domingo, 30 de mayo de 2010

La Leyenda de Jaime Muñoz Vargas


Cuando visitamos una librería, y más si ya nos consideramos avezados en la búsqueda de buena literatura, nuestros ojos hurgan en los estantes de novedades, en la pila de las ofertas y en los escondrijos lejanos a la entrada tratando de encontrar las obras de los escritores de innegable calidad y que además son de nuestro gusto. Así buscamos a leyendas vivientes cómo Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa y José Saramago; a escritorazos cómo Juan Rulfo, Alejo Carpentier, Jorge Luis Borges y William Faulkner; a clásicos cómo Edgar Allan Poe, Antón Chejov y Fiador Dostoyevski; y cómo no considerar a los clásicos de clásicos: Los Griegos. Algo de todos estos autores, y de muchos más, buscamos en las librerías, pero ¿Se fijan que rara vez buscamos el libro o los libros de algún autor regional? Quizá se debe a que, o no conocemos algún buen autor regional debido a que no nos lo han recomendado o no ha caído algo de él en nuestras manos, o simplemente nuestras narices son tan grandes que no logramos ver lo que está muy cerca de nosotros, y vemos solo a lo lejos.
Hasta ahora no existe librería alguna que no me jale rauda e inmediatamente en cuanto la veo, y ya dentro del local, en medio de pilas y pilas de libros, busco a mis escritores de cajón, nacionales y extranjeros, sin omitir a los regionales, entre los que están: Jaime Muñoz Vargas, Vicente Alfonso y el maestro Saúl Rosales. Es Jaime Muñoz Vargas el culpable de estás líneas producto del deleite que me dejó su libro de cuentos policíacos Leyenda Morgan.
El relato policiaco, a partir de su nacimiento, se convirtió en un género literario adictivo, altamente adictivo, tanto que, después de que Edgar Allan Poe le diera vida por primera vez, muchos siguieron el sendero del también llamado género negro y se hicieron famosos, y hasta ricos, escribiendo historias detectivescas; tales son los casos de Sir Artur Conan Doyle y Agatha Christie. Incluso algunos literatos latinoamericanos trabajaron con ingenio y maestría el relato negro, cómo en los casos de Jorge Luis Borges y, su amigazo del alma, Adolfo Bioy Casares. Ahora Jaime Muñoz vargas se zambulle en el tema policíaco dándole un catorrazo en el centro.
Leyenda Morgan logra dar credibilidad a la ficción mexicana sobre policías y detectives a través de los cinco relatos que integran el libro, cinco casos de sensacional policíaco. Y aseguro que Jaime da credibilidad a la literatura donde aparece el investigador o detective mexicano porque evoca muy bien el perfil del policía judicial que todos tenemos plasmado en nuestro razonamiento lógico, y no aquel que generalmente leemos en alguna novelilla mexicana o vemos en la televisión, donde lo idealizan pintándolo como todos quisiéramos que fuera: incorruptible, rebelde a su abusivo y corrompido jefe, en busca de la verdad para hacer justicia, noble y empático a los sentimientos de los demás, incansable hurgador en las escenas, hechos y sospechosos de los crímenes, y con el único objetivo de resolver los casos para refundir en el bote al culpable o culpables. Eso ya ni los niños de primaria se lo creen, mucho menos cuando ven, leen y escuchan la situación apocalíptica que vivimos en nuestro país con cientos de muertes violentas mes tras mes de las que, como decía el monje loco, nadie sabe, nadie supo, y por lo tanto jamás llegan a resolverse. Jaime sí retrata con su pluma de alta definición al clásico policía judicial. Federico Campbell señala el acierto de Jaime en la reseña que publicó en Milenio semanal el pasado 28 de marzo, en la que comenta: Se ha dicho que en México la novela judicial no es creíble porque en nuestro país los policías son los delincuentes o porque no se sabe donde termina el policía y empieza el asaltante, el ladrón, el torturador o el sicario. La verosimilitud de la novela judicial depende de la cultura jurídica que se tenga en el país donde sucede la historia o bien de la manera en que el mexicano vive e introyecta la ley. Si detectives de la ficción, como Auguste Dupin y Sherlock Holmes, dieron su fama al género por los brillantes razonamientos que tejían sólo a partir de la composición de lugar que deducían del escenario, hoy en día sabemos que cada vez que hay un crimen lo más probable es que los indicios hayan sido alterados, modificados (como en el caso Colosio), borrados e incluso robados. En este contexto palpita Leyenda Morgan, volumen de cuentos policiacos que combina víscera y neurona.
