jueves, 6 de enero de 2011

Rosca de Reyes


El último azote del estrés decembrino se deja sentir durante las veinticuatro horas que preceden a la noche vieja y al año nuevo. Todo mundo se afana por conseguir los ingredientes para la cena de fin de año y cada uno de los elementos que dan forma a los rituales practicados en la madrugada del día primero de enero: la sidra y -en la gente nice- el champán (champagne, en francés) para el brindis, las uvas de los deseos, la ropa interior en color rojo para la suerte en el amor (quiero pensar que incluye la suerte en el sexo, sino que chiste tiene) y en tono amarillo canario para la abundancia de dinero, las campanas para sonarlas al comenzar el año nuevo, las velas de colores -sobre todo en dorado- para acompañar la cena e iniciar con el pie derecho los doce meses que se nos vienen de sopetón, la escoba para barrer lo viejo y viciado y así dejar entrar lo nuevo y virtuoso, el metafórico borreguito blanco, lanudo y con unas monedas doradas colgando de su pescuezo para que nos caiga mucha lana y no nos vaya a faltar; y otras tantas cosas más para todas las faenas que dan la bienvenida al año que nace con el fin de que nos dé su mejor cara y nos sonría la mayor parte de sus trescientos sesenta y cinco días. Estos rituales son divertidos y su aportación más importante es la actitud que despiertan en nosotros, una actitud de lucha frente a los doce meses que esperamos sean mejores que lo doce anteriores. Pero lo mejor de todo es que con el primer día del año se termina el estrés decembrino que más o menos comienza a partir de la primera posada navideña. Solo dos fechas festivas brincan diciembre: el seis de enero, día en que degustamos la tradicional Rosca de Reyes; y el dos de febrero, día de la candelaria y fecha en que se levanta el Niño Dios con otra buena tanda de tamales por cuenta de aquellos a quienes les haya salido el monito dentro de la rebanada que les tocó de la rosca el Día de Reyes.
La tradición de la Rosca de Reyes, al igual que mucho de la iconografía y los ritos cristianos, no es puramente cristiana. Al parecer su origen está relacionado con las saturnales romanas, unas pachangas que se organizaban para los esclavos y que, si las comparamos con los jolgorios actuales, eran festividades que mezclaban algo parecido a la celebración de Navidad con un carnaval. Estas fiestas estaban dedicadas al dios Saturno con el objeto de que el pueblo romano en general, incluyendo a los esclavos, pudiera celebrar los días más largos que se empezaban a dar tras el solsticio de invierno. Para estos festejos se elaboraban unas tortas redondas con higos, dátiles y miel, y se repartían por igual entre los plebeyos y los esclavos. Al llegar el siglo III, en el interior del dulce comenzó a introducirse una haba seca, y a quien le tocaba era nombrado “rey de reyes” durante un corto periodo de tiempo establecido de antemano.
Un poco más para acá, Julio Caro Baroja, en su obra El Carnaval, recoge dos testimonios del siglo XII sobre el “Roscón de Reyes” o el “Rey de la Faba”. El primero corresponde al Reino de Navarra, donde desde 1361 se designaba Rey de la Faba al niño que encontraba el haba en el roscón, cómo aun se lleva a cabo en la actualidad; el segundo testimonio pertenece a Ben Quzman, poeta andalusí, quien en su Cancionero describe una tradición similar con una torta de por medio (hallón o hallullo, vocablo perteneciente a Granada) en el año nuevo y que contenía una moneda. Ambas tradiciones se han conservado durante siglos. En Francia tienen una tradición muy parecida a la del roscón.
En México la tradición fue importada en el siglo XV desde España. Actualmente en nuestro país la representación de la “Natividad” se incorpora a la “Rosca de Reyes” en la que se incrustan uno o varios muñequitos -llamados también monitos- escondidos, alusivos a Jesucristo, simbolizando que el niño tuvo que ser protegido y escondido en los días en que el relato bíblico hace referencia a la obsesión de Herodes por encontrar y dar muerte al bebé que es El Salvador y Rey de los Judíos. En un principio el muñequin se fabricaba en porcelana o cerámica; el día de hoy es de plástico resistente al calor. La cantidad de niños dentro de la rosca depende del tamaño; pueden ser varios monitos, uno solo o incluso ninguno.
Por lo pronto, hoy no hay que dejar de clavarle el diente a una buena rebanada de rosca que ostente adornos de dulce en colores vistosos y, si nos toca el monito, prepararnos y ahorrar para poder cubrir el costo de unos buenos botes de lámina -de esos de cuatro hojas- repletos de tamales y así dar rienda suelta a la última orgía gastronómica con tintes anacrónico-navideños el próximo dos de febrero.

2 comentarios:

  1. ¿Botes de lámina?

    Ya hay ollas tamaleras exprofeso que hasta incluyen sus separadores de cada sabor del tamal.

    Bueno, he comido mi cacho de rosca y no me tocó el muñequito.

    Saludos, beso y provechoo0.

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  2. Sí, es cierto, Teresa, ya hay ollas especiales para tamales. Lo que pasa es que cuando era niño me emocinaba ver los botes de lámina de cuatro hojas repletos de tamales. Son esos botes en donde aun se vende la manteca de puerco. Por eso los mencioné en el post; me traen buenos y felices recuerdos.
    Fíjate que a mí, al igual que el año pasado, me tocó el muñequito; voy a tener que disparar los tamales el próximo dos de febrero.
    Un beso y un abrazo

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