viernes, 1 de enero de 2016

Momentos impublicables


Los finales siempre suscitan las más diversas emociones, sobre todo si se trata del último día del año. Puede aparecer desde la alegría más desbordante, hasta la melancolía más oscura, no sin antes observar el paso de una tranquilidad ataviada con el azul celeste en el que suele enfundarse la confianza. Algunas personas son allanadas por una melancolía tan cruda y agresiva que, más allá de un simple golpe de duros recuerdos o añoranzas fallidas, es posible que se trastoque en una negra depresión sin esperanza. Quienes pueden permitirse el lujo, se regocijan en los reventones dejándose envolver por la parafernalia de la época donde no faltan amistades, abrazos, buenas voluntades compartidas como excelentes deseos, risas, regalos, música, brindis y festines, todo con una falta de moderación tan ostentosa, que los goces efímeros de diciembre parecen no tener límites. Aun cuando no siempre es posible, todos deseamos perdernos entre esos momentos de felicidad que existen gracias al respirador artificial del metálico excedente.
     El año que terminó ayer fue, en lo personal, un buen año. Durante sus doce meses trabajé en lo que más me apasiona: organizar eventos literarios, leer, escribir y editar. También conocí muchas personas, entre las que se encuentran amistades, compañeros de trabajo, escritores, editores, músicos, pintores, escultores, bailarines, fotógrafos y, en fin, profesionales de todas las disciplinas que engloba el arte. Y lo mejor: pasé la mayor parte del 2015 perdido entre libros, entre letras y entre amigos. Abracé, como nunca, las palabras de Borges: “Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mi me enorgullecen las que he leído”.
     En el amor no me fue nada mal, pero me reservo los recuerdos para sonreír en mis momentos a solas. Hoy, el primer día del 2016, propongo lo que reza un meme que circula en las redes sociales: “un brindis por esos momentos que no podemos publicar”.
     Este año que comenzó hace apenas unas horas se vislumbra prodigioso, consentidor de anhelos. Pero como todo año que pertenece al irreversible pasado, será prometedor y cumplirá nuestras esperanzas según el uso que demos a las veinticuatro horas de cada uno de sus días. Tal vez es cierto que no podemos eludir el destino –no importa cuánto nos esforcemos por cambiarlo–, pero es posible que nos dé por nuestro lado si descubre que no concedemos tregua en la batalla que libramos a diario para conseguir lo que deseamos vehementemente y continuar en todo aquello que nos apasiona y que logra la ilusión de que el tiempo se evapora más rápido en tanto nos sumergimos horas y horas en sus inagotables caudales.
     Espero que al transitar por el último día del 2016 hayamos rebosado nuestro inventario con un sinfín de recuerdos que nos arrebaten una cómplice sonrisa en el instante en que ofrecemos “un brindis por esos momentos que no podemos publicar”.    

     

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