lunes, 27 de junio de 2011

La huella del maestro


Cuando el fervoroso e incipiente deseo de escribir se apodera de nosotros volviéndose una obsesión permanente, es entonces que hemos sido tocados, o golpeados, por las letras de los grandes literatos, y aunque admiremos a muchos de ellos -y nuestra percepción consciente no dé el vislumbre- uno de entre todos, en algún momento de nuestra actividad creativa, termina por grabar su huella en nuestro estilo.
La Comarca Lagunera ha sido en las últimas dos décadas, y sigue siendo, una olla que desborda hombres y mujeres interesados en la creación literaria cómo si de palomitas de maíz se tratara, y de donde han surgido escritores con oficio que no sólo ven a las letras cómo un mero esparcimiento que llene sus ratos de ocio y de vagancia, ni cómo un hobby que les dé la oportunidad de sentirse intelectuales para poder subir a una tarima y humillar a sus semejantes tachándolos de ignorantes e iletrados, sino escritores que han sido seducidos por la literatura y que han aceptado a las letras cómo una forma de vida, con una entrega y un compromiso enteros y en armonía perfecta con la pasión del sacrificio en la fragua de las palabras que dan sentido a sus textos y en los textos que dan forma y estructura a sus libros. Son estos escritores lo que han abrazado a “la literatura cómo un fin y no cómo un medio”, algo difícil de entender para el aprendiz no ideal del arte a través de la palabra escrita, cómo comenta Saúl Rosales (1).
Entre los costales de escribidores que ha producido el furor lagunero por las letras se encuentran excelentes escritores, que han destacado no solo en este polvoso y asoleado cacho de provincia, sino también a nivel nacional e internacional. Tres de estos escritores cuyos meritos literarios, aunados a la constancia de su producción y a su calidad libre de discusión, los han colocado en un lugar importante y como referencia dentro la literatura mexicana contemporánea, son Saúl Rosales, Jaime Muñoz Vargas y Vicente Alfonso.
Saúl Rosales ha escrito cuento, poesía, ensayo, novela y teatro, es miembro correspondiente de la Academia Mexicana de la Lengua desde octubre de 2003, director de la revista de literatura Estepa del Nazas y del Taller Literario del Teatro Isauro Martínez. El autor de la novela Iniciación en el relámpago ha recibido importantes reconocimientos, cómo el de “Creador emérito de Coahuila” en 1998 (2).
Jaime Muñoz Vargas también ha incursionado en casi todos los géneros literarios; además de escritor es periodista, escribe la columna “Ruta Norte” en el diario La Opinión Milenio de Torreón, Coahuila, y en los últimos diez años se la ha pasado arrojando letras al mundo cómo si fuera una imprenta humana y ganando galardones literarios, entre los que destacan el Premio Nacional de Cuento San Luis Potosí 2005 con su libro de relatos detectivescos Leyenda Morgan, y el Premio Nacional de Novela Rafael Ramírez Heredia 2009 con Parábola del moribundo (3).
Vicente Alfonso tiene libros memorables y entrañables, cómo La laguna de tinta y El síndrome de Esquilo, ambos de cuento, y constantemente escribe ensayos y artículos para revistas y periódicos nacionales. Entre los premios que se ha echado a la bolsa se encuentran el Armado Fuentes 2003 y el Estatal de Periodismo Coahuila 2007. En el 2006 ganó el Premio Nacional de Novela Policíaca con Partitura para mujer muerta (4).
La obra cuentística de estos tres literatos laguneros es abundosa, y de una notable calidad que los coloca al tú por tú con escritores que deambulan en el incierto resplandor de la fama nacional y extra-fronteras. Jalo bajo el fuego de la crítica el cuento debido a que es el género que más han cultivado Saúl Rosales, Jaime Muñoz Vargas y Vicente Alfonso, y a que en tres relatos, uno de de cada uno de ellos, se distingue una fluorescente y profunda influencia que circula entre los textos de los tres intelectuales, y que es a lo que Saúl Rosales llama vasos comunicantes (5); sin embargo, la novela, el ensayo y la poesía que han escrito son sinónimo y pauta -cómo menciono- del verdadero oficio de escritor, el del escritor profesional.