Esto es lo que hace Jaime, precisamente: contarnos cinco de los casos en donde el Teniente Morgan, policía judicial cuyo verdadero nombre es Primitivo Machuca Morales, resuelve hechos sangrientos perpetrados en nuestro norteño entorno, pero no con la intención de encontrar al autor o autores para que paguen por sus crímenes. El Teniente Morgan sigue y arma los rompecabezas, pero solo de los casos que sabe, por experiencia, que van a redituarle algún beneficio en metálico, casos en los que busca ganarse una lana a través de los bolsillos de los culpables. Primitivo Machuca siempre carga consigo una novela policiaca de monitos (la recién salida de una editorial similar a la que edita El libro vaquero), pasquín detectivesco del que es un fanático confeso al grado de soñar guajiramente que alguna vez los casos en los que se ve inmerso, y donde él es el protagonista esclarecedor de misteriosos crímenes, serán publicados en este formato de novelitas de policías y que son tan populares en los tabaretes de periódicos y revistas. Primitivo, en lugar de atrincherarse en la comandancia a la espera de crímenes que demanden su intervención, se la pasa encajonado en los bares y cantinas del centro de Torreón, cómo el íntimo Bacanora, siempre -esté o no en servicio- degustando unas cervezas Indio, fumando sus Raleigh como chacuaco, ensimismado -por lo común- en algún caso pasado o presente, doliéndose de los desaires de Yovanna Mayra, y todo mientras programa y escucha en la rocola las canciones de Los Cadetes de Linares, sus ídolos musicales y a quienes lleva perpetuamente en el estereo de su nave, un rugiente Impala. El Teniente Morgan viste todo de vaquero: camisa, pantalón y botas. Nunca olvida ponerse su chaleco color caqui al puro estilo yaqui: ya quítatelo, cabrón. Primitivo Machuca Morales se autonombra Teniente Morgan, y así es como todo mundo lo conoce en la corporación donde chambea debido a su parecido físico con un pelotero de las Grandes Ligas. Serán unas tres ocasiones en que me he visto obligado a la inútil empresa de poner una denuncia por robo, y en los lugares burocráticos donde se supone debiera de procurarse la ley, he visto entrar y salir varios policías judiciales y ministeriales; todos, o casi, dan en el clavo con la descripción de Jaime. Más bien, Jaime dio en el clavo con la descripción.
Como menciono, el relato policíaco es adictivo, porque entre más lees más te picas, la curiosidad gobierna a la acción con el fin de descubrir en que va a acabar el asunto. Las peripecias del Teniente Morgan, entre los ambientes más sórdidos de Torreón y La Laguna, están llenas de humor, sarcasmo, vulgaridad natural y el enorme espejo de la ficción que nos muestra la verdad de las cosas, esa verdad que, tal vez por ser algo de todos los días, ya no volteamos a ver, o no queremos voltear a ver. Primitivo Machuca Morales es un extraordinario perro de caza: Sabe hacerse de los medios y las personas para dar con lo que busca, tiene la aguda intuición de mujer engañada y con ella siempre consigue seguir las pistas correctas, claro ejemplo de que no importa tener poca formación intelectual mientras la inteligencia empírica y la inteligencia emocional se usen a su máxima capacidad.
Jaime Muñoz Vargas creó una nítida caricatura del policía judicial y su modo de vida; lo triste y desalentador es que, desgraciadamente, esa caricatura que provoca nuestras risas, nuestro enojo y nuestro repudio, es la realidad que sufrimos a diario.

