muy buena opción para zambullirse hasta el fondo de las cuestionadoras, revelantes e inquietas aguas del ensayo debido a que Sábato aborda el género a modo de epístolas narrativas haciéndolo más interesante y muy ameno. El paisano de Borges publicó La resistencia en el 2000, pero el libro en vez de perder vigencia la ganó en estos últimos diez años, y la sigue ganando conforme los calendarios nacen y mueren.
Casi al comienzo, dentro de las líneas del capítulo inicial “Primera carta, Lo pequeño y lo grande”, Sábato va directo a la semilla: “Porque a medida que nos relacionamos de manera abstracta más nos alejamos del corazón de las cosas y una indiferencia metafísica se adueña de nosotros mientras toman poder entidades sin sangre ni nombres propios. Trágicamente, el hombre está perdiendo el diálogo con los demás y el reconocimiento del mundo que lo rodea, siendo que es ahí donde se dan el encuentro, la posibilidad del amor, los gestos supremos de la vida”. A pesar de que en el momento en que Sábato escribió esta carta-ensayo aun no habían las redes sociales que hay ahora cómo Facebook y Twitter, el monstruo de la información llamado Internet ya mostraba señales de su gran poder de absorción en la vida del hombre, y el también autor de Sobre héroes y tumbas vio cómo las pantallas, sin importar si eran las de los televisores, las computadoras, los celulares, y más recientemente las de las iPad, acechaban a la humanidad con el único fin de tragarla, de engullirla con sus fauces formadas por imágenes y sonidos nunca antes experimentados, sin darle oportunidad de que escapara a su esclavización. Sobre la tiranía virtual, y aunque enfocado en la televisión, Sábato escribe: “Las palabras de la mesa, incluso las discusiones o los enojos, parecen ya reemplazadas por la visión hipnótica. La televisión nos tantaliza, quedamos cómo prendados de ella. Este efecto entre mágico y maléfico es obra, creo, del exceso de la luz que con su intensidad nos toma. No puedo menos que recordar ese mismo efecto que produce en los insectos y aun en los grandes animales. Y entonces, no sólo nos cuesta abandonarla, sino que también perdemos la capacidad para mirar y ver lo cotidiano. […] Irónicamente he dicho en muchas entrevistas que “la televisión es el opio del pueblo”, modificando la famosa frase de Marx. Pero lo creo, uno va quedando aletargado delante de la pantalla, y aunque no encuentre nada de lo que busca lo mismo se queda ahí, incapaz de levantarse y hacer algo bueno”. Las palabras de Sábato son un golpe directo a la quijada de la razón para ver si así despierta del sueño profundo en que los mundos virtuales la tienen sumida.
La resistencia es un llamado que nos hace el Premio Cervantes argentino para que precisamente hagamos una resistencia contra todas aquellas tecnologías, novedades, tendencias y actitudes impuestas por el mundo moderno, que en vez de darnos la libertad que maliciosamente nos ofrecen, acaban por volvernos sus incondicionales sirvientes.
Ernesto Sábato se embarcó hacia el gran viaje que algún día todos tendremos que hacer, pero quedan sus letras contenidas en cada uno de los libros que nos dejó. Un buen inicio hacia el conocimiento y deguste de la obra literaria de Sábato es La resistencia.

