sábado, 7 de julio de 2012

La semblanza


Una vez más la culpa ronda mi consciencia, culpa que nace por tener arrumbado mi blog. Puedo nombrar un sinfín de razones, sin duda todas válidas, para justificar la revocación del suministro de letras cuya duración se ha prolongado por poco más de cuatro meses, pero la sequía de posts puede achacarse a dos importantes causas: la semblanza de un artista que escribí para la Dirección Municipal de Cultura de Torreón y un cansancio -físico y de ánimo- que amenaza con volverse crónico.
        El protagonista de la semblanza es el escultor Carlos Magallanes Nava. El proceso que llevé a cabo para poder teclear el bosquejo biográfico del artista torreonense me dejó una muy grata e incomparable experiencia. Conocer a la persona que hay detrás del escultor, descubrir el talento, el carácter y el temple que posee el maestro Carlos Magallanes y escuchar sus experiencias en la nada fácil vereda del arte fueron momentos que quedaron cincelados indeleblemente en mi memoria. Aquel que tenga la intención de dedicar su vida -o al menos parte de ella- a una disciplina artística, y lea todo lo que tuvo que sortear el maestro Magallanes para ser escultor, no podrá asirse a excusa alguna para no seguir el llamado de las musas, cuya seducción es irresistible.
        Cada una de las charlas que tuve con el escultor está archivada en una pequeña grabadora de bolsillo que me prestó un amigo periodista. Al escuchar una y otra vez el contenido de las grabaciones viví lo que escribió Fernando Vallejo en la introducción de Logoi. Una gramática del lenguaje literario: “Todo un léxico, toda una morfología, toda una sintaxis, toda una retórica apartan al lenguaje literario del habla”. Con esta frase, el autor de El desbarrancadero expone que existen dos lenguajes: el hablado y el escrito. En el primer intento de trascribir las entrevistas que hice al maestro Magallanes me encontré con una conversación semejante o comparable a un muro en obra negra e incompleto debido a la notoria falta de un ladrillo por aquí, otro por acá y uno más allá, muro que habla en forma clara para nosotros a través de sus ladrillos, donde cada uno posee diferente tono y diferente textura y transmite características que no nos hacen notar la ausencia de bloques hasta que intentamos dibujar y pincelar con palabras toda su estructura. Es aquí donde comienza el trabajo del escribidor. Hay que revisar y dar un reacomodo a los ladrillos aplicando la mejor sintaxis de que podamos echar mano, colocar los tabiques que falten y dar color y un buen acabado al muro, todo a través de las palabras. Si nuestro trabajo de transcripción y detallado está bien hecho, el lector no lo notará, lo degustará de forma natural con la creencia de que el texto siempre ha sido lo que ahora tiene entre sus manos.
        Escribir la semblanza no fue sencillo. El acomodo de las diferentes etapas en la vida del escultor y la intercalación de anécdotas y comentarios importantes absorbieron el tiempo a modo de esponja y varias noches de sueño tuvieron que ser sacrificadas para poder llegar al punto final del texto, pero cada hora nocturna de vigilia frente al teclado y cada palabra escrita son de un valor incalculable.
        Muchas fueron las anécdotas y las frases que escuché del maestro Carlos, pero hay una que me acompaña en cada momento: “El arte debe humanizar. Cuando alguien manda todo a la fregada por el arte, incluyendo a su familia, yo me pregunto: ¿Dónde quedó el artista?”

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