lunes, 11 de enero de 2010

En tiempos de Los Intocables


Son los años veinte. Una niñita, no mayor de seis años, entra en lo que parece un restaurante-almacén, con una canasta colgando de sus manos, se dirige hacia una barra similar a las de las cantinas y le entrega un papelito al propietario, que se encuentra detrás de la barra. El hombre pregunta a la niñita por su madre, ella le dice que está bien. La pequeña clienta y el maduro y correcto despachador cruzan algunas palabras más, mientras él surte la canasta de acuerdo a la lista del papelito. En la barra, sentado en un banco, un tipo, vestido de traje, corbata, abrigo, sombrero y con pinta de pocos amigos, bebe algo, se encuentra a dos lugares de la niñita, el banco que los separa está ocupado por un portafolios grande y viejo, pero limpio y cuidado, parecido a los que usaban los agentes de ventas de esos años. El tipo, sin pronunciar una sola palabra, termina abruptamente su trago, no recuerdo si paga, supongo que sí, se levanta y camina hacia la puerta dispuesto a salir. La niñita, la dulce y tierna niñita, descubre el maletín abandonado y, sin titubeo alguno, lo toma y va en busca de su dueño, que ya a cruzado la puerta de la entrada. La niñita corre mientras grita “señor, señor, olvido su maleta”, sale a la calle y se detiene en la orilla de la acera, donde ve que el tipo ya ha alcanzado una pintoresca carcachita (imagino que un coche del año, en esos días) que llega de la nada y se detiene a media calle, abre la puerta del copiloto, sube y el carro arranca a toda velocidad; ella sigue gritando “señor, señor, olvido su maleta, señor, señ… en ese momento el maletín que la niñita sostiene con ambas manos explota, envolviendo todo el local en fuego, muerte y destrucción.
Esta es la escena inicial de la película Los Intocables (The Untouchables, 1987), protagonizada por Kevin Costner, en el papel de Eliot Ness, el agente federal estadounidense que no descansa hasta que Al Capone prueba y queda en la sombra. Y como olvidar las actuaciones de Robert De Niro (Al Capone), Sean Connery (Jim Malone) y Andy García (George Stone/Giuseppe Petri). Esta escena, donde la niñita pierde la vida, estremece, aun cuando la película tiene casi 23 años de haberse estrenado. La niñita muere inocentemente (como casi todas las niñitas o los niñitos) a causa de la sangrienta guerra del alcohol que se libraba entonces en Chicago, y en todo el territorio Gringo. Conjeturo que el maletín explosivo tal vez fue en represalia por no vender el alcohol ilegal de Al Capone, o por vender el alcohol de otra banda criminal, o quizá porque el propietario del local no quiso pagar el derecho de piso, tan común en esa época. La razón precisa no se aclara del todo en el filme, solo que la niñita muere a causa del crimen organizado, que igual ejecutaba a elementos de bandas contrarias que a policías, pero policías honestos, porque muchos servidores públicos encargados de salvaguardar la ley y el orden, estaban hasta la coronilla en el fango de la corrupción; y desgraciadamente, entre todo este caos, caían civiles inocentes. Todo esto acontecía hace 90 años en tierras gringas, ¡Hace noventa años!
Hoy en día, lo mismito ocurre en México, pero ya no es a causa del contrabando de alcohol, como en las primeras décadas del siglo pasado, sino debido al narcotráfico, principalmente, y sabrá Dios a cuantas actividades ilícitas más, derivadas de este oscuro giro. Como olvidar que, no hace mucho, alguien comentó que Felipe Calderón lleva una lucha contra el crimen organizado a la Eliot Ness, e incluso que es el Eliot Ness mexicano.
México se encuentra en una guerra sin cuartel contra el crimen, tanto organizado como desorganizado, igual que los Estados Unidos hace casi un siglo, que es el tiempo que llevamos de atraso en el salvaguardo del estado de derecho y la impartición de justicia, de una justicia justa, aunque suene redundante. Tal vez es mejor no conjeturar que tan atrás vamos en otros rubros, como el económico y el educativo, porque esa información haría entrar en depresión al más dogmático seguidor de Og Mandino y, de los you can más conocidos en Latinoamérica, Alex Dey.

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