Nota: Leyenda Morgan puede conseguirse en la librería del Fondo de Cultura Económica que se encuentra a un lado del Teatro Isauro Martínez, sobre la Avenida Matamoros. También en la librería Educal albergada dentro del Museo Arocena, frente a la Plaza de Armas, donde, si no tienen el libro, te lo mandan pedir sin costo extra.

jueves, 20 de mayo de 2010

Ríos de sangre corren por las calles laguneras


Comencé a leer, el lunes de esta semana que va corriendo hacia su final, las columnas que Jaime Muñoz Vargas subió a su blog Ruta Norte, columnas que echaba mucho de menos y que tratan, estas últimas en particular, sobre las crónicas de su viaje a la tierra de Borges, y sobre su participación en la Feria del libro Argentina.
En dichas crónicas, Jaime comenta que los argentinos no se enteran de todo lo que ocurre en México y que se quedaron con los ojos de plato cuando él les platicó cómo la violencia y la inseguridad tienen del pescuezo a Torreón, y a toda La Laguna. Los argentinos preguntaron a Jaime que porqué las autoridades no hacen nada y, algo aun más importante, porqué nosotros como habitantes tampoco hacemos nada. Interesantes cuestionamientos, lástima que sin una respuesta que dé solución o, por lo menos, alguna posible solución.
Algo que siempre me ha parecido una estupidez, una tremebunda estupidez, es el fanatismo religioso profesado por el fútbol en todo el mundo, pero sobre todo en nuestra -ahora sangrienta- comarca. Sé que me voy a echar encima muchos enemigos por este comentario; no importa. ¿Qué por qué me parece una tremebunda estupidez? Pues ahí les va: El sábado pasado, cómo tal vez ya están enterados todos los laguneros (al menos de que alguien viva en una cueva al estilo ermitaño), ocurrió una balacera más, una tragedia más. Un grupo armado llegó en una camioneta, a eso de la 1 de la madrugada, al bar llamado Juanas Vip, descendieron del vehículo y comenzaron a rafaguear el lugar. Según un testigo que sobrevivió al ataque, la lluvia de balazos se dejó sentir primero en el exterior del local, después en el interior, luego otra vez en el exterior. Cuando algunos de los jóvenes parroquianos que se encontraban tirados en el piso creyeron que ya se habían ido los sicarios, comenzó otra ráfaga de rifles de alto poder desde fuera. Según el periódico, cuyo eslogan es “Defensor de la comunidad”, el saldo fueron 8 muertos y 25 heridos; 8 muertos y 25 heridos, resultado de ráfagas provocadas por los gatillos de armas de grueso calibre en un bar con más de 200 personas, es algo irrisorio. El mismo testigo sobreviviente relata que fácilmente se puede hablar de entre 30 y 40 muertos, y heridos muchos más de 25. La edad promedio de los parroquianos que se divertían el sábado pasado en el Juanas Vip oscilaba entre los 18 y 30 años; incluso una adolescente de 15 años se encontró entre las victimas. No culpo a El Siglo de Torreón por publicar cifras que le obligaron publicar; el miedo no anda en burro y a este diario regional ya le rafagueron el exterior de sus instalaciones en la parte donde hacen esquina la Matamoros y la Acuña. Y por si las muertes en el Juanas Vip fueran poca cosa, la misma madrugada del sábado pasado aparecieron cuatro cuerpos decapitados en la caja de una camioneta gris que ostentaba en su parabrisas las cuatro cabezas faltantes; esto pasó en Lerdo, Durango. La camioneta tenía una leyenda del crimen organizado escrita en el parabrisas que decía algo así como que los ejecutados y descabezados eran los asesinos de los bares.
¿Y estos hechos que carajos tienen que ver con el fútbol y, más en específico, con El Santos Laguna? Preguntarán los santistas de hueso colorado. Bueno, pues horas después de la matanza de los jóvenes cuyo único error fue escoger la inauguración del Juanas Vip para divertirse, fue el juego del Santos Laguna en el que logró su pase a la final. Unas horas antes del partido los supermercados, las tiendas deportivas que venden la camiseta oficial y no oficial de los guerreros, los expendios de vinos y cerveza, y las calles en general, estaban a reventar. Todo mundo se preparaba para disfrutar del partido en el que contendieron El Santos y El Monarcas. Que poca madre, ¿No? Era para que La Laguna completa se hubiera vestido de luto, y no de verde y blanco. Hay un razonamiento que me oprime la consciencia desde el fin de semana pasado: hasta donde ha llegado nuestra indiferencia, hasta donde se ha desvanecido nuestra consciencia, que nos vale lo que le pase o deje de pasar a nuestra gente, a nuestros jóvenes, y nos ponemos la camiseta, nos organizamos, nos reunimos y hacemos hasta lo imposible por disfrutar de un pinche partido de fútbol en vez de tomar acción con la misma pasión para organizarnos y exigir a las inútiles autoridades locales, estatales y federales que hagan algo, que cierren las compuertas de la presa que ha inundado nuestras calles con la sangre, en su mayoría, de personas inocentes, de conocidos, de amigos, de familiares que se encontraban en el lugar marcado y que no debían, y en el momento equivocado.
Quien quiera que promueva una marcha para vanagloriar a El Santos Laguna tendrá un éxito seguro, con puños, puños y más puños de seguidores, cientos, quizás miles de ellos, todos enfundados en su camiseta del equipo, oficial o pirata. Ah, pero que nadie proponga una marcha pacífica contra la violencia y la inseguridad, porque no van más que 40 personas.
Si en verdad quisiéramos protestar contra tanto suceso innombrable que hemos sufrido en la que en otro tiempo fuera la tranquila Comarca Lagunera, si en verdad quisiéramos que nuestra protesta y nuestro luto resplandecieran a nivel nacional e internacional, una buena forma de hacerlo sería que ni un solo habitante comarcano fuera al Territorio Santos Modelo en este primer juego de la final, y que en vez de playeras verdi-blancas vistiéramos playeras negras, por el luto, o blancas pidiendo la paz y tranquilidad que perdimos. Pero no, no será así; les aseguro que el nuevo estadio del Santos estará desbordado de gente, pisteando y apoyando a los guerreros, en vez de mantenerse sobrios y apoyar el derecho a la vida que todos tenemos. Que increíbles e insondables son las multitudes que jala el fútbol; es cómo si un día después del partido del equipo favorito se fuese a llevar a cabo el juicio final y, para salvarse, se tuviese que asistir al juego con toda la pasión y todo el fervor que sea posible.
El sábado pasado les tocó a los chavos que estaban en el Juanas Vip, pero hoy o mañana le puede tocar una lluvia de plomo a alguno de los nuestros (ojalá y no), o incluso a nosotros mismos.

