miércoles, 15 de diciembre de 2010

El estrés decembrino


A finales de noviembre comencé a sentir un estrés que hasta la fecha me ha acompañado cómo sombra: el estrés decembrino. Esta especie de presión física y mental es común durante el último mes del año, mes en que los negocios y las calles son sorprendidos por marejadas y marejadas de gente a cualquier hora del día, y se podría decir que también de la noche, al menos hasta el momento del cierre establecido por las tiendas. Todo mundo busca los regalos de noche buena, los ingredientes para la cena de ese día y, si el presupuesto alcanza, darse uno que otro gustillo con lo que quede del aguinaldo.
La chamba que realizo para sobrevivir y los trabajos finales del diplomado en letras me atestaron un estrés, pocas veces experimentado, durante los últimos quince días, pero un estrés bastante gozoso, sobre todo el proveniente de las tareas finales del diplomado. La noche del viernes 10 de diciembre, incluyendo la madrugada del sábado 11, dormí, a lo más, hora y media. Dicho sábado tenía que presentar dos ensayos con aparato crítico (uno para la clase de ensayo y otro para la clase de novela), un poema y un cuento. El cuento fue bolillo engullido debido a que en mis tiempos libres, y en los no tan libres, me la paso escribiendo y corrigiendo cuentos. El poema me rondó por la cabeza cómo si se tratara de una mariposa perdida en un vivero, sólo tomé, cuando lo consideré oportuno, la red y atrapé al ser revoloteante para después fijarlo en el papel. Los ensayos si fueron otra cosa. Al igual que con el poema, dejé que las ideas para el estudio de cada tema, junto con sus respectivas conjeturas y digresiones, se divirtieran en mi azotea hasta que me asaltó la incontrolable necesidad de subir a la terraza a cazar a los pájaros juguetones que me asediaban para por fin estamparlos contra la hoja en blanco. Y aunque ya llevaba un buen trecho en ambos textos ensayísticos, las llamadas y sus notas al final de cada trabajo me robaron mis horas de sueño, pero la vivencia fue bastante estimulante y placentera. A eso de las diez de la noche degusté un café bien cargado, a las doce otro, y a la una de la madrugada uno más. Para no correr el riesgo de perder la lucidez mientras escribía, puse en práctica la técnica que, según los historiadores, utilizaba Leonardo Da Vinci para soportar largas y extenuantes jornadas de trabajo, y que consiste en trabajar durante tres o cuatro horas y después dormir de quince a treinta minutos. Así que aquella madrugada me la pasé alternado dos horas de escritura con treinta minutos de sueño, hasta que dieron las ocho de la mañana. Esta técnica del pintor y genio florentino la leí hace tiempo en el artículo de algún periódico o de alguna revista, quedándose grabada en mis neuronas por el aspecto práctico y tan interesante que le encontré. Lo mejor de todo es que me funcionó.
El sábado pasado presenté los trabajos a tiempo y anduve fresco y despierto todo el día. Fue a eso de las diez de la noche cuando me pegó la resaca de la amanecida gracias al reventó de letras que me aventé. Al ir a dormir caí inconsciente, tanto que no recuerdo la forma en que llegué a la cama. Desperté la mañana del domingo, más o menos cómo a las once, y ya un poco recuperado.
El estrés decembrino me alejó de mi blog, pero tengo el firme propósito -no de año nuevo, sino de ya- de escribir sobre las vivencias más significativas que experimenté durante el 2010 y con ellas subir un post cada tercer día durante la segunda mitad que resta de diciembre. Después de estas líneas va el primer post: una reseña sobre El amante de Janis Joplin, de Élmer Mendoza.

2 comentarios:

  1. Espero que todo ese estrés haya valido la pena, en especial lo referente a tus escritos. Tal vez si vas a publicar tus proyectos en el blog uses algo como de Creative Commons o algo para reservar los derechos de autor.

    Saludos !!!

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  2. Hola, Teresa.
    Sí, el estrés valió la pena. Aunque fíjate que es raro que suba algún cuento, o algún ensayo demasiado elaborado, porqué no sé cómo utilizar algo así cómo el Creative Commons o cualquier otra aplicación que ayude a reservar los derechos de autor, y he descubierto que de pronto alguna idea o frase circula por allí poco después de que la publiqué. Por eso ahora tengo un poquitín más de cuidado con lo que subo.
    Un beso y un abrazo.

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