martes, 19 de abril de 2011

En el hospital


Estás líneas que me remontan al blog las tecleo desde el hospital. Hace ya casi un mes que la mitad de mis faenas diarias, o tal vez un poco más, transcurren entre enfermos, doctores y enfermeras en cuyos atuendos predomina un inmaculado tono blanco (sobre todo en las enfermeras), guardias de seguridad que patrullan cada uno de los pisos, y visitantes cuyas edades destellan desde adolescencia hasta senectud. Mis constantes incursiones en el nosocomio me espantaron el ánimo de asaltar el teclado de mi laptop debido a la embestida de la tristeza propia y ajena que padecí y al cansancio físico y psicológico que me allanó y que no he logrado detener, mucho menos desterrar. En los últimos veintiocho días no han faltado las noches en que me he querido obligar a escribir aun cuando mis dedos se arrastren sobre las letras de mi viejo ordenador portátil, pero recuerdo el consejo de Chejov sobre no dejar correr la pluma con la cabeza cansada y desisto. Hoy, sin embargo, las letras han ganado en su insistencia a que las retome y escriba, sobre lo que sea, pero que escriba. Así que ahí van algunas anecdóticas observaciones sobre el hospital. Aun cuando yo no soy el enfermo (daría lo que sea por que así fuera), padezco cierto tullimiento en mis manos por la falta de ejercicio letrístico a que me he abandonado. Espero que este post con que vuelvo al blog no quede tan peor.
Las doctoras y las enfermeras jóvenes, guapas, amables y buena onda no sólo son un mito que encarna en los personajes de las series de televisión americanas, sí existen y algunas de ellas laboran en el hospital que ahora frecuento. No dudo que en el resto de las clínicas de nuestro país ocurra igual.
Cuando pasamos por fuera de un hospital el resto del paisaje citadino nos sigue pareciendo igual: luminoso y sin afectaciones. Pero cuando ingresamos a un hospital y conocemos de cerca todo lo que alberga su interior, la ciudad ya no parece la misma. Una extraña sensación, similar a encontrarnos viviendo una realidad fantástica de la dimensión desconocida, nos ataca y las emociones arremeten contra nosotros. Desesperación, tristeza, soledad, dolor, llanto, esperanza, coraje, humildad, ateísmo y fe forman una cicuta que se adueña de nuestro paladar y que tragamos sin poder evitarlo; el brebaje hace que la indiferencia -en cuyo ojo nos encontramos- cale más profundo.
El hospital es una cárcel donde la enfermedad nos tiene presos al habernos acusado de algo que ella misma nos ha hecho. Es necesaria la abogacía de los doctores y su ayuda a través de medicamentos para asir de nueva cuenta la libertad. Por desgracia hay personas, las menos afortunadas, que recibirán la condena de cadena perpetua y algunas incluso hasta la de la pena de muerte.
Existe una frase que reza “No hay ateos en las trincheras”, y en el tiempo que llevo entrando y saliendo de la trinchera llamada nosocomio he descubierto que esta frase tiene mucho de cierto.
Después de conocer de cerca una grave enfermedad -ya sea en nosotros mismos o en uno de nuestros seres queridos- donde se percibe el constante acecho de la muerte, todo adquiere un enfoque diferente, la vida jamás será la misma, lo que creíamos importante deja de serlo y lo que considerábamos cotidiano y banal adquiere una dilatada importancia.
A pesar de la crudeza con que se dan la inseguridad y la violencia en las calles, es bastante alentador estar cerca de doctores, enfermeras y personal en general de un hospital; es sobrecogedor verlos combatir juntos y sin descanso contra la muerte intentado recuperar la salud de cada uno de los enfermos.
Se dice que en la cárcel, en el hospital y en la funeraria se conoce a los amigos. Es verdad.

