lunes, 23 de mayo de 2011

Fernando Vallejo y su virgen profética.


Los literatos suelen dar forma a sus obras motivados por diferentes razones. Algunos escriben debido a la inspiración, como los poetas. Otros confiesan que de pronto un tema, un objeto, un personaje, una situación o simplemente “algo” aparece en sus vidas, en sus pensamientos, robando su tranquilidad, la cual no recuperan hasta que escriben sobre ello, logrando así liberarse del asedio de ese “algo” mediante la práctica a sí mismos de un especie de exorcismo a través de la escritura. Unos tantos más han dado con una historia apasionante, sorprendente, tomada de la realidad o creada en la ficción, que desean compartir con todo aquel que esté dispuesto a leerla. Y también están los intelectuales que se han dejado allanar por el virus de la amargura más allá de los límites que todo hombre y mujer han experimentado, aquellos que escriben con reniego y crítica de todo, hasta de sí mismos, y hacen pública la indignación que los corroe por las injurias, barrabasadas e iniquidades que han padecido o de que han sido testigos. Tal es el caso de Fernando Vallejo.
En La virgen de los sicarios (publicada por primera vez en 1994), al igual que hiciera con La rambla paralela, Fernando Vallejo utiliza el género de la novela como excusa narrativa para despotricar contra todo aquello que lo saca del sosiego: la hipocresía religiosa, el narcotráfico y su gula de sangre y territorios, los sicarios cada vez con menos edad y sus ejecuciones con y sin razón, el ejercicio de cloaca en la política, y todo aquello que apesta en el orbe; más en específico, en su natal Colombia. Si pudiéramos separar el relato de La virgen… de las denuncias y de la exhibición desnuda de todas las cruentas situaciones que el autor de La puta de Babilonia describe, la narración en torno al tema central de la novela quizás no abarcaría más allá de la mitad de su total. Por ello el comentario de que la novela es la excusa para que asuman cuerpo los señalamientos de Vallejo acerca de una realidad que parece sacada de la mente retorcida del personaje más vil del filme La ciudad del pecado (Sin City, Robert Rodríguez, Frank Miller y Quentin Tarantino, 2005).
Vallejo narra muy al modo de Borges: en primera persona siendo él el personaje narrador de su historia, pero con un lenguaje y una técnica en extremo diferentes. El despliegue novelístico comienza cuando Fernando, gramático de profesión, regresa a su natal Medellín y va a parar al apartamento de su amigo José Antonio Vásquez, quien da asilo, comida y bebida a jóvenes sicarios, aunque más que albergue de almas perdidas el apartamento parece un prostíbulo controlado por el crimen organizado. Fernando es homosexual. Su amigo José le ofrece a Alexis, un chavo que es matón a sueldo y que ya lleva como diez ejecuciones. Fernando se va a un cuarto del apartamento con Alexis donde terminan dando desfogue a sus contenidas pasiones. El intelectual termina enamorándose de su joven amante y se lo lleva a vivir con él a su depa situado en el centro de Medellín. Y aquí comienza la travesía que harán juntos por la famosa ciudad colombiana visitando iglesias, plazas, tiendas, caminado por sus calles hasta llegar a las comunas, barrios bajos enclavados el las laderas de los cerros y montañas que rodean a la violenta urbe. Mientras todo esto ocurre, Vallejo despacha a diestra y siniestra sus cáusticas críticas y sus punzantes comentarios, como el que hace Fernando cuando va con Alexis a la iglesia de Sabaneta para orar a la virgen de su infancia, María Auxiliadora, al ver una peregrinación repleta de fieles, sobre todo de fieles jóvenes que son sicarios: “Esta devoción repentina de la juventud me causaba asombro. Y yo pensando que la Iglesia andaba en más bancarrota que el comunismo… Qué va, está viva, respira. La humanidad necesita para vivir mitos y mentiras. Si uno ve la verdad escueta se pega un tiro”. En el ir y venir por Medellín y sus alrededores, Alexis también se la pasa despachando, pero cristianos y no cristianos, enviándolos a que se cercioren si el más allá es como lo colorean las religiones. Sólo basta que el gramático muestre algo de desagrado hacia alguien para que su ángel exterminador le meta un tiro en la frente.
Conforme se avanza entre las páginas de La virgen… es inevitable llegar a identificarse con la cruenta realidad colombiana, es inevitable pensar que Vallejo no escribe sobre Colombia, sino sobre México, como cuando relata lo que ocurre después de los asesinatos de los candidatos a un hueso importante y que son favoritos y queridos por el pueblo, incluso después de las ejecuciones de políticos ya ejerciendo un cargo público: “La fugacidad de la vida humana a mí no me inquieta; me inquieta la fugacidad de la muerte: esta prisa que tienen aquí para olvidar. El muerto más importante lo borra el siguiente partido de fútbol”. El colombiano no anda con contemplaciones, cómo debería hacer todo escritor, y al lanzar el dardo contra la personalidad de los políticos, la afilada punta va y se clava en el centro de la realidad burocrática: “Todo político o burócrata (que son lo mismo, puesteros) es por naturaleza malvado, y haga lo que haga, diga lo que diga no tiene justificación. Jamás presumas de éstos su inocencia”.
Fernando Vallejo utiliza un lenguaje sencillo, al menos en apariencia, dando cuenta de modismos del habla colombiana, donde las palabras fluyen como si estuviéramos en plena conversación informal con un vecino originario de por aquellos lares, o con el mismísimo Vallejo. Así, el sarcasmo, las burlas, la risa, la indignación, la impotencia, la tristeza y la resignación del personaje nos sensibilizan, nos oprimen las entrañas y nos llevan a través de las páginas a un ritmo vehemente que no notamos debido a su fluidez.
La virgen de los sicarios es una novela profética. Predice un futuro para el orbe que será similar a la realidad colombiana reflejada en su trama: “Los pobres producen más pobres y la miseria más miseria, y mientras más miseria más asesinos, y mientras más asesinos más muertos. Ésta es la ley de Medellín, que regirá en adelante para el planeta tierra”. La profecía vallejiana lleva años alcanzando países, entre ellos México.

2 comentarios:

  1. Leí una vez que los egipcios tenían una frase que dice He visto el ayer, conozco el futuro, donde refiere que la historia se refleja en el presente, es una pena que en nuestros maltratados países no aprendamos de las experiencias.

    Saluudos!!

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  2. En una pena que no aprendamos, Teresa, y que los políticos y gobernantes se empeñen tanto en que no lo hagamos.
    Un beso y un abrazo

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