viernes, 3 de julio de 2009

Terror en las calles


Son las seis de la tarde, hace como una hora arreció la lluvia en el terregoso Torreón. La pequeña tormenta no duró más de veinticinco minutos, pero con eso fue suficiente para que las esquinas de las calles, las principales avenidas y los bulevares se inundaran provocando el temor en los dueños de autos bajitos y autos viejos, que irremediablemente se detienen donde los agarra el charco y les moja los cables que se encuentran por debajo o a un lado de la parte inferior del motor.
Yo doy gracias a Dios por haberme dado la entereza para elegir un auto que, aunque no es muy alto, nunca se queda en los tremendos lagos de lodo y basura que brotan cada vez que el cielo nos bendice con la frescura de una buena lluvia.
Cuando era niño me invadía un terror irracional cuando una tormenta eléctrica azotaba la ciudad; no soportaba el sonido ensordecedor de los truenos, que siempre acompañaban a más de un relámpago o algún rayo. El pasmo me lo había contagiado mamá, que en cuanto oía rugir al enardecido cielo embovedado de gris, o rojo si era de noche, decía asustada: “Ave María Purísima; Jesús, María y José”, y corría por las velas, ya que era muy común que se fuera la luz durante un aguacero de magnitudes catastróficas para este pedazo de desierto que el hombre se empeñó en civilizar.
Conforme fui creciendo, la igual que mi ingenuidad, el temor por los truenos se fue desvaneciendo; después yo calmaba a mi madre cuando el sonido, similar al que deben de provocar unos cerros que chocan, anunciaba la llegada de una tormenta, y aun la calmo -si estoy con ella en ese momento- en un suceso meteorológico de gran envergadura.
Desde hace mucho tiempo, tanto que ya no recuerdo desde cuando exactamente, que no temo más a los truenos, a los relámpagos y a los rayos (mientras me encuentre en la ciudad, que está tapizada de pararrayos). Ahora, cada vez que el cielo se cubre de nubes que amenazan con descargar todo lo que traen dentro, crece en mí un nuevo temor, una nueva fobia: el miedo a la destrucción del asfalto que provoca la negligencia de las autoridades al no atender la necesidad de un sistema de drenaje pluvial eficiente, negligencia que da lugar a las tremendas lagunas y lagos que se forman con tan solo veinte o veinticinco minutos de azote al centro urbano por un chaparrón tupido y sin tregua. Y es que el agua, al terminar de trasminarse a través de las grietas en el asfalto, prolifera las cuarteaduras, hoyos y baches en las calles de la ciudad, al grado que parece que en vez llover agua, llovieron meteoritos, dejando orificios-cráteres.
Mi temor, el miedo que me invade ahora que soy una hombre de 33 años, es que mi auto termine por desarmarse de la suspensión, que esta acabe de quebrarse de una vez por todas con los desperfectos que sufre el acabado asfalto de Torreón, motivo por el cual mi pobre carro ya está todo sonajiento y necesita –lo más pronto posible- el cambio de la cremallera en el eje delantero, para ser exactos, en la dirección. Por otro lado está el riesgo que se corre de provocar un hundimiento con el vehículo o caer en uno, como ocurrió la semana pasada en Bravo y Colón con un coche, debido al mal trabajo en la compactación de la tierra, que se hace antes de aplicar la piedrilla y el chapopote; y esto no es nuevo, hace algunos años se tragó la tierra a otro auto, esto pasó en la Calzada Lázaro Cárdenas, cerca de la Escuela Secundaria Federal No. 2.
Es toda una experiencia, disparadora de la adrenalina, el manejar o caminar por la ciudad durante o después de unos cuantos minutos de lluvia torrencial.

(Escribí estas líneas en día de ayer, justo después de que la lluvia arreció contra el centro y parte del oriente de Torreón)

4 comentarios:

  1. Por mis rumbos de mi casa no llovió ni una gota. Eso que vivo al oriente de la ciudad.

    Ahora sí que está ciudad se esta yendo para abajo.

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  2. Teresa, siempre es un gusto enorme que visites este espacio.
    Por lo que comentas, creo que el agua solo refresco en el centro y hacia su oriente próximo, como: parte de los bulevares Constitución e Independencia, a la altura de la calle 12 y donde comienza Diagonal Reforma.
    Ojalá hubiese llovido en todo Torreón.
    Saludos.

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  3. Gracias por atender mis clamores en el desierto, poco a poquito se forma una comunidad aunque se de manera cibernética.

    Acerca del comentario acerca del Siglo, fíjate que en casa sólo compro el periódico los fines de semana pero claro que he notado que sus columnistas locales tienen un aura de vivir en "Felicidonia" -como dirían Los Simpson-. Nunca me he creido el cuento de que somos una ciudad sino una suerte de pueblo grande, al estilo que no falta quien se alarme si te ven caminar por la calle Morelos.

    Saludos.

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  4. Teresa,me gusta mucho tu blog, son muy buenos tus textos y son tremendas tus imágenes.
    Nuevamente estoy completamente de acuerdo contigo, Torreón no ha dejado de ser, en este último siglo, un ranchote que todavía se espanta con las cosas a las que no está acostumbrado; y además es bastante crítico-conservador, nada bueno para el verdadero progreso.
    Y sí, me molesta que, en vez de escribir solo sobre el tema que tratan, varios de sus columnistas no resistan el hablar de su último viaje a la India o de como su hijo se acaba de graduar de la prepa y va a irse a estudiar a otro país.
    ¿Será en parte porque yo no cuento aun con alguna de esas posibilidades?
    Tal vez, pero también porque me molestan los jactanciosos a quienes nadie les pidió que hablen de sus logros que nadie fuma. Y creo que es de mala educación hablar de pan en una región hambrienta de oportunidades.
    Espero no verme demasiado mezquino con este comentario.
    Saludos.

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