miércoles, 31 de octubre de 2012

Limbo laboral



Una tarde de septiembre de hace dos o tres años, Torreón fue embestido por un chaparrón que lo convirtió -como hoy por hoy- en la Venecia mexicana: por sus calles y avenidas principales, al igual que en la mayoría de las colonias, sólo se podía circular en góndola. Era demasiado temerario el intento de convertir cualquier auto en un improvisado vehículo anfibio.
        La colonia donde vivo no escapó del estancamiento masivo de agua de tromba. Y tal cual ocurre en situaciones así, apareció la indeseable necesidad de salir de casa e ir a la tienda avecindada dos cuadras adelante. Caminar a la dichosa miscelánea equivalía a sumergir los pies más allá de media pantorrilla en el líquido chocolatoso de todos sabores. En vez de chapotear, preferí sacar el carro de la cochera. El sonido de las olas al golpear contra la carrocería de mi auto despertaron en mí la sensación de encontrarme dentro de una botella gigante de vidrio que flotaba a la deriva en algún río o en el océano. Fui a la tienda y volví sin que el auto desfalleciera a medio camino. Un verdadero milagro. Pero no salí librado del todo de la aventura. Cuando dejé la tienda y estaba por subir al carro, mi celular, mal sujeto, se zafó de mi cinto y fue a parar al oscuro encharcamiento. Después de balbucear cuatro o cinco leperadas afronté lo inevitable: sumergir mi mano y la mitad de mi antebrazo en la espesa laguna café en busca del teléfono. Tanteé  hasta llegar al asfalto. Después removí agua y fango de un lado a otro, de aquí para allá y de allá para acá en todas direcciones hasta que di con el ahogado Nokia. Fue desesperante. Creí que no lo encontraría.
        Algo similar he experimentado los últimos tres meses y medio. El aluvión de situaciones y vivencias encharcó mi libertad. Primero, el cambio de un trabajo a otro. Luego ese otro trabajo y su interminable y agotadora jornada diaria. Después la renuncia, el desempleo y el desasosiego. Y ahora una nueva faena laboral en la que creo saber de lo que trata. Aunque si alguien me pregunta cómo me a ido, no puedo darle una respuesta certera. Ni bien, ni mal. No se ha hecho presente la pena, pero tampoco la gloria. Me encuentro en una especie de limbo laboral. Eso sí: es, indudablemente, mucho mejor que el desempleo.
        Todo este abrupto caos de tres meses provocó que mi pluma, con la que ejerzo de escribidor, resbalara de mi mano y fuera a dar al lodoso charco situacional. Este post es la desesperada y desesperante búsqueda de mi mano sumergida en el fango en un intento por recuperar mi pluma. Mantengo cautiva la esperanza de encontrarla sin demasiada atrofia. Anhelo como nunca que aun funcione.

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