miércoles, 2 de marzo de 2011

La erudición de Fernando Vallejo


Los buenos escritores son aquellos que desde el primer encuentro atrapan al lector con sus letras, con su forma de manejar el lenguaje. Es muy común llegar a ellos a través de la recomendación de algún familiar o amigo que comparte con nosotros la avidez de libros provocada por la buena literatura. Es seguro que, después de oír hablar a alguien sobre cierto escritor, y ese alguien es alguien cuyo criterio respetamos, en nuestra próxima visita a una librería, los libros del literato de la plática esclavizarán nuestra atención. Si es un título en específico lo que nos recomendaron, ese tomaremos, lo abriremos, tal vez en el principio, tal vez en alguna página al azar, y leeremos. Si el escritor es bueno, muy bueno, y nos llega, su voz nos seducirá y ya está: nos convertiremos en parte del grupo de lectores que le rinde culto. Uno de estos escritores es Fernando Vallejo.
En octubre del año pasado tuve la oportunidad de conocer en persona a Fernando Vallejo. A pesar del breve tiempo que lo escuché, me di cuenta de que, aun siendo un literato reconocido y bastante controvertido, posee una cualidad que adolecen los jóvenes y noveles escritores: la sencillez. Vallejo, durante la disertación entre amigos que tuvo con varios de nosotros, todos aprendices de escritor, citó a Logoi. Una gramática del leguaje literario, libro que publicó por primera vez en el año de 1983, y cuya segunda y última edición, la de 2005, se agotó. Aun así, varios de sus discípulos de aquella ocasión logramos conseguir el libro.
Son pocos los escritores que además son intelectuales, verdaderos intelectuales cuya dilatada erudición difumina los limites del conocimiento que poseen cómo lo fueron Jorge Luis Borges y Alfonso Reyes. La introducción de Logoi… es una clara muestra de que Fernando Vallejo también pertenece al reducido grupo de escritores que son intelectuales, de intelectuales que son escritores.
Vallejo demuestra su erudición en materia de gramática literaria desde las primeras páginas de Logoi…, las que precisamente corresponden a la introducción. A través del conocimiento de los autores clásicos, desde Homero hasta los contemporáneos, y las citas que toma de ellos, el colombiano-mexicano nos habla de los dos lenguajes que existen, y que siempre han existido: el hablado y el escrito; el oral y el literario. Menciona que “hoy por hoy esta constatación de Aristóteles sigue siendo una gran verdad de la lingüística: la prosa es como una lengua extrajera opuesta a la lengua cotidiana”. Es bastante interesante el enterarse de que los primeros gramáticos “coinciden en definir el objeto de su estudio no cómo una ciencia del lenguaje en general, sino cómo una ciencia del lenguaje de la literatura. Como una filología, en suma”.
El autor de La virgen de los sicarios, también explica como el idioma no se inventa, sino que se hereda, haciéndonos ver cómo todos los escritores clásicos y contemporáneos de diferentes y distantes partes del orbe, y en distintos idiomas, han utilizado formulas literarias creadas por la tradición, y también han usado palabras y han escrito frases que caen en lugares comunes, en clichés que llegan a ser un recurso literario. Vallejo afirma que “la literatura está hecha de coincidencias”.
La principal inspiración del escritor son los libros que ha leído y que lee; Fernando Vallejo lo ejemplifica magistralmente en las líneas con que finaliza la introducción: “El Quijote, la obra cumbre de las letras españolas, es en parte un libro sobre otros libros. El ingenioso hidalgo, enamorado de la palabra escrita, cabalga tras una quimera literaria. El genio de Cervantes descubrió que la literatura, más que en la vida, se inspira en la literatura”
Toda la introducción de Logoi…, a pesar de estar montada sobre datos históricos de la literatura y referencias de escritores de todos los tiempos y de diferentes latitudes y diferentes lenguas -incluso en diferentes lenguas-, es tan amena que mantiene fresco e intacto el interés. No dudo que cada una de las páginas de cada uno de los capítulos del libro es igual de interesante, absorbente e instructiva.

