miércoles, 23 de febrero de 2011

Tres noches de Música solar


Daniel Maldonado, poeta y escritor torreonense, es un incansable promotor del libro y la lectura. Gracias a él, quienes somos sus alumnos de poesía -y también quienes no los son- nos enteramos de libros, muy buenos libros, de escritores que a veces ni en el mundo hacíamos. El sábado pasado, Daniel llegó a la clase con un poemario de portada anaranjada que había pescado en el océano del libro usado. El volumen era Música solar, de Efraín Bartolomé, uno de esos libritos de poesía que se ponen a las patadas con los adobes de la moda editorial, repitiendo la historia de David y Goliat, donde el pequeño se lleva de calle al gigante y termina por cortarle la cabeza.
Daniel nos leyó algunos de los versos atrapados entre las páginas de Música solar, y nos recomendó bastante el libro y la obra en general de Efraín Bartolomé. Maldonado pensaba rifar el libro entre la clase, pero cómo aun no lo leía en su totalidad, prefirió hacerlo hasta dentro de una semana. El énfasis con que Daniel acompañó su recomendación hizo que yo le solicitara el préstamo momentáneo de Música… para garabatear en mi cuaderno de notas el título completo y el nombre correcto del poeta. Al terminar la clase, las prisas hicieron que Daniel olvidara el poemario en mi lugar, así que me lo agencié con el fin de leerlo y devolverlo a su dueño el próximo sábado.
Aunque leo bastante, no soy demasiado rápido al hacerlo; me gusta saborear el contenido de los libros capítulo por capítulo, página por página, palabra por palabra, letra por letra. Sin embargo, el poemario de Efraín lo devoré en tres noches. Y es que los libros de poesía suelen ser pequeños, de pocas páginas, y por lo general son muy pródigos los espacios en la edición y el estilo de los versos; así cómo una página puede contener un poema completo o una parte de él que ocupe el total de la cuartilla, también puede ser que los versos no lleguen a habitar más allá de la tercera parte de dicha cuartilla.
Los poemas de Música…, cómo lo menciona la pequeña reseña incluida en la contraportada del libro, ensamblan cuatro tiempos: Música solar, El corazón terrestre, comunión de silenciosos y las mañanas negras.
Los tiempos “Música solar” y “Comunión de silenciosos” pintan, a través de los versos y sus metáforas, sentimientos de un amor y un erotismo profundos que llenan, que enferman cuando no se está al lado de la mujer amada, de la amante que ocupa la mente del hombre en todo momento y en todo lugar. En “Comunión de silenciosos”, Efraín expresa así el irreprimible deseo de poseer a la mujer amada y toda la felicidad en que desboca la pasión correspondida:
“En estos días he visto tantas cosas de mí/Me he aprendido en tu voz/En el atrevimiento de tus manos/En tu cuerpo arrojado al reposo después de la tormenta/reflejándome/oyéndome. Te recuerdo de pie frente al espejo tocada apenas por la luz. Llenos de ti mis ojos/Mis manos insaciables/El húmedo cabello derramado en el lecho/Tus hombros veteados por la sombra/La lengua de la luz en tus caderas blancas. Al fino talle prendo garras dulces. Mis brazos se hacen alas y te envuelven/Hundo sobre la alfombra cascos de minotauro/Embisto/Rasgo/Aúllo/Me despeño. Soy agua desplomada sobre ti/Soy la más tibia lengua/El río más tierno/Agua. Ahora quiero gritar/contárselo a mi sombra/A los geranios. Pero no/Nadie hable/Hay ojos que vigilan en la calle/Cada ventana es una luz/La luz construye sombras/Oh amante/Saliva/Sangre mía/¿A quien decirlo ahora? Se volverán escasos los amigos. Piedras descenderán sobre nosotros. Pero habrá que decírselo al frío y a mis manos/Al perro y al silencio/Porque de otra manera/tanta felicidad me va a estallar adentro”.
En cambio en “El corazón terrestre” y en “Las mañanas negras”, el chiapaneco evoca paisajes vividos en su tierra, no sin que en algunos versos de pronto se cuelen los recuerdos de su amada y del erotismo que impregna a todos sus sentidos, pero con predominio de los paisajes y los sentimientos despertados por sus travesías, cómo en el poema “Ferrocarril nocturno”:
“El tren/y su ronquido de insecto colosal/emergiendo del vientre bermellón de la montaña. Más allá de la bruma pasan pueblos fantasmas/Centelleos/La ventisca lamiendo los cristales/sin atreverse a entrar. De pronto/surge un ciego rumor de viento enfermo/en la raíz profunda de la noche/Y cruje el tren/Se hace un insecto mínimo/a tientas/avanzando. Así mi cuerpo ahora/Así la soledad que me rodea/sin atreverse a entrar.
Es muy cierto lo que reza el principio de la reseña al reverso del libro: “Música solar resume una vigorosa renovación del buen decir de la poesía mexicana”. Con Música solar Efraín Bartolomé obtuvo el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes, 1984. Los jurados no erraron en otorgarle el galardón al chiapaneco, quien es un referente contemporáneo de la buena poesía que se produce en nuestro país.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario