martes, 14 de septiembre de 2010

Ejercicios literarios I: Reseña

Esto que ves es un rostro, ¿Pero de qué, de un cuento o de una novela?


A partir de la segunda mitad del Siglo XX los escritores latinoamericanos llamaron la atención en todo el mundo debido a sus propuestas literarias frescas, vanguardistas y con una calidad irrefutable. Jorge Luis Borges ya había comenzado a garabatear, antes de los años cincuenta, sus cuentos fantásticos que hasta la fecha pocos entienden; entre sus libros más conocidos están Ficciones (1944) y El Aleph (1949). En México, a comienzos de la segunda mitad del Siglo pasado, Juan Rulfo revolucionó la forma de escribir una novela con Pedro Páramo (1955). Se podría decir que es a partir de la aparición de Pedro Páramo que muchos otros escritores en Latinoamérica lanzan al mercado obras rebosantes de una literatura que no se había visto hasta entonces. Entre los exponentes más famosos del llamado Boom de la literatura latinoamericana están Julio Cortázar y su inigualable e inagotable Rayuela (1963), Mario Vargas Llosa y su juego con el tiempo en La casa verde (1966), y Gabriel García Márquez y las historias entremezcladas de todos los integrantes de la familia Buendía en Cien años de soledad (1967).
En este siglo que corre algunos escritores no se han quedado atrás y también han arrojado propuestas a las aguas cambiantes de los océanos literarios actuales. Una de esas propuestas es la novela Esto que ves es un rostro, de la escritora española Lolita Bosch. Además de ser su primera novela, esta obra la llevó a conseguir el "Premio de Experimentación Literaria de Òmnium Cultural" en el 2004.
Esto que ves es un rostro trata sobre una mujer joven a quien se le acaba de morir su padre. La chava va escribiendo a manera de diario las impresiones y vivencias que le deja la muerte del hombre que, a pesar de ser el único sobreviviente a un incendio además de ella, no frecuentaba y al que cree culpable de la muerte de su madre y sus hermanos a causa de las llamas. La forma en que escribe Elisa Kiseljak, la protagonista, es siguiendo a su alter ego y lo que este le dicta; sigue a su consciencia, a su otro yo, diría Benedetti, y todo lo que ese otro yo recuerda de su presente, de su pasado, del tiempo que ha vivido y que está por vivir es viéndolo como un corredor, un pasillo con muchas puertas con un número cada una de ellas. Esas puertas representan los años que se fueron y los que vendrán. La propuesta de Bosch es interesante, su pluma da correría desbocada a largas frases durante toda la novela, frases que a veces en más de media página no llevan ningún punto, ninguna coma y tampoco punto y coma. Las frases simplemente se suceden a través de la voz del alter ego de la protagonista como una serie de pensamientos que llevan un orden pero vuelan desbocados mientras ella los sigue y los aterriza en el papel.
La novela de Bosch deja mucho trecho abierto para que el lector lo llene con sus conclusiones y su imaginación. Se entiende que el cadáver del padre tiene el rostro desfigurado, y ahora que la hija lo puede ver, no lo reconoce y busca hacerlo a través de tres textos del fallecido; esos tres textos son, a mi parecer -junto con la propuesta de las frases sin las anclas de la puntuación- lo mejor de la novela. Los tres textos son bastante poéticos, parecen versos escritos uno seguido del otro y solo separados, estos sí, por puntos y comas; además están escritos en cursiva, lo que les da un toque muy ad hoc.
Un detalle bastante intelectual que habla muy bien de Lolita Bosch es el hecho de que incluyó, cómo inicio de la novela, un párrafo de Luz de agosto (1932), de William Faulkner.
La novela de Bosch me gustó, pero siento que queda a deber, por el hecho que es repetitiva en algunos de sus párrafos, además de que sí se llega a notar en algunos de ellos la falta de las comas en frases que, a mi parecer, debieran llevarlas. Algo a favor de esta propuesta de escritura es que, a pesar de la falta de puntuación necesaria, si es comprensible la trama y si se pueden detectar los comienzos y finales de dichas frases. A leguas se nota la influencia en la escritora española del último capítulo del Ulises, de James Joyce, donde una serie de pensamientos desenfrenados pueblan las páginas dando pie a que el lector los interprete cómo más le venga en gana; pero, aun así, Joyce es Joyce.
También me parece que la extensión en el número de páginas deja la clasificación de la historia entre un cuento largo y una novela corta, aunque con mucho más de cuento que de novela.
Esto que ves es un rostro convence aun cuando le hace falta esa parte de la narrativa que da las características necesarias para que una historia se considere novela.

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