miércoles, 19 de mayo de 2010

La importancia de las madres mexicanas


El ajetreo diario, como menciono en el post anterior, me ha traído de un ala en los últimos veinte días, tanto que no publiqué nada el Día de las Madres, día que, si bien no aparece en el santoral oficial del Vaticano si se encuentra en el santoral de todos los mexicanos. ¿Qué mexicano no cree fervientemente que su madre es una santa? Podremos soportar todo y de todo, pero no una mentada, mentada que muchas veces a acabado con la amistad de años, con la buena relación entre familiares, e incluso, entre desconocidos (cómo cuando un chimpancé con licencia de chofer se nos cierra mientras conduce un taxi o un autobús), una mentada a acabado en una cruenta pelea callejera, y hasta en tragedia. Lo más importante para el mexicano es su mamá, y después el fútbol, pero primero su mamá. Tal vez por eso es tan popular la Virgen de Guadalupe, a quien la mayoría de este país considera su madre, quizás adoptiva, pero su madre. Y cómo no hacerlo, sí las autoridades católicas oficiales le han atribuido a la Virgen del Tepeyac palabras donde ella dice a Juan Diego: “…No estoy yo aquí, que soy tu madre”.
Considero que es bueno querer, amar con fervor a nuestras madres, ya sea que aun estén con nosotros o que ya se nos hayan adelantado cruzando la puerta del insondable más allá. Lo que si me parece que va en contra de nuestra evolución natural como personas dentro de los círculos que nos rodean y forman parte de nuestras vidas, es el padecimiento llamado popularmente mamitis, o séase que no cortaron, o no cortamos, el cordón umbilical. La mamitis es una de las peores enfermedades que un ser humano pueda padecer, porque merma en un nivel altísimo la calidad de las relaciones interpersonales y el desarrollo de la independencia. Algunos creerán que este padecimiento ataca más a las mujeres que a los hombres, pero no; la mamitis les da de catorrazos a ambos por igual. ¿Quién no conoce a una mujer que no toma una solo decisión si antes no pidió el consejo de su madre para después hacer lo que la hacedora de sus días decidió? ¿Quién no conoce a un hombre que hace exactamente lo mismo? Aquí lo peor de todo es que muchas de las personas que portan los síntomas de esta patología son casadas; pobres parejas, pobres conyugues. La mamitis, cómo toda enfermedad, ataca sin discriminación a todo mundo, poco importa el nivel económico, cultural o intelectual que se tenga. Manuel Acuña y Jorge Luis Borges padecieron y sufrieron la mamitis. Si no lo creen, lean el poema más famoso de Acuña: Nocturno a Rosario; y de Borges aviéntense una buena biografía. Del monstruo literario argentino también recomiendo ver la película “Un amor de Borges”, que aunque no me gusta la personificación que el actor hace del autor de Ficciones, el largometraje muestra una influencia muy marcada de la madre hacia la futura leyenda de las letras argentinas.
Intentemos agasajar, sin dar entrada y permanencia a la mamitis, a nuestras madres todo el año, siempre, en cada momento y no solo el 10 de Mayo; ellas se lo merecen. Espero que este Día de las Madres que acaba de pasar, todos hayan hecho un poco, aunque sea un poquito, más felices a sus mamás.
Una felicitación muy grande y de todo corazón a todas aquellas mamás mexicanas, y a todas aquellas mamás del orbe, que entregan su vida en hacer que sus hijos sean un buen legado para el mundo, que tanta falta hace en estos tiempos.
Este post está dedicado a mi mamá.

