lunes, 27 de septiembre de 2010

Un mito y toda una leyenda de las letras colombianas: Andrés Caicedo


La semana pasada terminé de leer El cuento de mi vida, memorias inéditas, del escritor colombiano Andrés Caicedo, libro que se publicó en el 2008 por el Grupo Editorial Norma, de Colombia. Caicedo, a pesar de no haber llegado más allá de la edad de dos décadas y media, se convirtió en todo un ídolo de las letras colombianas. Comenzó a darle vuelo a la pluma desde muy temprana edad, a los trece años, escribiendo poemas de amor y cuentos breves, según él mismo relata en el capitulo inicial del libro. En 1966, cuando ya había cumplido los quince, escribe su primera obra de teatro, Las curiosas coincidencias. De ahí en adelante daría forma a su producción literaria más conocida, o hasta ahora conocida, hasta que el 4 de marzo de 1977, a sus veinticinco años y después de recibir un ejemplar de su primera novela ¡Viva la música!, se suicida dando cuenta de varias decenas de pastillas de Secobarbital (Seconal), una droga que actúa cómo sedante del sistema nervioso central, y que provoca desde una suave sedación hasta anestesia.
A la muerte de Caicedo, su madre guardó sus libros, manuscritos, cuentos, afiches, guiones, casetes de música, revistas y diarios en arcones y baúles que cerró y depositó en el cuarto de su hijo, poniendo candado a la puerta. Un día, al padre de Andrés lo asalta la idea de revisar los baúles que contienen la obra literaria de su hijo, la clasifica y la manda publicar. Pero los diarios de Andrés Caicedo son rescatados y guardados celosamente durante treinta años por su hermana María Victoria, según ella misma describe en la presentación de El cuento de mi vida; es de esos diarios y una que otra carta que nace este libro de memorias inéditas.
El cuento de mi vida está compuesto por cinco capítulos: “Remontando el río”, “Silvia”, “De película por Los Ángeles”, “La recta final” y “Último capítulo”, además de la presentación escrita por María Victoria y una serie de fotografías, al final del libro, de los padres de Caicedo, de sus hermanos y de él mismo, donde abundan anotaciones que explican las diferentes imágenes.
El libro refleja la gigantesca depresión que padece Andrés Caicedo mientras escribe su diario, el cual se empeña en no llamar propiamente “diario”, sino más bien ejercicios de escritura, siempre buscando una especie de catarsis para la decepción que siente de él mismo y la abismal tristeza que le provoca su adicción a las drogas y el no poder expresar cómo quisiera los sentimientos que alberga hacia su madre. Caicedo padece durante toda su corta vida una extrema sobreprotección por parte de su madre, derivando esto en una muy ahondada mamitis; ambas cosas, sumadas a su adicción por las drogas, causan su depresión y un sentimiento de inferioridad que allanan el noqueado cerebro del joven autor colombiano para que, después de varios intentos, por fin consiga poner punto final a su vida.
En El cuento de mi vida se vislumbra el posible paseo de Caicedo por las páginas existencialistas de Sastre y de Camús, al menos que el precoz escritor colombiano, sin proponérselo, haya dado forma a una novela existencialista latinoamericana con los duros adobes de su propia vida. Considero que los mejores capítulos del libro son los primeros tres: “Remontando el río”, “Silvia” y “De película por los Ángeles”. Es en estás páginas donde se ve el oficio literario de Caicedo, aun cuando habla de que no ha podido escribir el capítulo que tiene en mente para el proyecto de su primera novela. Es también en las líneas de estas primeras tres partes del libro donde el colombiano confiesa su gusto por el séptimo arte (todo un cinéfilo declarado) y por escritores clásicos, entre los cuales destaca su fervor por Edgar Allan Poe.
Los capítulos restantes del libro siguen mostrando crudamente el hundimiento anímico de Caicedo. El “último capítulo” (titulado así) es demasiado cursi y a la vez desesperante para Andrés; incluye una carta a su pareja de entonces, Patricia, sabiendo que quizás -o talvez ya con la certeza en la sangre, y de ahí el empujón mayúsculo para caer en su decisión sin marcha atrás de suicidarse- dicha carta nunca llegaría a manos de la susodicha, que lo acaba de abandonar. La carta está fechada en Cali el día de su trágica muerte. Las últimas líneas de Caicedo, a diferencia de las primeras, se ven bastante improvisadas y descuidadas, se nota el estado indiferente del colombiano ante la estética de lo que deja ver su pluma, y se deduce más un desahogo con el que probablemente Andrés buscaba espantar a sus demonios, que le aconsejaban optar por terminar con su depresión acabando él mismo con él mismo.
El cuento de mi vida muestra a un niño prodigio que consiguió convertirse en un buen escritor, pero no cabe duda que el suicido en plena juventud contribuyó enormemente a que la figura y la obra de Andrés Caicedo fueran objeto de culto, y a que él sea visto en todos los países a donde han llegado sus libros, incluso en su misma tierra, como un mito y toda una leyenda de las letras colombianas.

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