lunes, 12 de noviembre de 2012

La máquina perfecta


Conocí en persona a Jaime Muñoz Vargas el 26 de noviembre de 2008 en su oficina, situada en el segundo piso del edificio que por entonces albergaba al Icocult Laguna, edificio que aun se encuentra sobre la esquina de la avenida Juárez y la calzada Colón, pero que ya no es la sede del organismo cultural del Estado. Recuerdo el día exacto porque Jaime me obsequió dos libros antes de que nos despidiéramos: Boca de arena bajo el cielo, integrado por cuentos de alumnos de un taller literario que impartió Guillermo Samperio; y Monterrosaurio, que comprende un agudo ensayo escrito por Jaime sobre “El dinosaurio”, microrrelato de Augusto Monterroso, además de las ingeniosas y -muchas de las veces- chuscas posibilidades de diferentes microrrelatos que experimenta el autor de Parábola del moribundo basándose en la estructura narrativa de la ficción más conocida del autor guatemalteco. Jaime garabateó la fecha de ese día debajo de la dedicatoria  que me escribió al entregarme Monterrosaurio.
        En aquella ocasión visité a Jaime para que me asesorara sobre cómo enviar un libro de cuentos a La Fragua, firma editorial del Gobierno del Estado, para su posible publicación. Después de platicar por un lapso de tiempo bastante ensanchado, y que pasó volando ante mí, Jaime me dio dos consejos que me ayudarían si mi afán por ser escritor iba en serio: “No hay que bajar la guardia”, refiriéndose a que no hay que dejar de escribir; y “Siempre hay que tener un buen libro al lado”, donde la recomendación es siempre estar leyendo a los buenos escritores.
        Es ahora que tengo meses sin escribir en forma constante, y que acabo de dar con un libro que reúne ensayos escritos por Alfonso Reyes y Jorge Luis Borges, que comprendo en su totalidad los dos consejos de Jaime. El título es La máquina de pensar y otros diálogos literarios, publicado por la Asociación Nacional del Libro A.C. en coordinación con la SEP, la Cámara Nacional de la Industria Editorial y el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. La máquina de pensar… se distribuyó de forma gratuita el 12 de noviembre de 1998. El motivo fue la celebración del Día Nacional del Libro en México. El ejemplar que encontré descansaba en uno de los estantes de la Biblioteca Pública Enriqueta Ochoa, de Torreón. Los textos críticos de los dos monstruos de la literatura latinoamericana y mundial que conforman el libro, desentumecieron mi adormilado ánimo por plantarme frente al teclado. Y es que tanto Reyes como Borges disertan de una forma tan amena y divertida sobre libros y autores, sin utilizar palabras ni frases rebuscadas, que es imposible no contagiarse de su adictivo entusiasmo por el deleite con la lectura y la escritura.
        Los ensayos de Alfonso Reyes aparecieron por primera vez en diarios y revistas de su época. Tiempo después, los textos fueron embonados en varios de los volúmenes de las Obras completas del literato regiomontano, publicadas por el Fondo de Cultura Económica. En cambio, Borges escribió todos los textos antologados en La máquina de pensar… para la revista El Hogar, de Buenos Aires, Argentina, diálogos literarios que con el tiempo formarían parte del libro Textos cautivos, publicado por Tusquets Editores. A pesar de que la revista para la cual Borges escribió sus ensayos tiene un nombre que suena a publicación aburrida para amas de casa abnegadas, las letras del autor de El Aleph son -como todas las surgidas de su pluma- asombrosas y llevan su genial e inconfundible sello.
        En esta compilación, llevada a cabo por Felipe Garrido, los dos escritores dialogan a profundidad sobre La máquina de pensar -invención que Raimundo Lulio (Ramón Llull) dio a conocer a fines del siglo XIII-, Otras máquinas, La novela policial –a la que revindican y enaltecen-, y escritores que influyeron en sus vidas y sus letras, como James Joyce, Miguel de Unamuno, Jorge Isaacs, Chesterton, Los Huxley, Breton, Wells , Eliot, Valéry, Hauptmann y otros tantos más. La máquina de pensar… termina con un epílogo en el que Reyes escribe lo mucho que admira las letras de Borges y en el que Borges a su vez no escatima tinta y la desborda en páginas y páginas donde da a conocer que experimenta la misma admiración, o tal vez más, por la obra de Reyes.
        No es sencillo escribir un ensayo, y mucho menos lograr que dicho ensayo sea digerible para todo tipo de personas, tanto lectoras como no lectoras, además de ameno y divertido. Reyes y Borges si confieren estas características a cada uno de sus textos. Y no sólo eso. Las letras de ambos hacen honor al título del libro al despertar y poner en movimiento nuestro pensamiento con sus palabras.