miércoles, 23 de febrero de 2011

Tres noches de Música solar


Daniel Maldonado, poeta y escritor torreonense, es un incansable promotor del libro y la lectura. Gracias a él, quienes somos sus alumnos de poesía -y también quienes no los son- nos enteramos de libros, muy buenos libros, de escritores que a veces ni en el mundo hacíamos. El sábado pasado, Daniel llegó a la clase con un poemario de portada anaranjada que había pescado en el océano del libro usado. El volumen era Música solar, de Efraín Bartolomé, uno de esos libritos de poesía que se ponen a las patadas con los adobes de la moda editorial, repitiendo la historia de David y Goliat, donde el pequeño se lleva de calle al gigante y termina por cortarle la cabeza.
Daniel nos leyó algunos de los versos atrapados entre las páginas de Música solar, y nos recomendó bastante el libro y la obra en general de Efraín Bartolomé. Maldonado pensaba rifar el libro entre la clase, pero cómo aun no lo leía en su totalidad, prefirió hacerlo hasta dentro de una semana. El énfasis con que Daniel acompañó su recomendación hizo que yo le solicitara el préstamo momentáneo de Música… para garabatear en mi cuaderno de notas el título completo y el nombre correcto del poeta. Al terminar la clase, las prisas hicieron que Daniel olvidara el poemario en mi lugar, así que me lo agencié con el fin de leerlo y devolverlo a su dueño el próximo sábado.
Aunque leo bastante, no soy demasiado rápido al hacerlo; me gusta saborear el contenido de los libros capítulo por capítulo, página por página, palabra por palabra, letra por letra. Sin embargo, el poemario de Efraín lo devoré en tres noches. Y es que los libros de poesía suelen ser pequeños, de pocas páginas, y por lo general son muy pródigos los espacios en la edición y el estilo de los versos; así cómo una página puede contener un poema completo o una parte de él que ocupe el total de la cuartilla, también puede ser que los versos no lleguen a habitar más allá de la tercera parte de dicha cuartilla.
Los poemas de Música…, cómo lo menciona la pequeña reseña incluida en la contraportada del libro, ensamblan cuatro tiempos: Música solar, El corazón terrestre, comunión de silenciosos y las mañanas negras.
Los tiempos “Música solar” y “Comunión de silenciosos” pintan, a través de los versos y sus metáforas, sentimientos de un amor y un erotismo profundos que llenan, que enferman cuando no se está al lado de la mujer amada, de la amante que ocupa la mente del hombre en todo momento y en todo lugar. En “Comunión de silenciosos”, Efraín expresa así el irreprimible deseo de poseer a la mujer amada y toda la felicidad en que desboca la pasión correspondida:
“En estos días he visto tantas cosas de mí/Me he aprendido en tu voz/En el atrevimiento de tus manos/En tu cuerpo arrojado al reposo después de la tormenta/reflejándome/oyéndome. Te recuerdo de pie frente al espejo tocada apenas por la luz. Llenos de ti mis ojos/Mis manos insaciables/El húmedo cabello derramado en el lecho/Tus hombros veteados por la sombra/La lengua de la luz en tus caderas blancas. Al fino talle prendo garras dulces. Mis brazos se hacen alas y te envuelven/Hundo sobre la alfombra cascos de minotauro/Embisto/Rasgo/Aúllo/Me despeño. Soy agua desplomada sobre ti/Soy la más tibia lengua/El río más tierno/Agua. Ahora quiero gritar/contárselo a mi sombra/A los geranios. Pero no/Nadie hable/Hay ojos que vigilan en la calle/Cada ventana es una luz/La luz construye sombras/Oh amante/Saliva/Sangre mía/¿A quien decirlo ahora? Se volverán escasos los amigos. Piedras descenderán sobre nosotros. Pero habrá que decírselo al frío y a mis manos/Al perro y al silencio/Porque de otra manera/tanta felicidad me va a estallar adentro”.
En cambio en “El corazón terrestre” y en “Las mañanas negras”, el chiapaneco evoca paisajes vividos en su tierra, no sin que en algunos versos de pronto se cuelen los recuerdos de su amada y del erotismo que impregna a todos sus sentidos, pero con predominio de los paisajes y los sentimientos despertados por sus travesías, cómo en el poema “Ferrocarril nocturno”:
“El tren/y su ronquido de insecto colosal/emergiendo del vientre bermellón de la montaña. Más allá de la bruma pasan pueblos fantasmas/Centelleos/La ventisca lamiendo los cristales/sin atreverse a entrar. De pronto/surge un ciego rumor de viento enfermo/en la raíz profunda de la noche/Y cruje el tren/Se hace un insecto mínimo/a tientas/avanzando. Así mi cuerpo ahora/Así la soledad que me rodea/sin atreverse a entrar.
Es muy cierto lo que reza el principio de la reseña al reverso del libro: “Música solar resume una vigorosa renovación del buen decir de la poesía mexicana”. Con Música solar Efraín Bartolomé obtuvo el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes, 1984. Los jurados no erraron en otorgarle el galardón al chiapaneco, quien es un referente contemporáneo de la buena poesía que se produce en nuestro país.

