sábado, 6 de marzo de 2010

La iluminación de Ray Bradbury


Una noche de uno de los últimos meses del 2004, probablemente septiembre, quizás octubre, decidí convertirme en escritor. Era uno de estos dos meses porque recuerdo que paladeé con un inmenso placer un six de Modelos, acompañado con cacahuates japoneses y unas Sabritas al natural bañadas en salsa Valentina. Cada cerveza fue mezclada con el jugo de un limón, sal y un cuarto de vaso de Clamato. Debe de haberse tratado de un agobiante y caluroso viernes, porque recuerdo lo mucho que disfruté las chelas y la botana de buró viendo la tele, sentado en el sillón más grande de la sala. Cómo hasta la fecha es común, los canales al aire en la caja parlante han de haber estado transmitiendo puras babosadas, porque apagué el alucinante aparato en la cuarta cerveza y recuerdo haber vaciado en mi garganta las primeras tres burbujeantes heladas a un ritmo encabronado; como comento, es muy probable que se tratara de una noche bochornosa. El mismo mueble de la televisión hacía de librero, y allí, algunos apilados y otros bien acomodados, estaban mis queridos y amados libros. Por esos días acababa de leer en su totalidad, y por segunda vez, El Código Da Vinci, de Dan Brown; la herética novela fue mi primera historia policíaca, esto ayudó a que después de leerla quedara marcado para siempre. Después de darle fin a las idioteces de la televisión, me quedé viendo el pequeño librero y clavé la mirada en El Código Da Vinci. Me erguí del sillón en que me encontraba desparramado y abandonado como si en vez de carne y huesos yo estuviera hecho de trapo y algodón, y caminé hacia los libros. Tomé la novela de Dan Brown, regresé a mi cómoda posición en el sillón y abrí el libro al azar. Leí uno o dos párrafos, di un trago a la Modelo en turno, cerré el libro y me quedé mirándolo como si estuviese fabricado en oro, asombrado de como un libro, una novela, pude causar tanto placer y tanta adicción. Y entonces tomé la decisión que hasta hoy no he cambiado, ni pienso cambiar: Sería escritor.
Desde ese momento, en forma instintiva, comencé a buscar y adquirir libros que me ayudaran con mi sueño de dedicarme a las letras. En un paseo dominical me encontré con Mientras escribo, de Stephen King, y lo compré sin reparar en el precio, aunque creo recordar que tenía cierto descuento y además lo firmé a seis meses.
En mi búsqueda por conocer los consejos y secretos del oficio de escritor, he leído cuanto me he encontrado en librerías, talleres y cursos literarios, y en Internet. Es precisamente como cibernauta que este diciembre que pasó, localicé en una biblioteca virtual el titulo Zen en el arte de escribir, de Ray Bradbury. A este autor estadounidense ya lo había escuchado mentar unos años atrás por un compañero del trabajo que estaba embebido de las Crónicas marcianas. Este título hizo que, si Bradbury ya me era indiferente, ahora evitara cualquier libro de él. Y es que, sin haber leído Crónicas marcianas, el texto me sonaba al relato o los relatos chafas de un nerd de los años sesenta.
Al encontrar Zen en el arte de escribir en formato digital, lo bajé guardando cierta distancia, y empecé a leerlo con desdén a fin de que si algo, por mínimo que fuera, me parecía ñoño, lo dejaría de lado para en ese instante borrarlo de mi laptop. Pues sí, si encontré dos o tres cosas medias ñoñas, pero también técnicas y experiencias interesantes que motivaron mi curiosidad por terminar de leer el libro completo.
Zen en el arte de escribir esta eslabonado por algunos ensayos y artículos sobre técnicas de escritura, publicados por Bradbury en revistas durante varias décadas del siglo pasado. Como en Mientras escribo, de Stephen King, Bradbury confirma que para ser escritor hay que leer y escribir mucho. También menciona que a él le ha funcionado mucho ver todo en la vida con constante asombro, como cuando se es niño y poco a poco comenzamos a descubrir el mundo y todo cuanto lo habita. Bradbury tiene razón: hay que ver todo, todo cuanto nos rodea y descubrimos a diario, con asombro, con detalle y con emoción, para después poder trasmitirlo a través de lo que escribimos.
El autor de Fahrenheit 451, al igual que King -y no dudo que al igual que otros bestsellerianos-, tiene una buena formación literaria e intelectual, que abarca desde los griegos clásicos hasta llegar a la época en que comenzó a escribir, no siéndole extraños Joyce, Camus, Sartre, Meville y Faulkner. Eso habla mucho, y bien, de un bestselleriano.
Comparo mucho a Bradbury con King debido al desarrollo de ambos como lectores y escritores, como escritores y lectores, que fue muy similar, si no es que igual. Incluso me llama mucho la atención como estos dos estadounidenses escribieron novelas completas en utópicos y corintelladescos lapsos de tiempo: Stephen King ¡En una semana! Y Ray Bradbury ¡En nueve Días! Bradbury, rentando una máquina de escribir de un grupo de armatostes que dormían en el sótano de la biblioteca de la Universidad de California, en la ciudad de Los Ángeles, terminó el primer borrador de Fahrenheit 451. Así lo describe él mismo en Zen en el arte de escribir dentro de su ensayo Invirtiendo centavos "Fahrenheit 451":
Por fin localicé el lugar ideal, la sala de mecanografía del sótano de la biblioteca de la Universidad de California, en Los Ángeles. Allí, en ordenadas hileras, había una docena o más de viejas Remington o Underwood que se alquilaban a diez centavos la media hora. Uno insertaba la moneda, el reloj soltaba su tictac loco y uno se ponía a escribir como un salvaje para terminar antes de que se agotara el tiempo. De modo que fui empujado dos veces: por las niñas a abandonar la casa y por un reloj de máquina de escribir a volverme un maníaco de las teclas. Sin duda el tiempo era dinero. Terminé la primera versión en apenas nueve días.[…]
Entre la inversión de centavos y la demencia cuando se atascaba la máquina (¡porque allí se me iba mi precioso tiempo!) y el vértigo de folios en el artefacto, yo andaba por los pasillos, entre los estantes, perdido de amor, tocando libros, sacando volúmenes, volviendo páginas, devolviendo volúmenes a su sitio, ahogado en las buenas materias que son la esencia de la biblioteca. ¡Qué lugar, ¿no creen?, para escribir una novela sobre la quema de libros en el Futuro!
Imagino, y me habría gustado verlas, las manos de un Ray con todos sus dedos en un movimiento frenético sobre el teclado de uno de esos dinosaurios marca Remington o Underwood. Bradbury era, y tal vez aun es, un excepcional mecanógrafo fraguado por largas jornadas frente a la máquina de escribir; lo mismo se puede decir de Stephen King.
En el ensayo Como alimentar a la musa y conservarla, Bradbury aconseja estar constantemente leyendo, y no dejar de hacerlo. Pero, ¿Qué recomienda leer? Todo, poesía, ensayo, cuento y novela; y por supuesto, volviendo a lo nuestro, menciona lo imprescindible que es escribir, escribir y escribir. La musa es la inspiración, lo que nos mueve, la idea que surge y no espera y pide a gritos que la plasmemos en papel. En esto Bradbury tiene mucho de razón. Cuando yo he sentido que todo me abate y no siento ganas de leer, menos de escribir, me obligo a leer un buen libro de algún autor contemporáneo, algún autor clásico o algún autor regional, un buen autor regional, como Jaime Muñoz Vargas, cuyos libros siempre me levantan y acercan la musa, mi ánimo y mi inspiración aparecen, corro a la computadora y comienzo a escribir.
En las líneas de Borracho y a cargo de una bicicleta, Bradbury expone que hay que divertirse al momento de escribir, y comienza este ensayo con la experiencia surgida a raíz de un artículo que publicó en The Nation, defendiendo su trabajo como escritor de ciencia-ficción. Algunas semanas después de que apareció el artículo, Bradbury recibió una carta que llegó desde Italia, y que al dorso del sobre se podía leer:


B. BERENSON
I Tatti Settignano
Fireme, Italia


Fue un golpe raudo y sorpresivo para Bradbury, ya que en esa época Berenson estaba considerado como un gran historiador del arte. Supongo que Bradbury creyó que la carta era una crítica en su contra, y nada, resultó todo lo contrario. Trascribo el contenido que a su vez publica Bradbury en su ensayo:

Querido señor Bradbury:
En ochenta y nueve años de vida, ésta es la primera carta de admirador que escribo. Es para decirle que acabo de leer su artículo en The Nation, «Day After Tomorrow». Es la primera vez que leo en un artista de cualquier campo la declaración de que para trabajar creativamente hay que poner la carne y disfrutarlo como una diversión, o como una fascinante aventura.
¡Qué diferencia con esos obreros de la industria pesada en que se han convertido los escritores profesionales!
Si alguna vez pasa por Florencia, venga a verme.
Suyo sinceramente, B. BERENSON.

Me parece que las palabras del crítico italiano son reveladoras, sobre todo la parte que dice ¡Qué diferencia con esos obreros de la industria pesada en que se han convertido los escritores profesionales! Cuantas veces no hemos escuchado y leído de escritores elite lo mucho que les llevó escribir una novela, un libro de cuentos, como a Augusto Monterroso, quien se demoraba años en sacar un libro, un solo libro, y precisamente de cuentos; claro, aquí se tiene que estudiar y comparar calidad y cantidad, porque Monterroso es y será Monterroso. Lo que nunca hay que dejar de lado es la diversión y el placer que se adueñan de uno cuando nos sumergimos en alguna disciplina artística, como lo es escribir. Mi trabajo generalmente me estresa, me deprime, me traga y luego me escupe dejándome diferente, peor que antes, y aun con todo debo de luchar a muerte por mantener una actitud agradable, amistosa, positiva y jovial. Hay noches que termino hablando solo, murmurando en contra de alguien que, a pesar de mi trato cortés, se sintió con el derecho de hacerme ver lo insignificante que soy para él o para ella y que lo único que merezco es rogarle para que acepte el castigadísimo precio que le ofrezco y así pueda dignarse a comprarme el auto que desea. Si esto mismo sintiera al momento de leer o de escribir, ya habría quemado, o cuando menos regalado, todos los libros que tengo, y no escribiría ni a mentadas más allá de lo necesario que exige mi rutina diaria, o sea prácticamente nada. Pero como he sido contagiado de la pasión por las letras que padecieron y disfrutaron Alfonso Reyes, Jorge Luis Borges y todos los gigantes que admiro y sigo, aquí estoy, devorando cuanto libro cato de excelente y aporreando constantemente el teclado de mi laptop.
El artículo que da nombre al libro de Bradbury me hace rememorar los días en que jugué mi mejor béisbol, cuando me encontraba entre los doce y trece años de edad. Ah, cómo me apasionaba la pelota caliente, que importaba que tuviese que recluirme en un autobús -si es que se le podía llamar así- del transporte público de la ruta Triangulo por una hora, hora y quince, más o menos, tanto de ida al Estadio Infantil y Juvenil Sertoma como de vuelta a casa. Desde que pisaba la tierra colorada y el zacate del campo de juego me desconectaba del mundo, y no había nada más allá que entregarme en cuerpo y alma a practicar y jugar béisbol. Un día descubrí que, después de dar un buen batazo que logró posicionarme en la tercera base, un pensamiento profundo y de asombro me llegó: desde que esperaba la pichada que bateé, el momento mismo del garrotazo, y todo el trayecto recorrido desde el plato hasta la tercera almohadilla, todo, absolutamente todo, lo hice como si hubiese estado dormido, inconsciente, como si al momento de agarrar el leño entrara en trance para salir de él en cuanto me detuve en la antesala. Así eran mis desconectes mientras jugaba al rey de los deportes. Y cuando deseaba jugar conscientemente, razonar cada acción que tomaba, ya sea en el cuadro, en los jardines o bateando, lo hacía mal, me convertía en maleta, un verdadero maleta. No había de otra: tenía que aceptar entrar en trance, jugar con la entrega total de cuerpo y pensamiento, y no razonar, ni intentarlo siquiera. En síntesis, esto es lo que afirma Bradbury que se debe hacer al escribir; lo explica detenidamente en Zen en el arte de escribir. Ray comenta que hay tres etapas que hay que llevar a cabo al momento de escribir: Trabajo, Relajación y No pensar. Trabajo lo refiere a escribir, escribir, escribir y escribir para poder practicar y dominar el arte de hacerlo. Cito a Bradbury: La cantidad da experiencia. Sólo de la experiencia puede surgir la calidad. En Relajación se refiere a que si uno trabaja termina relajándose y al final no piensa. Entonces, y solo entonces, opera la verdadera creación.
Algo muy interesante, y muy cierto, es lo que menciona Bradbury con respecto a no dejarse llevar por la moda literaria, ni por las escuelas literarias; quizás en este último punto se refiere a los talleres literarios, que no dejan de ser buenos, pero muchas de las veces inhiben a los escritores noveles, impidiendo que sigan escribiendo o que formen su propio estilo debido a que en este tipo de cursos se pide que uno se compare con reconocidos escritores, desanimando así al principiante o provocando que se imite a García Márquez, Carpentier, Benedetti, Rulfo, Sabines, y demás monstruos de la literatura. Reitero: es bueno asistir a los talleres, así se llega a concer a estos y otros tantos excelentes escritores, pero no hay que convertirse en una copia al carbón de alguno o algunos de ellos, sino encontrar el propio estilo.
Hay algo que no me gustó de Bradbury, y que menciona en su ensayo La mente secreta. En el desarrollo de este tema me parece que Bradbury discrimina a México y a los mexicanos que conoció en los años cincuenta; es más, hasta me parece racista lo que escribe de su experiencia en nuestro país, comparándola con su estancia en Irlanda: Debería haber recordado mi experiencia de años antes en México, donde había encontrado, no lluvia y pobreza, sino pobreza y sol, y había huido espantado por el clima de mortandad y el terrible olor dulzón que tienen los mexicanos cuando se mueren. Con eso había escrito al menos ciertas buenas pesadillas. Me parecen racismo y discriminación las palabras de Bradbury porque sus líneas dan forma a un ensayo, a un artículo, y no a la ficción de un cuento o una novela. Cuando algún personaje o el mismo narrador de una historia de ficción hace un comentario de este tipo, no hay bronca, se considera parte de la personalidad y el comportamiento de dicho personaje. Pero cuando se escribe en un texto que no es ficción algo como lo que escribió Bradbury, que poca ¿no? El texto de La mente secreta está fechado con el año 1965; no creo que Bradbury fuera tan iluso como para no pensar en que iba a ser leído por una enorme cantidad de lectores mexicanos de entonces y de las siguientes décadas. Pero en fin, que se puede esperar de un escritor nacido en el país más imperialista que hay en el mundo. Con este comentario de Bradbury sobre México, los mexicanos, la pobreza y la muerte, si antes dejaba que la novela Fahrenheit 451 me flirteara para ver si lograba convencerme de que la leyera, ahora, al igual que los demás trabajos de este escritor gringo, me es indiferente.
En síntesis, y para terminar esta reseña que ya se dilató demasiado, Zen en el arte de escribir es un libro que ligeramente cruza la frontera de regular para pasar al territorio de bueno, tiene sus frases y consejos rescatables, sin pasar por alto el artículo que da título al libro, pero nada más. Si me dieran a escoger entre Mientras escribo y este libro de Bradbury, me quedo con Mientras escribo. De cualquier forma recomiendo leerlo a quienes les interese zambullirse en la apasionada aventura de escribir.

2 comentarios:

  1. Bradbury, uno de mis favoritos en especial Fahrenheit 451, tbn recomiendo Las doradas manzanas del sol, un estilo muy bueno de ciencia ficción.

    Leyendo una compilación de cartas de Truman Capote, quien no tuvo una formación académica "normal", recomendaba escribir todo lo que se viera como si se lo relataras a alguien, sin omitir detalles y memorizar las conversaciones para trascribirlas. Son ejercicios sencillos recomendados por uno de los mejor novelistas del siglo XX.

    Espero que sigas sin declinar en tu propósito de ser escritor.

    Un abrazo un beso.

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  2. Teresa, muchas gracias por el ánimo que siempre me contagias a través de tus comentarios. Trataré de encontrar la compilación de cartas de Truman Capote, y seguiré los consejos que me comentas que él recomienda; suenan muy interesantes y muy prácticos.
    Escribir es algo que, aunque quisiera, ya no lo puedo dejar.
    Un beso y un abrazo.

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