lunes, 17 de mayo de 2010

Cautivo de actividades misceláneas


En los últimos quince días no he podido parar el movimiento que mantengo desde que despierto hasta que llega la hora de cerrar los ojos para intentar dormir. Además de acabar agotado -agotadísimo- al final del día, el colchón de mi cama acaricia mi espalda -o alguno de mis costados- entre doce y doce y media de la madrugada, y lo dejo a eso de las siete de la mañana para enfilarme en las agobiantes, estresantes y diversas labores del día.
Y es que, aunado al trabajo que llevo a cabo intentando ganarme la vida, intentando sobrevivir, he sumado a mi actividad diaria el cumplir con las tareas, lecturas e investigaciones del Diplomado en Letras que actualmente se está impartiendo en forma gratuita la Dirección Municipal de Cultura de Torreón y la UAL a veintisiete afortunados que quedamos seleccionados de entre un promedio de 70 aspirantes. Aclaro que no me quejo, el diplomado es una excelente oportunidad para afianzar la carrera en letras de cualquier escribidor aspirante a escritor.
Y por si todo lo que acabo de mencionar no fuese suficiente, me encuentro supervisando la remodelación de mi hogar. No soy Ingeniero Civil, mucho menos Arquitecto, pero siempre es necesario estar al pendiente del trabajo que te están haciendo y, si conoces a un buen profesional de la mezcla y los adobes como conozco yo, asesorarte para expresar más efectivamente alguna inconformidad que te surja en el avance de la obra.
Así que llego al trabajo, hago llamadas, termino pendientes, proyecto lo que me resta del día. A la hora de la comida busco los libros que nos pidieron que leyéramos, ya sea en el libro usado, en las librerías de volúmenes vírgenes, o en la inagotable red de Internet. Leo un poco, antes y después de comer. Antes de regresar al trabajo voy y echo un ojo al maestro albañil y sus subordinados para después volar de vuelta a la oficina. A eso de las siete del medio día (casi parece medio día a las siete de la tarde con este mendigo invento del horario de verano, invento de los gobiernos que quieren tener dormidos a sus gobernados), antes de irme a casa, leo otro tanto y, si alcanza el tiempo y no hay algún pendiente familiar, escribo algo, algo escribo. Al llegar a mi terruño no faltan las faenas familiares: ir al mandado, regar las columnas que hicieron durante el día los albañiles para que no se agrieten, sacar la basura y hacer algo, por lo menos algo, de la larga lista de cosas que siempre están en espera de atención en la casa.
Esta ajetreada agenda que sigo desde hace como tres semanas provoca que las seis o siete horas que duermo durante la noche me parezcan como tres o cuatro, nada más. Repito: no me quejo, la vida me sabe mejor, más sabrosa, y cuando caigo como piedra sobre la cama -un poco antes de perder la consciencia- siento que di un paso adelante, aunque sea pequeño, pero adelante.
Por estas razones últimamente he tenido un poco descuidado mi blog. Trataré, de aquí al fin de semana, de subir algunos textos, reseñas y opiniones que rondan socarronamente en mi azotea. Escribir en este espacio es algo que ya forma parte de mi costal de actividades diarias, actividades que, pase lo que pase, se deben cumplir; más aun si producen altas dosis de placer, como lo son leer y escribir.