lunes, 14 de febrero de 2011

Revistas literarias



Las revistas literarias son parte del oxigeno que necesita la vida creativa de una región inundada por el interés en las letras y las humanidades cómo lo es la Comarca Lagunera. Es muy intensa la frustración que se experimenta cuando uno lleva un buen tiempo escribiendo y las cuartillas pergeñadas no pasan de ser un archivo digital en la PC o en la Laptop dentro de la carpeta de “mis documentos”, o a lo más una impresión en hojas de máquina sin el logro de la publicación. Los blogs de cierta forma llegaron para que cualquier persona aficionada a escribir pueda subir los textos tecleados a su espacio personal de Internet dándolos a conocer de forma global. Pero el blog no apacigua, y mucho menos fulmina, el deseo de ver publicadas las cuartillas producidas en alguna revista, en algún libro. Es aquí donde las revistas literarias fungen de madera sobre las profundas e interminables aguas de la desesperanza que por lo común golpean a los noveles escritores.
Han sido varias las revistas literarias que han emergido en La Laguna, pero sólo dos subsisten hasta hoy: Estepa del Nazas y Acequias; la primera publicada por el patronato del Teatro Isauro Martínez, y la segunda por la Universidad Iberoamericana Plantel Laguna. Desgraciadamente, tanto Estepa… cómo Acequias han padecido los jodazos de la endeble economía que no logra despuntar, que aun no se recupera de la caída libre hacia el abismo que sufrió en el 2009. Estepa… padeció un largo período de receso en cuanto a su publicación, donde el argumento fue la falta de presupuesto. Acequias, a pesar no de no sufrir un período de espera similar desde su nacimiento a la fecha, en su último número, el 54, dejó de publicarse en papel y sólo apareció en su versión virtual de Internet; supongo que el alegato fue el mismo: la falta de marmaja. La esperanza de que Acequias vuelva a su lujoso papel (ya con que vuelva al papel es ganancia, aunque no sea tan lujoso) recae en Julio César Félix, el timonel, que desde la presentación del último número en diciembre pasado, no ha dejado de chambear duro y tupido para que Acequias pueda de nueva cuenta hojearse y leerse en su formato habitual. Esperemos que Julio corra con suerte en su cruzada por que así sea.
Desde mis comienzos cómo escribidor mi imaginación vislumbró la posibilidad de que Estepa... o Acequias, incluso ambas, publicaran algo mío dado que las dos revistas acogían ensayos, poemas, cuentos, anticipos de novelas, artículos y reseñas de escritores regionales, tanto de aquellos que comenzaban cómo de los que ya habían logrado destacar. Entre ellos se encontraban, y de pronto aun se encuentran, Jaime Muñoz Vargas, Vicente Alfonso, el maestro Saúl Rosales, Carlos Velázquez, Julio César Félix, Daniel Herrera, Angélica López Gándara, Daniel Maldonado y muchos otros más. Así que me armé de valor y allá por mediados de 2008 comencé a probar suerte con mis escritos y envíe -vía correo electrónico- un cuento a Estepa…, y a principios de 2009 mandé lo que consideré un artículo a Acequias. Ninguno de los dos textos que empuje hacia la aventura fue publicado. Cómo es común con estas experiencias, me deprimí perdiendo un poco la moral, pero aun con todo no dejé de escribir. El año pasado fue bastante gratificante para mí, ya que Acequias, en su número 52, publicó mi reseña “La leyenda de Jaime Muñoz Vargas” que escribí sobre Leyenda Morgan, libro de relatos detectivescos del también autor de Parábola del moribundo. La misma Acequias, en su edición más reciente, publicó un artículo que escribí hace tiempo: “Nuestra aportación al caos”. Por parte de Estepa…, en su nueva edición, la que pronto saldrá de las prensas, aparecerá otra reseña de mi autoría que también escribí hace tiempo sobre Las manos del tahúr, otro libro de cuentos de Jaime, y que titulé “Jaime Muñoz Vargas, un tahúr profesional de las letras”. Además de esta reseña, Estepa… tiene en su cava, para un próximo número, mi ensayo “La monja atea”, que tecleé el año pasado sobre el tema de la esperanza contenido en el soneto “Verde embeleso”, de Sor Juana Inés de la Cruz. A excepción de “La leyenda de Jaime Muñoz Vargas”, reseña que subí cómo post al blog el año pasado, y “Nuestra aportación al caos”, artículo ya publicado por Acequias, el ensayo sobre los versos de “La décima musa” lo publicaré en el blog, si no es que desespero y lo hago antes, en cuanto salga al público la edición de Estepa… que lo abrazará entre sus páginas. Ojalá que las próximas dos Estepas no demoren en llegar a nosotros.
Acequias, en su edición 54, puede leerse a través de dos enlaces: http://sitio.lag.uia.mx/acequias/acequias54/Contenidorevistaacequias54.html y http://issuu.com/iberotorreon/docs/acequias54
Aquí, bajo este post, les dejo el artículo “Nuestra aportación al caos”.

