miércoles, 29 de julio de 2009

El recuento de los daños


A través de la historia de México se han destapado, no una ni varias, sino muchas crisis, sobre todo económicas. En los años ochenta, cuando transcurría mi niñez en ese segmento de tiempo donde nada nos preocupa, está muy presente en mi memoria el estrés de mis padres, pero también la valentía frente a la difícil situación; tremendo esfuerzo considerando que solo mi padre trabajaba. Aun así eran felices y nos transmitían -a mi hermano y a mí- sus mejores sentimientos. “Lo más importante es que tenemos salud, lo demás como quiera. El dinero va y viene” Estas frases eran recurrentes en mi padre cuando enfrentaba algún gasto alto e imprevisto. No es porque sea mi padre, pero ahora que tengo consciencia de muchas cosas, sobre todo de lo complicado y difícil que es sobrevivir, él fue y es un héroe -desconocido para muchos o casi para todos- pero un héroe a fin de cuentas; más al darme cuenta de que el dinero iba, pero muy pocas veces venía. Pero, reitero, éramos felices y vivíamos muy, pero muy tranquilos.
Tranquilidad, palabra de la que no entendemos su significado en la actualidad, sobre todo por el apocalíptico índice de inseguridad y criminalidad que sufrimos a diario en nuestro país. Los niños y adolescentes de nuestro presente no pueden imaginar que, no hace mucho tiempo, la gente caminaba por las calles de cualquier ciudad sin temor a que algo trágico pasara, las personas platicaban afuera de sus casas hasta altas horas de la noche en el verano, los niños jugaban en la calle como si del patio de su casa se tratara, los asesinatos sangrientos causaban indignación y un pavoroso escándalo que los convertía en leyendas urbanas, el respeto por los demás y los buenos modales eran características bien acuñadas en la mayoría de la gente, la palabra que alguien empeñaba era de un valor mayor al de cualquier papel firmado, la policía se hacia respetar y los que andaban chuecos le temían, el ejercito causaba terror cuando por algún motivo patrullaba la ciudad, los narcotraficantes eran mayormente repudiados que admirados, la Policía Federal de Caminos era admirada y temida casi como el ejercito; en suma, México era un país donde reinaban la tranquilidad, la seguridad y el respeto mutuo, algo contrario a lo que se vive ahora. Los mexicanos nos admirábamos, y nos causaba asombro e indignación, al ver en las noticias de la televisión y leer en los periódicos la violencia que azotaba otros países de Latinoamérica, como Colombia y El Salvador; ya no se diga allá en Palestina, Arabia Saudita y también en diferentes lugares de África. Además presumíamos que éramos libres de circular por cualquier parte de México y de hacer lo que quisiéramos siempre y cuando estuviera dentro del margen lícito, a diferencia de Cuba y el régimen castrista. “Aquí en México tenemos paz, tranquilidad y somos un país libre; somos libres de hacer lo queramos hacer”, comentaban mis padres al darse cuenta, en 24 Horas con Jacobo Zabludovsky, de la esclavitud que vivían -y hasta la fecha viven- los cubanos, de los enfrentamientos entre la guerrilla y el ejercito en El Salvador, de la violencia que padecían las calles de Medellín en Colombia, de la guerra del Medio Oriente, y de tantas cosas que eran inimaginables en nuestro México, que entonces si era lindo y querido.
Es ahora, que parece que el resto del mundo nos compartió sus desgracias, cuando añoramos los viejos tiempos y nos preguntamos: ¿Valió la pena el cambio del gobierno del partido tricolor al del partido blanquiazul? ¿De que ha servido el que se le declarara la guerra al crimen organizado si estamos peor que antes? ¿Cuánto dinero y cuantas vidas (sobre todo) son el costo de esta guerra sangrienta y al parecer inútil? ¿No habría sido mejor que el derroche de recursos monetarios y humanos fuera para fortalecer la educación y golpear sin piedad al desempleo creando así mejores ciudadanos? Gran parte del país, en su mayoría, reflexiona en estas preguntas y está en contra del proyecto actual que maneja el gobierno federal; si hubiese mejor educación y mayores oportunidades laborales y de desarrollo personal, menos hombres, mujeres y jóvenes voltearían a ver hacia la tentadora oferta que les hace el crimen organizado, porque para muchos es eso o morirse de hambre, además súmenle la falta de valores morales, la delincuencia la lleva de gane. Y todo esto no es solo mi opinión, es la opinión de los estudiosos e intelectuales sobre el tema, tanto mexicanos como extranjeros.
Sí, en este sexenio se han capturado más capos y cabezas del crimen organizado que quizás en todos los demás períodos presidenciales juntos, pero de que sirve si todos los días muere gente inocente, todos los días se llevan a cabo múltiples ejecuciones, todos los días extorsionan a más y más personas, todos los días se sabe de los famosos levantotes, no paran los secuestros, no paran los enfrentamientos entre autoridades y delincuentes, no para la ineptitud de algunos cuerpos de seguridad para atrapar o neutralizar -a como dé lugar- a quienes tienen el descaro de enfrentar a las fuerzas del orden en sus propios cuarteles; y aunque ya no es un encabezado vendedor en los noticieros ni en los diarios, les puedo asegurar que el número de las muertas de Juárez sigue creciendo. El crimen organizado dio un paso adelante al intentar desbocarse, al hacerlo se encontró con la impunidad y ya no dio un paso atrás. Mientras no se apliquen a fondo las defectuosas leyes con que contamos, mientras no sea posible crear nuevas leyes que protejan al buen ciudadano y no sean la burla de los delincuentes, mientras no se acabe la corrupción -madre de la impunidad-, México seguirá tal como va en cuestión de seguridad: cada vez peor.
Hay que luchar desde nuestra propia trinchera, educando a nuestros hijos lo mejor posible y no dejarlos solos en los momentos más titubeantes, difíciles y decisivos de su vida, sin olvidar que debemos de predicar con el ejemplo siendo -lo mejor que podamos- buenos hijos, buenos padres, buenos vecinos, buenos empleados, buenos mexicanos en todo el sentido de la palabra. Por supuesto que el gobierno no puede dejarnos todo a los que intentamos mejorar -desde nuestro entorno- la situación del País, como tampoco podemos dejarle todo el paquete al gobierno. Es momento de echar a andar el cambio que deseamos, y solo lo vamos a lograr convirtiéndonos en personas de acción y de participación.

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