jueves, 17 de septiembre de 2009

La novela policíaca


La novela policíaca tiene un encanto embelesador, y más cuando llega a las manos de alguien que no había leído hasta entonces este género literario, también conocido como género negro, despreciado por algunos círculos, tanto de la crítica como de intelectuales, pero muy bien acogido por los voraces lectores de la intriga, el misterio, la sangre en crímenes de aparente esclarecimiento insondable, y la inteligencia de alguien que se empeña en dar con el clavo de todo.
A principios del 2004, sería por enero o febrero, compré -en la Librería Gonvill ubicada en la planta baja de Cimaco Cuatro Caminos- la novela policíaca más famosa de los últimos diez años: El Código Da Vinci, de Dan Brown.
La mercadotecnia bestselleriana me atrapó; ya llevaba algo de tiempo, como unos seis meses, escuchando en las noticias radiofónicas y leyendo en los periódicos, que la novela de Dan Brown estaba rompiendo récord de ventas en el mundo, además de crear polémica y opiniones encontradas por el tema principal que trataba.
El título en sí, llamó mi atención, no se diga la portada del libro y la sinopsis al reverso. Por ello, cuando tuve en mis manos el ejemplar que adquirí, me sentí inquieto, nervioso, como si estuviese a punto de descubrir un secreto milenario que me haría entender mejor el arte a través de la pintura -o las pinturas- de los grandes maestros de todos los tiempos; un secreto que solo conocían ciertos círculos intelectuales y de gente iniciada en conocimientos ocultos para la gran mayoría, conocimientos al alcance solo de sociedades secretas, o semisecretas, envueltas en grandes misterios que despiertan la curiosidad, como los masones.
El furor por el libro me duró más de un año. Desde que comencé a leerlo, ya no lo pude soltar; devoré sus 557 páginas en ¡Una semana! cuando me lleva, más o menos, de quince días a un mes leer un volumen de ese tamaño. Quedé tan impresionado con el contenido, que lo leí una vez más, ahora en quince días; y otra más, esta última repasada me tomó un mes. Recuerden que era la primera novela policíaca que llegaba a mis manos, cuyo tema mezclaba, además, supuestos códigos y símbolos ambivalentes en obras de arte reconocidísimas, sobre todo -naturalmente- en pinturas de Leonardo Da Vinci.
He sabido de reconocidos periodistas y escritores que confiesan haber sido atrapados por El Código Da Vinci, al igual que yo. Considero que la novela más exitosa de Dan Brown, hasta ahorita, tiene ese mérito en particular: una trama que desde las primeras líneas roba tu atención, y ya no la suelta. Además, describe museos, catedrales, obras de arte, edificaciones y tecnología de una forma tan atractiva, que despierta tu interés por todo lo que menciona del Viejo Mundo, y por el genio y gran artista que fue Leonardo Da Vinci.
Si aun no lees El Código Da Vinci, recomiendo que lo hagas, más si todavía no has visto la película, que, para mi gusto, no tiene ni la mitad del misterio y ni lo absorbente del libro.
Todo aquel que se cree intelectual de la más alta catadura por el simple hecho de haber leído todos los libros de Nietzsche, me criticará a más no poder el que recomiende este bestseller, pero, como comenté cuando escribí sobre el libro de Stephen King Mientras escribo, tiene su gracia, tiene su chiste, escribir bestsellers que acerquen a las personas al mundo de la literatura, más que sacar al mercado volúmenes llenos de erudición que solo aumentan el número de libros, más no el de lectores.
Y ya que menciono a Dan Brown, acaba de salir al mercado su más reciente novela El símbolo perdido, la cual ya ha vendido 300,000 copias en Reino Unido, con las que llega al millón de copias vendidas sumando las ventas en Estados Unidos y Canadá. Hablamos solo de la edición en el idioma de Shakespeare, hay que ver hasta donde llegan las ventas cuando salga la traducción en español y en las lenguas de todos los países en donde El Código Da Vinci creó la fama de Dan Brown.

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