Yo estaba muy chico cuando, durante la década de los ochenta, Michael Jackson estremeció e impactó al mundo con su disco Triller, cuyo videoclip -además de revolucionar el tiempo y la forma de realización que hasta entonces se llevaba a cabo- daba miedo (a mí tal vez por la edad con la que contaba entonces), pero ponía a bailar a todo mundo. Y aunque el tema que dio nombre al álbum es quizás el más famoso en la historia de la música pop, a mí -en lo personal- me gustaba mucho más la canción titulada Beat it, incluida en el mismo disco.
El pasado 25 de junio, Michael volvió a estremecer e impactar al mundo, pero esta vez con la noticia de su muerte. Recuerdo que ese día me encontraba enviando un correo electrónico y, cuando terminé y cerré la sesión, apareció en primera plana digital la noticia sobre el fallecimiento de Jackson. Nunca he sido fanático de Michael, pero no puedo negar que su muerte, al igual que al resto del mundo, me movió el tapete; y es que chicos -y no tan chicos- crecimos con su música, que la verdad es fenomenal, con el significado más profundo y literal de la palabra.
Aun está muy fresco en mí el recuerdo de la película Moonwalker, que apareció a finales de los ochenta con el álbum Bad, el que incluía también su autobiografía titulada Moonwalk.
Hasta este último punto en la historia del Rey del pop, aun me agradaban bastante la música y las apariciones que entonces hacia Michael. Después, poco a poco y tal vez sin darse cuenta, Jackson fue decayendo, comenzando con su incursión en escándalos y la tremenda publicidad que los medios le dieron a sus múltiples cirugías, sin contar que el artista ya no era el mismo, ni física ni emocionalmente; sentí una gran desilusión, que fue creciendo a la par del color blanco en el rostro de Michael, al ver todo esto. Siempre me pareció que el cantante lucía mejor con su tez morena que con su piel clara y artificial.
Michael, en los últimos años, daba la impresión de que vivía por vivir, que ya no disfrutaba su millonaria existencia, que le faltaba sentido a su vida. Quizá, y aunque pudo darse el gusto y el tratamiento, le falto un buen psicoanalista o, de perdido, un buen psicólogo que acentuara mejor su gran éxito y le ayudara a sobrellevarlo. Es una coincidencia abrumadora, a propósito o casual, que Jackson haya terminado su vida en forma muy similar a Elvis.
Se fue una leyenda de la música estadounidense, un gran artista (cantante, bailarín, compositor, productor, coreógrafo, actor, arreglista y escritor), algo que nadie podrá negar. Esperemos que ahora si descanse en paz, y que lo dejen hacerlo.
Agrego un pequeño comentario adicional. Parece que la huesuda cuando viene por un artista aprovecha la vuelta y gusta de llevarse varios, ya sea para su colección, para que entre ellos se hagan compañía en el más allá o vayan ustedes a saber porque razón misteriosa del otro mundo. El mismo día que Michael dijo adiós, también lo hizo la actriz estadounidense Farrah Fawcett, famosa por su papel en la serie original de televisión Los Ángeles de Charlie. Esta preciosa mujer luchó por varios años contra el cáncer que, finalmente, terminó venciéndola. Farrah fue símbolo sexual de su época y también fue sinónimo de sensualidad. Ahora que han estado pasando en los noticieros imagenes de su trabajo como actriz, debo de confesar que se me aceleró la hormona con esta bella mujer. Seguramente habría tenido un poster de ella en mi recámara si mi adolescencia hubiese transcurrido en los mejores años de la actriz. Adiós Farrah.
Otro actor que se fue de excursión para indagar que hay en el más allá es David Carradine, encontrado muerto a principios de este mes en un hotel de la ciudad de Bangkok; fue famoso por el programa de televisión Kung fu de los años setenta.
En fin, así son las cosas de la vida.
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