martes, 16 de febrero de 2010

Un ardiente 14 de febrero


El domingo pasado fue Día del Amor y la Amistad, un 14 de febrero más a la cuenta del consumismo en aras del amor, de la amistad, y del deseo de no quedar mal con la amiga, la amiga con derecho, la novia, la esposa, la amante, o simplemente con la pareja, y ustedes otorguen el nombramiento de acuerdo a la relación que se tenga con la persona que ocupa la habitación más importante en nuestro corazón.
Siempre me ha parecido borreguesco hacer lo que todo mundo hace, sobre todo en fechas como el 14 de febrero y el 10 de mayo. ¿Por qué? Porque esos días se saturan los restaurantes, ya sea para cenar en el día de los enamorados o para comer y festejar así a las sacrosantas madres el décimo día del quinto mes del año. Otros establecimientos comerciales hacen su agosto estos días, como las pastelerías, las florerías, las dulcerías y, en el caso del día de San Valentín, las tiendas llamadas sexshops y los moteles. Las mujeres, sobre todo, adoran que las sorprendan con un detalle, un buen detalle, y más en esta fecha; y a los hombres no nos queda de otra más que amoldarnos a los deseos de nuestra pareja y cumplir con el protocolo en honor a San Valentín.
Recuerdo el 14 de febrero de hace siete años: mi novia y yo buscábamos alojo en un cinco letras y…digo, un amigo me platicó como él y su novia buscaban un habitación con cochera eléctrica integrada, con el fin de descansar de la rutina de sus trabajos, platicar cómodamente, tomar algo y desestresarse, sobre todo “desestresarse”, liberarse de toda tensión. Así que visitaron los principales moteles de la ciudad, los que guardan algo de decencia en su indecencia, conservando un aspecto limpio, cuidado y con buen gusto en su mobiliario, aunque lo único indispensable sea la cama. Cuenta mi amigo que todos los lugares que visitaron estaban abarrotados; incluso, en el famoso Hacienda de Castilla se había formado una larga fila de autos con parejas ardientes, como él y su novia, esperando a que se les asignara una cochera de cortina eléctrica con habitación incluida para poder apagar el fuego que los consumía como si fueran brasas de carbón al rojo vivo. Ante la desesperante situación, mi amigo y su novia prefirieron probar suerte en un motel no tan nice y fueron a dar al Cactus, que entonces estaba pasable; aunque el lugar, según mi amigo, al principio los intimidó un poco, ya que la habitación que les tocó tenía espejos por todos lados, a lo largo y ancho de todas las paredes y el techo. Pero después, este detalle encendió más a la pareja, porqué mientras se perdían en las faenas del Kamasutra, tenían la impresión de estar viendo una película porno desde todos los ángulos posibles y con ellos como protagonistas. Suave ¿no? Solo espero que no los hayan filmado de verdad, porque hubo un tiempo en que, en los moteles del D.F. y del Estado gobernado por Peña Nieto, filmaban a las cachondas parejas mientras hacían lo suyo, y después, los improvisados productores y camarógrafos de la industria porno amateur, vendían las cintas en el mercado de Tepito. Tal vez, y sin ellos saberlo, mi amigo y su novia ya son estrellas porno. Definitivamente el sexo vende, y mueve carretadas de billetes, ya sea en artículos para pasar buenos ratos como las prendas interiores atrevidonas e incitadoras a un encuentro a tres de tres caídas en el ring de un King Size, y no se diga los juguetes eróticos, hasta la idea de que nada como hacer el amor un 14 de febrero, aunque tengas que hacer fila con tu carro en el Hacienda de Castilla.

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