Nuestra aportación al caos


A través de la historia de México se han destapado no una ni varias, sino muchas crisis, sobre todo económicas. En los años ochenta, cuando transcurría mi niñez, ese segmento de tiempo en la vida donde nada nos preocupa, está muy presente en mi memoria el estrés de mis padres, pero también su férrea lucha frente a la difícil situación económica que por entonces atravesaba nuestra familia. Era un tremendo esfuerzo considerando que solo mi padre trabajaba. Aun así ellos eran felices y nos transmitían -a mi hermano y a mí- sus mejores sentimientos. “Lo más importante es que tenemos salud, lo demás como quiera. El dinero va y viene” Estas frases eran recurrentes en mi padre cuando enfrentaba algún gasto alto e imprevisto. No es porque sea mi padre, pero ahora que tengo consciencia de muchas cosas, sobre todo de lo complicado y difícil que es sobrevivir, él fue y es un héroe, desconocido para muchos, o casi para todos, pero un héroe a fin de cuentas. Hoy le otorgo aun más mérito al recordar que el dinero iba, pero muy pocas veces venía. Pero, reitero, éramos felices y vivíamos muy, pero muy tranquilos.
En la actualidad es muy difícil entender el significado de la palabra “tranquilidad”, sobre todo por el apocalíptico índice de inseguridad y criminalidad que sufrimos a diario en nuestro país, con un recrudecimiento en todo el norte, incluyendo La Comarca Lagunera. Los niños y adolescentes de nuestro presente no pueden imaginar que, no hace mucho tiempo, la gente caminaba por las calles de cualquier ciudad sin temor a que algo trágico pasara, las personas platicaban afuera de sus casas hasta altas horas de la noche en verano, los niños jugaban en la calle como si del patio de su casa se tratara, los asesinatos sangrientos causaban indignación y un pavoroso escándalo que los convertía en leyendas urbanas, el respeto por los demás y los buenos modales eran características bien acuñadas en la mayoría de la gente, la palabra que alguien empeñaba era de un valor mayor al de cualquier papel firmado, la policía se hacia respetar y los que andaban chuecos le temían, el ejército causaba terror (esto no ha cambiado mucho) cuando por algún motivo patrullaba la ciudad, los narcotraficantes eran mayormente repudiados que admirados, la Policía Federal de Caminos era admirada y temida casi como el ejército; en suma, México era un país donde reinaban la tranquilidad, la seguridad y el respeto mutuo, algo contrario a lo que se vive ahora. Los mexicanos nos admirábamos, con asombro e indignación, al ver en las noticias de la televisión y leer en los periódicos la violencia que azotaba a otros países de Latinoamérica, como Colombia y El Salvador; ya no se diga allá en Palestina, Arabia Saudita y también en diferentes lugares de África. Además, presumíamos que éramos libres de circular por cualquier parte de México y de hacer lo que quisiéramos siempre y cuando estuviera dentro del margen lícito, a diferencia de Cuba y el régimen castrista, y de algunos otros países que sufrían dictaduras. “Aquí en México tenemos paz, tranquilidad y somos un país libre; somos libres de hacer lo queramos hacer”, comentaban mis padres al darse cuenta, en 24 Horas con Jacobo Zabludovsky, de la esclavitud que vivían -y hasta la fecha viven- los cubanos, de los enfrentamientos entre la guerrilla y el ejército en El Salvador, de la violencia que padecían las calles de Medellín en Colombia, de la guerra del Medio Oriente, y de tantas cosas que eran inimaginables en nuestro México, que entonces si era más lindo y, porque no decirlo, más querido.