        No es posible transcribir en este espacio todos los deslumbrantes razonamientos de Reyes y de Borges, pero traigo aquí algo de lo que más hondo marcó a mi memoria. Sobre la novela policial, Borges alaba la maestría con que escribe el género Ellery Queen, autor de su tiempo, y sobre una novela de este escritor, confiesa: “He leído en dos noches los veintitrés capítulos que componen The Four of Hearts y ninguna de sus páginas me aburrió. Tampoco adiviné la recta solución del problema que, sin embargo, es lógica”. Pero existe otro literato cuya escritura abraza la también llamada novela negra y cuyas letras son consideradas inferiores por Borges. Se trata del escritor Willard Huntington Wrigth, conocido bajo el seudónimo de S. S. Van Dine, del que Borges escribe que “flamea en todos los multicolores quioscos del mundo”, y que su alias artístico es un “apretado y leve seudónimo”. Decir a un autor que sus novelas se venden en los quiscos era, en tiempos de Borges, sinónimo de chafa. Pero lo que en verdad me arrancó una buena carcajada es el comentario que lanza Borges después de enumerar algunos libros que Van Dine publicó con su verdadero nombre antes de dedicarse a tejer tramas detectivescas: “El universo había examinado esas obras con más resignación que entusiasmo. A juzgar por los atolondrados fragmentos que sobreviven incrustados en sus novelas, el universo tenía toda la razón…”. Es asombrosa la forma en que el autor de El informe de Brodie  escribe sus ensayos: echa mano del mismo tono seductor que utiliza en su narrativa, en sus ficciones, acertando con matemática precisión.
        Reyes por su parte comenta lo injusto de los despectivos nombres que comúnmente le dan a la novela policial, entre ellos los de novela de misterio, de crimen, detectivesca, policiaca, y enumera las razones de por qué él devora este tipo de novelas. Además, aboga a su favor dando a conocer dos motivos -y echándolos abajo- por los que a la narrativa sobre oscuros y, en apariencia, indescifrables crímenes se considera de tipo subliterario: “1) Los autores que a ella se consagran son demasiado prolíficos, 2) La novela policial se escribe con visible apego a cierta fórmula o canon. Lo primero es consecuencia de la excesiva demanda, y se presta sin duda a la producción industrial de obras mediocres; pero se puede ser abundante sin ser por eso mal escritor. La objeción no es una razón necesaria en contra. Piénsese en la obra, tan copiosa como excelente, de Balzac, Dickens, Antony Trollope, Galdós. La segunda objeción carece de sentido crítico. Las obras no son buenas o malas por seguir o dejar de seguir una fórmula. Siempre siguió una preceptiva de hierro la tragedia griega y no se la desestima por eso. Y Lope de Vega fue, a la vez, abundantísimo y dado a ajustarse a la fórmula fácil y económica con que él mismo organizó la Comedia Española. De suerte que este ejemplo solo (no lo trae Krutch, claro está: hoy nadie conoce, fuera de nuestra habla, la literatura española) basta para anular ambas objeciones”. Krutch, ensayista de la época de Reyes y cuyo nombre completo es Joseph Wood Krutch, vuelve a ser citado por el polígrafo regiomontano un párrafo antes de terminar su ensayo: ”Krutch exclama (¡y con cuánta razón!): `Acaso se inicia la decadencia de la novela el día que el novelista se propone discernir conscientemente entre lo importante y lo interesante. Sí: la golosina puede hartar e indigestar. Pero es un pésimo síntoma de salud preferir, en sí, la purga a la golosina´.
        Interés de la fábula y coherencia en la acción. Pues ¿qué más exigía Aristóteles? La novela policial es el género clásico de nuestro tiempo”.
        La crítica de Reyes hacia los acérrimos y ácidos críticos literarios que van en contra de la novela negra, también se ajusta como ninguna para aquellos que denuestan la obra, o parte de ella, de escritores de culto y de una altísima calidad literaria como Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes o Mario Vargas Llosa. No puede negarse que la mayoría de los comentarios hacia los libros de estos tres autores son favorables, pero existen por ahí, casi siempre entre las sombras -a excepción de Fernando Vallejo, que cada vez que puede denigra lo escrito por el Gabo-, escritores (¿?) y periodistas que no dudan en injuriar sus letras.
        A través de todos y cada uno de los ensayos que ensamblan La máquina de pensar…, Reyes y Borges nos impregnan su siempre llameante pasión por las letras, y no sólo las  policiales, sino también las de sus escritores de cabecera mencionados poco después del inicio de estas líneas.
        El libro consta de ciento cincuenta y siete páginas. La maestría inigualable con que Alfonso Reyes y Jorge Luis Borges corrieron sus plumas sobre el papel, despertó mi hambre de letras provocando que engullera La máquina de pensar y otros diálogos literarios en tres días, máquina perfecta que acaba con cualquier vestigio de indiferencia hacia los libros. 

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