Conocí en persona a Jaime Muñoz Vargas el 26 de
noviembre de 2008 en su oficina, situada en el segundo piso del edificio que
por entonces albergaba al Icocult Laguna, edificio que aun se encuentra sobre
la esquina de la avenida Juárez y la calzada Colón, pero que ya no es la sede
del organismo cultural del Estado. Recuerdo el día exacto porque Jaime me
obsequió dos libros antes de que nos despidiéramos: Boca de arena bajo el cielo, integrado por cuentos de alumnos de un
taller literario que impartió Guillermo Samperio; y Monterrosaurio, que comprende un agudo ensayo escrito por Jaime
sobre “El dinosaurio”, microrrelato de Augusto Monterroso, además de las ingeniosas
y -muchas de las veces- chuscas posibilidades de diferentes microrrelatos que
experimenta el autor de Parábola del
moribundo basándose en la estructura narrativa de la ficción más conocida
del autor guatemalteco. Jaime garabateó la fecha de ese día debajo de la
dedicatoria que me escribió al
entregarme Monterrosaurio.
En
aquella ocasión visité a Jaime para que me asesorara sobre cómo enviar un libro
de cuentos a La Fragua, firma editorial del Gobierno del Estado, para su
posible publicación. Después de platicar por un lapso de tiempo bastante
ensanchado, y que pasó volando ante mí, Jaime me dio dos consejos que me
ayudarían si mi afán por ser escritor iba en serio: “No hay que bajar la guardia”,
refiriéndose a que no hay que dejar de escribir; y “Siempre hay que tener un
buen libro al lado”, donde la recomendación es siempre estar leyendo a los
buenos escritores.
Es ahora
que tengo meses sin escribir en forma constante, y que acabo de dar con un
libro que reúne ensayos escritos por Alfonso Reyes y Jorge Luis Borges, que
comprendo en su totalidad los dos consejos de Jaime. El título es La máquina de pensar y otros diálogos
literarios, publicado por la Asociación Nacional del Libro A.C. en
coordinación con la SEP, la Cámara Nacional de la Industria Editorial y el
Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. La máquina de pensar… se distribuyó de forma gratuita el 12 de
noviembre de 1998. El motivo fue la celebración del Día Nacional del Libro en
México. El ejemplar que encontré descansaba en uno de los estantes de la
Biblioteca Pública Enriqueta Ochoa, de Torreón. Los textos críticos de los dos
monstruos de la literatura latinoamericana y mundial que conforman el libro,
desentumecieron mi adormilado ánimo por plantarme frente al teclado. Y es que
tanto Reyes como Borges disertan de una forma tan amena y divertida sobre
libros y autores, sin utilizar palabras ni frases rebuscadas, que es imposible
no contagiarse de su adictivo entusiasmo por el deleite con la lectura y la
escritura.
Los ensayos de Alfonso Reyes aparecieron por
primera vez en diarios y revistas de su época. Tiempo después, los textos
fueron embonados en varios de los volúmenes de las Obras completas del literato regiomontano, publicadas por el Fondo
de Cultura Económica. En cambio, Borges escribió todos los textos antologados
en La máquina de pensar… para la
revista El Hogar, de Buenos Aires,
Argentina, diálogos literarios que con el tiempo formarían parte del libro Textos cautivos, publicado por Tusquets
Editores. A pesar de que la revista para la cual Borges escribió sus ensayos
tiene un nombre que suena a publicación aburrida para amas de casa abnegadas,
las letras del autor de El Aleph son
-como todas las surgidas de su pluma- asombrosas y llevan su genial e inconfundible
sello.
En
esta compilación, llevada a cabo por Felipe Garrido, los dos escritores dialogan
a profundidad sobre La máquina de pensar -invención que Raimundo Lulio (Ramón
Llull) dio a conocer a fines del siglo XIII-, Otras máquinas, La novela
policial –a la que revindican y enaltecen-, y escritores que influyeron en sus
vidas y sus letras, como James Joyce, Miguel de Unamuno, Jorge Isaacs, Chesterton,
Los Huxley, Breton, Wells , Eliot, Valéry, Hauptmann y otros tantos más. La máquina de pensar… termina con un epílogo
en el que Reyes escribe lo mucho que admira las letras de Borges y en el que Borges
a su vez no escatima tinta y la desborda en páginas y páginas donde da a
conocer que experimenta la misma admiración, o tal vez más, por la obra de Reyes.
No es
sencillo escribir un ensayo, y mucho menos lograr que dicho ensayo sea digerible
para todo tipo de personas, tanto lectoras como no lectoras, además de ameno y
divertido. Reyes y Borges si confieren estas características a cada uno de sus
textos. Y no sólo eso. Las letras de ambos hacen honor al título del libro al
despertar y poner en movimiento nuestro pensamiento con sus palabras.
No es
posible transcribir en este espacio todos los deslumbrantes razonamientos de
Reyes y de Borges, pero traigo aquí algo de lo que más hondo marcó a mi
memoria. Sobre la novela policial, Borges alaba la maestría con que escribe el
género Ellery Queen, autor de su tiempo, y sobre una novela de este escritor,
confiesa: “He leído en dos noches los veintitrés capítulos que componen The Four of Hearts y ninguna de sus
páginas me aburrió. Tampoco adiviné la recta solución del problema que, sin
embargo, es lógica”. Pero existe otro literato cuya escritura abraza la también
llamada novela negra y cuyas letras son consideradas inferiores por Borges. Se
trata del escritor Willard Huntington Wrigth, conocido bajo el seudónimo de S.
S. Van Dine, del que Borges escribe que “flamea en todos los multicolores
quioscos del mundo”, y que su alias artístico es un “apretado y leve seudónimo”.
Decir a un autor que sus novelas se venden en los quiscos era, en tiempos de
Borges, sinónimo de chafa. Pero lo que en verdad me arrancó una buena carcajada
es el comentario que lanza Borges después de enumerar algunos libros que Van
Dine publicó con su verdadero nombre antes de dedicarse a tejer tramas
detectivescas: “El universo había examinado esas obras con más resignación que
entusiasmo. A juzgar por los atolondrados fragmentos que sobreviven incrustados
en sus novelas, el universo tenía toda la razón…”. Es asombrosa la forma en que
el autor de El informe de Brodie escribe sus ensayos: echa mano del mismo tono
seductor que utiliza en su narrativa, en sus ficciones, acertando con
matemática precisión.
Reyes
por su parte comenta lo injusto de los despectivos nombres que comúnmente le
dan a la novela policial, entre ellos los de novela de misterio, de crimen,
detectivesca, policiaca, y enumera las razones de por qué él devora este tipo
de novelas. Además, aboga a su favor dando a conocer dos motivos -y echándolos abajo-
por los que a la narrativa sobre oscuros y, en apariencia, indescifrables
crímenes se considera de tipo subliterario: “1) Los autores que a ella se
consagran son demasiado prolíficos, 2) La novela policial se escribe con
visible apego a cierta fórmula o canon. Lo primero es consecuencia de la
excesiva demanda, y se presta sin duda a la producción industrial de obras
mediocres; pero se puede ser abundante sin ser por eso mal escritor. La
objeción no es una razón necesaria en contra. Piénsese en la obra, tan copiosa
como excelente, de Balzac, Dickens, Antony Trollope, Galdós. La segunda
objeción carece de sentido crítico. Las obras no son buenas o malas por seguir
o dejar de seguir una fórmula. Siempre siguió una preceptiva de hierro la
tragedia griega y no se la desestima por eso. Y Lope de Vega fue, a la vez,
abundantísimo y dado a ajustarse a la fórmula fácil y económica con que él
mismo organizó la Comedia Española. De suerte que este ejemplo solo (no lo trae
Krutch, claro está: hoy nadie conoce, fuera de nuestra habla, la literatura
española) basta para anular ambas objeciones”. Krutch, ensayista de la época de
Reyes y cuyo nombre completo es Joseph Wood Krutch, vuelve a ser citado por el
polígrafo regiomontano un párrafo antes de terminar su ensayo: ”Krutch exclama
(¡y con cuánta razón!): `Acaso se inicia la decadencia de la novela el día que
el novelista se propone discernir conscientemente entre lo importante y lo interesante.
Sí: la golosina puede hartar e indigestar. Pero es un pésimo síntoma de salud
preferir, en sí, la purga a la golosina´.
Interés de la fábula y coherencia en la acción. Pues ¿qué más exigía
Aristóteles? La novela policial es el género clásico de nuestro tiempo”.
La
crítica de Reyes hacia los acérrimos y ácidos críticos literarios que van en
contra de la novela negra, también se ajusta como ninguna para aquellos que
denuestan la obra, o parte de ella, de escritores de culto y de una altísima
calidad literaria como Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes o Mario Vargas
Llosa. No puede negarse que la mayoría de los comentarios hacia los libros de
estos tres autores son favorables, pero existen por ahí, casi siempre entre las
sombras -a excepción de Fernando Vallejo, que cada vez que puede denigra lo
escrito por el Gabo-, escritores (¿?) y periodistas que no dudan en injuriar
sus letras.
A través de todos y cada uno de los ensayos
que ensamblan La máquina de pensar…,
Reyes y Borges nos impregnan su siempre llameante pasión por las letras, y no
sólo las policiales, sino también las de
sus escritores de cabecera mencionados poco después del inicio de estas líneas.
El
libro consta de ciento cincuenta y siete páginas. La maestría inigualable con
que Alfonso Reyes y Jorge Luis Borges corrieron sus plumas sobre el papel, despertó
mi hambre de letras provocando que engullera La máquina de pensar y otros diálogos literarios en tres días,
máquina perfecta que acaba con cualquier vestigio de indiferencia hacia los
libros.
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