Es ahora, que parece que el resto del mundo nos compartió sus desgracias, cuando añoramos los viejos tiempos y nos preguntamos: ¿Valió la pena el cambio del gobierno del partido tricolor al del partido blanquiazul? ¿De que ha servido que se le declarara la guerra al crimen organizado si estamos peor que antes? ¿Cuánto dinero y cuantas vidas (sobre todo) son el costo de esta guerra sangrienta y al parecer inútil? ¿No habría sido mejor que el derroche de recursos monetarios y humanos fuera para fortalecer la educación y golpear sin piedad al desempleo creando así mejores ciudadanos? Gran parte del país, en su mayoría, reflexiona sobre estas preguntas y está en contra del proyecto actual que maneja el gobierno federal. Si hubiese mejor educación, más y mejores oportunidades laborales y un mayor desarrollo social, menos hombres, mujeres y jóvenes voltearían a ver hacia la tentadora oferta que les hace el crimen organizado, porque para muchos es eso o morirse de hambre; además, si sumamos la falta de valores morales, la delincuencia la lleva de gane. Y todo esto no es solo mi opinión, es la opinión de intelectuales y expertos sobre el tema, tanto mexicanos como extranjeros.
Sí, en este sexenio se han capturado más capos y cabezas del crimen organizado que quizás en todos los demás períodos presidenciales juntos, pero de que sirve si todos los días muere gente inocente, todos los días se llevan a cabo múltiples ejecuciones, todos los días extorsionan a más y más personas, todos los días se sabe de los famosos levantones; no paran los secuestros, no paran los enfrentamientos entre autoridades y delincuentes, no para la ineptitud de algunos cuerpos de seguridad para atrapar o neutralizar -a como dé lugar- a quienes tienen el descaro de enfrentar a las fuerzas del orden en sus propios cuarteles; y, aunque ya no es un “encabezado” que venda cómo antes en los noticieros ni en los diarios, les puedo asegurar que el número de las muertas de Juárez sigue creciendo. El crimen, organizado y desorganizado, dio un paso adelante, intentó desbocarse, lo hizo, se encontró con la impunidad y ya no dio un paso atrás. Mientras no se apliquen a fondo las defectuosas leyes con que contamos, mientras no sea posible crear nuevas leyes que protejan al buen ciudadano y que no sean la burla de los delincuentes, mientras no se acabe la corrupción -madre de la impunidad-, México seguirá tal como va en cuestión de seguridad: cada vez peor.
Hay que luchar desde nuestra propia trinchera educando a nuestros hijos lo mejor posible, no dejándolos solos en los momentos más titubeantes, difíciles y decisivos de su vida, sin olvidar que debemos predicar con el ejemplo siendo -lo mejor que podamos- mejores hijos, mejores padres, mejores vecinos, mejores empleados, mejores mexicanos en todo el sentido de la palabra. Por supuesto que el gobierno no puede endosarnos todo a quienes intentamos mejorar -desde nuestro entorno- la situación del país, como tampoco podemos dejarle todo el paquete al gobierno, si es que aun queda algo de él. Es momento de reflexionar cual es nuestra aportación al caos en el que nos encontramos sobreviviendo, si estamos ayudando a que se ordene y solucione o lo avivamos más -consciente o inconscientemente- arrojando troncos y ramas secas a su pira para que de una vez termine por achicharrarnos. Necesitamos echar a andar el cambio que deseamos, y solo lo vamos a lograr convirtiéndonos en personas de acción y participación.