viernes, 22 de octubre de 2021

Un niño existencialista


La séptima lectura total de este año, que concluí en agosto pasado, fue Cómo me hice monja, de César Aira. Escuché tanto del autor, que, consciente o inconscientemente, me propuse leer algo de él. Y entonces apareció la publicidad de Librerías Gandhi en mis redes sociales y por instinto busqué esta novela corta de Aira; di con ella, la ordené en línea junto a un libro de Cristina Rivera Garza y al tercer día apareció en la puerta de la casa un empleado de la mensajería para hacerme entrega del paquete con ambos ejemplares en su interior.
La narrativa de Aira es amena y adictiva, aun cuando la trama está compuesta por lo más cotidiano en la vida de los personajes; sus vidas, con apariencia de comunes, se trastocan a partir de una visita a la heladería de un parque público por parte del protagonista y su padre. Esta cotidianidad es engañosa en el inicio de la novela: pinta todo de tonos grises, tonos que auguran una historia aburrida. Sin embargo, en cuanto el helado causa asco y estragos inmediatos en el protagonista, comienza un ascenso de ritmo y un ascenso en lo extremo de las vicisitudes que padecen los personajes. Sin advertencia alguna, aparece el primer caído, el primer muerto del recorrido del niño Aira.
La novela está narrada en primera persona por el protagonista, niño de seis años de edad que se refiere a él mismo como niña en todo momento. Su actitud, sus pensamientos y sus acciones son tan elocuentes, que se llega a dar por sentado que se trata de una niña. Recordamos su naturaleza masculina hasta que alguien más se dirige o se refiere a él.
Esta obra del también autor de El congreso de literatura está cargada de existencialismo contemporáneo visto y experimentado a través de los ojos de un niño; un infante que, además de considerarse del sexo opuesto, pronostica catástrofes físicas y psicológicas a las que –pudiendo evitarlas se enfrenta y se adentra, consciente de lo peligrosas, atroces y fatales que éstas pueden ser.
Cómo me hice monja tiene guiños de acento borgiano y kafkiano, donde los laberintos carcelarios y las calles de la colonia que habitan el niño Aira y su madre remiten a El inmortal, imperdible cuento del autor de El Aleph. Las situaciones y su absurdo traen como referente a Kafka. Un claro ejemplo de estos guiños es el capítulo ocho, donde Aira proporciona un viaje por la desaforada imaginación del protagonista, quien crea un mundo, personajes y un lenguaje propio, todo de una existencia que el infante guarda en secreto.
Vale mucho la pena leer –y releer; una sola lectura total no es suficiente– esta tragedia cotidiana y de metaficción que narra la historia de un niño existencialista.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario