martes, 21 de febrero de 2012

Gadgets


A la par que comenzaron a volverse populares los gadgets, mi aversión por ellos creció. Tal vez para los adolescentes y los adultos jóvenes, y hasta los no tan jóvenes, es imposible –o al menos eso parece- salir por las mañanas a enfrentar el día sin el celular o los celulares (yo no soporto cargar uno solo y hay locos que enganchan tres móviles a su cinto), el ipod, la laptop, la memoria USB, y -si la economía personal es boyante- la tablet; pero a mí me saca de quicio hasta llevar el reloj en la muñeca porque tengo que cuidar que no se golpee si paso cerca de algún objeto o hasta de la pared y no puedo dejar que se empape cuando lavo mis manos. Es muy incómodo sentir el agua agolparse entre la caja del mecanismo, la correa y la piel. Aun así sucumbo cada mañana a instalar su redondez en mi canilla por temor a que el tiempo, cuyos granos de arena cada día parecen agotarse mucho más rápido, me vaya a agarrar distraído y me juegue una mala pasada.
Los gadgets que por lo común me acompañan en mis faenas diarias, además del reloj de pulsera, son la laptop, el celular, una calculadora de bolsillo y el control remoto del sistema de alarma antirrobo de mi auto. Dentro de una clasificación menos tecnológica, siempre llevó encima el bolígrafo y un pequeño cuaderno de notas. Lo único prescindible de esta colectividad de accesorios simbióticos es el cuadernillo de notas que cabe en el bolsillo de mi camisa, pero odio relegarlo debido a que cuando lo arrumbo en la mesita de noche que está a un lado de la cama, al ir manejando, o mientras desayuno, como o ceno, o al esperar en alguna fila, o al caminar, o hasta en el váter me asaltan, sin previo aviso, ocurrencias o ideas con buena facha y me enciendo de ira al no encontrar ni un mísero papelito para escribirlas antes de que algún distractor las difumine en lo inmediato.
Ayer a medio día mi laptop cegó su monitor por falta de corriente eléctrica a causa de un falso contacto en el eliminador y de la pila recargable cuya vida útil se agotó desde hace mucho tiempo. El departamento de sistemas de la empresa donde trabajo no pudo encontrar la falla, en un principio por el burocratismo privado y después por falta de interés en mi equipo. El responsable del departamento argumentó que la laptop necesitaba una pieza conectora nueva, pero, al verme insistir en que se trataba del eliminador, lo revisó más a fondo y ajustó unas minúsculas placas de contacto que se habían movido de su lugar ocasionando que no fluyera la corriente eléctrica hacia la máquina. Esto fue casi al medio día de hoy.
Durante el tiempo que pasé sin mi laptop me acompañó la sensación extraña de no estar completo, como si hubiera sufrido una mutilación pasajera. Algo similar experimento al olvidar el celular en casa o en alguna otra parte, pero no tan intenso como cuando carezco, sin importar que sea sólo por unas cuantas horas, de mi computadora portátil. Quizás por lo mucho que la utilizo en mi trabajo y en mis proyectos personales y quizás también porque tengo con ella siete años.
Es increíble la dependencia tecnológica que padecemos en este tiempo, repleto de ruido y de furia, como la novela de Faulkner, que nos tocó para transitar por la vida. Es la esclavitud de punta de millones de hombres, mujeres y niños. Y no es que este mal utilizar y disfrutar los gadgets y todos los demás avances tecnológicos, lo atroz es que se tomen más en serio y se extrañen más -cuando por error los olvidamos- que a las personas y su compañía.

2 comentarios:

  1. No me considero dependiente de los artilugios modernos, tengo 2 celulares y una laptop y creo que no necesito más.

    Es rídiculo como nos hacen creen que la vida no funciona si no tienes un BB, ipod, y ahora las tabletas. Incluso es notorio la manera en que las personas parecen perder la noción de su presente por estar pensando en lo que publicarán en su red social o con los audífonos todo el día.

    Algo así mencionó Ray Bradbury en "fahrenheit 451".

    salu2...

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  2. Yo tampoco me considero dependiente de los cachivaches tecnológicos que nos venden en todas partes y de todas las formas posibles, pero sí los echo de menos cuando no los tengo encima. Aun así, disfruto mucho los días que los olvido.
    Todavía no leo Fahrenheit 451, de Bradbury, Tere, porque no la he encontrado en las librerías de nuevo y tampoco en las de usado. Sí cuentas con dos o más ediciones de la novela, ojalá puedas prestarmela. Sirve que te devuelvo La carcajada del gato, de Spota. Y no te preocupes, prometo también devolverte la de Bradbury.
    Un beso y un abrazo.

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