Los cuentos “Amor en Moscú” (6), de Saúl Rosales, “Sirena del Báltico” (7), de Vicente Alfonso, y “Las grandes alamedas” (8), de Jaime Muñoz Vargas, parecen pertenecer a un mismo libro, aun cuando no es así, debido a que presentan similitudes en el estilo, el fondo, la forma y el desenvolvimiento de sus personajes, siendo todo esto más notorio en “Amor en Moscú” y “Sirena del Báltico”, donde el segundo parece una continuación del primero. En “Las grandes alamedas” la ideología política y el pensamiento intelectual reflejan la influencia del cuento “Amor en Moscú”, que ha quedado impregnada en la trama del relato de Jaime Muñoz Vargas.
“Amor en Moscú” está narrado en primera persona a través de la voz de un estudiante torreonense que viaja a Rusia con fines académicos y termina convirtiéndose en amante de Olga, una joven estudiante rusa y rubia, que lo conquista con la belleza de su cuerpo. El estudiante se enamora del cuerpo de Olga, cuerpo que él describe cómo La Belleza, e intenta traerla consigo a México, pero lo impiden los prejuicios que cada uno de los dos padece.
En “Sirena del Báltico”, Vicente Alfonso nos relata las desventuras que enfrenta un joven que al parecer representa a un museo mexicano, y que es responsable de unas estatuillas pertenecientes a una muestra de arte precolombino que se exhibe en un museo de San Petersburgo, en Rusia. El joven, en una de sus vagancias por los pasillos del enorme museo, se topa con Katia, una hermosa muchacha rusa que inmediatamente despierta sus sueños eróticos, y con quien los cumple casi en forma instantánea. El joven, sin saberlo, se enfila hacia la pérdida irreversible del corazón y de la razón.
Las similitudes entre el personaje narrador de “Amor en Moscú” y el de “Sirena del Báltico” comienzan con la admiración que ambos sienten hacia la URSS y su sistema político socialista, pero no cómo para quedarse a vivir ahí permanentemente. Ambos jóvenes torreonenses son asaltados por la idea de traer a sus amantes rusas a México. En el cuento de Saúl Rosales, el joven estudiante, al llegar al aeropuerto de Moscú, se sorprende al mirar las inscripciones de identidad de los aviones (9); lo mismo le sucede al personaje masculino en el relato de Vicente Alfonso (10).
Saúl Rosales utiliza un leguaje barroco en su cuento, barroco no tanto en las palabras, pero si en el ensamble estructural de las frases, en las cuales es necesario leerlas completas hasta donde dé la pauta una coma, un punto y coma, un punto y seguido o un punto y aparte, para así poder entender en su totalidad el mensaje narrativo. Vicente Alfonso se vale de un lenguaje similar en “Sirena del Báltico”, y utiliza un breve juego de palabras al comenzar el cuento: “Pero ella no está allí. Ahora es el hada helada, es celada de celos” (11). Este juego de palabras es utilizado, aunque un poco más extenso, por Saúl Rosales al describir los momentos eróticos que pasan los protagonistas de “Amor en Moscú”: “Jugando con las palabras era una forma de vida/ una forma debida. […] Todo lo fecundaba el consentimiento recíproco, consentimiento, con sentimiento, con amor, con amor-nía, con armonía, con plenitud y con tranquilidad” (12).
Dos detalles más: tanto Saúl Rosales cómo Vicente Alfonso comienzan sus cuentos con una probadita del final, dándole un toque de narración casi circular, volviendo al punto donde todo empezó para después cerrar con el final completo. Por otro lado, los protagonistas masculinos muestran sus prejuicios machistas al aferrarse por convencer a sus amantes rusas de que se vayan con ellos, pero ambos fracasan, las mujeres rusas no ceden.
En sus relatos, Saúl Rosales y Vicente Alfonso reflejan la admiración y el amor platónico que sienten por la Rusia socialista a través del amor y la idealización que experimentan sus personajes por las mujeres rusas. Sin embargo, el estudiante torreonense de “Amor en Moscú” prefiere su país y sus prejuicios, y el personaje de “Sirena del Báltico” despotrica contra la ilusión de la belleza que le presenta Rusia y se aleja de toda lógica y de la razón al grado de ya no querer volver a la realidad, optando por acabar con todo, incluso consigo mismo.
Una diferencia muy notable entre “Amor en Moscú” y “Sirena del Báltico” es que el primero en todo momento es realista, y el segundo, al llegar a la parte final, justo en el penúltimo párrafo, si se analizan más a fondo las líneas, pareciera cómo si Vicente Alfonso abriera una pequeña ventana para que a través de ella se pueda conjeturar un final fantástico: el espectro o fantasma de una joven mujer que perdura y vive a través de una figura femenina pintada por Rembrandt en uno de sus cuadros, seduce y enamora a los hombres que pasean por el pasillo donde se encuentra la pintura, al grado de hacerlos perder la razón.
Retomando el cuento “Las grandes alamedas”, de Jaime Muñoz Vargas, la influencia de Saúl Rosales en el relato nos sonríe justo después del título, ya que Jaime utiliza cómo epígrafe la frase con que termina “Amor en Moscú”: “La solidaridad vive y resiste”, palabras seguidas en el siguiente renglón por el nombre de su autor (13).
Jaime Muñoz Vargas también adereza su relato con la ideología socialista clavada en el espíritu de los tres personajes principales: Pepe Rojas -el narrador-, Antar Lynch -el extranjero chileno-, y Betina López, muchacha comarcana que se enamora de Antar. A diferencia de Saúl Rosales y Vicente Alfonso, en cuyos cuentos el amor está cargado por un profundo erotismo, Jaime Muñoz Vargas narra un amor un tanto más intelectual, donde Betina se enamora de la sapiensa y la ideología de Antar, aunque Antar en un principio se enamore de la belleza de Betina, y quizás, más adelante, del hecho de que es su principal seguidora y de la militancia ideológica y política que comparten. En la historia de Jaime, el amor termina por imponerse y Betina sigue a Antar hasta Chile, donde juntos participan en una manifestación contra el golpe de Estado que recibió Salvador Allende el 11 de septiembre de 1973 (14). En “Las grandes alamedas”, Jaime narra la historia con un leguaje bastante digerible, pero para hacerlo se necesita de un conocimiento profundo de la lengua que ayude a no caer en los lugares comunes, y si se llega a ellos hacerlo con una maestría que los justifique.
Las similitudes que presentan “Amor en Moscú”, “Sirena del Báltico” y “Las grandes alamedas”, no son obra de la casualidad, sino de la admiración que sienten Jaime Muñoz Vargas y Vicente Alfonso por Saúl Rosales, por el maestro Saúl Rosales y su obra literaria. Dicha admiración ha dejado huella en el estilo narrativo de ellos dos, cuyos relatos reflejan la huella del maestro.
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1 “Cenáculo de la autocrítica y la crítica literaria”, Acequias, Revista de literatura y crítica cultural, Universidad Iberoamericana Torreón, otoño 2008, núm. 45, p.24.
2 Información obtenida del sitio web de Wikipedia, la enciclopedia libre, enlace:
http://es.wikipedia.org/wiki/Sa%C3%BAl_Rosales_Carrillo
3 “Perfil del usuario Jaime Muñoz Vargas”, Blog Ruta Norte Laguna, enlace:
http://rutanortelaguna.blogspot.com/
4 “Perfil del usuario Vicente Alfonso”, Blog El síndrome de esquilo, enlace:
http://www.elsindromedesquilo.blogspot.com/
5 Comentario escuchado en una clase de ensayo del maestro Saúl Rosales.
6 Rosales, Saúl, Autorretrato con Rulfo, ed. ISSSTE, México, 2000, 157 pp.
7 Alfonso, Vicente, El síndrome de Esquilo, ed. Ficticia, México, 2007, 128 pp.
8 Muñoz, Jaime, Ojos en la sombra, UAC, Saltillo, 2007, 211 pp.
9 Rosales, Op. cit., p. 88
10 Alfonso, Op. cit.,p. 8
11 Ibid., p. 7
12 Rosales, Op. cit., p. 99
13 Muñoz, Op. cit., p.175
14 Ibid., p.192

2 comentarios:

  1. Cuando los comencé a leer noté demasiada semejanza en su manera de escribir, no sé, muchos adjetivos y palabras barrocas, tal vez en un afán de pertenencia el uso de vocablos laguneros, si bien Jaime y Vicente se han hecho de su propio estilo, se nota que basaban sus primeros escritos en lo que aprendían en los talleres de Saúl Rosales, me atrevo a decir esto porque lo he notado en quien ha sido su alumno.

    De Vicente no sé si hayas leído Naufragio en tierra firme, muy recomendable. Ahhh...tbn los cuentos de Magda Madero me gustan mucho.

    Saluudos!!!

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  2. Si, Teresa, la verdad es que aunque uno no lo note, la influencia de alguien llega a aparecer en nuestros escritos.
    Naufragio en tierra firme es un muy buen cuento de Vicente. De hecho todos los que integran El Síndrome de Esquilo son geniales.
    A Magda Madero la he leído poco. En una ocasión degusté un cuento de ella que apareció en Siglo Nuevo, pero me pareció que describía demasiado los detalles y movimientos del personaje principal haciendo que se perdiera la trama del relato. Voy a buscar más narrativa de ella para darme una mejor idea de sus cuentos.
    Un beso y un abrazo.

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