Los
blogs aparecieron en el virtual e insondable océano de internet mucho antes que
las redes sociales. Los primeros que brotaron adolecían la rusticidad del
comienzo en cuanto a diseño, pero la tecnología, con su rápido e ilimitado
avance, jaló a estos espacios de expresión y desfogue personales hasta
convertirlos en unos muy seductores foros. Todo mundo -o casi, como ocurre hoy
en día con el twitter y el Facebook- tenía su blog para postear los textos, las
fotos y las imágenes que a cada quien le vinieran en gana.
Los primeros en hacerse de su blog
fueron los jóvenes, pero conforme la popularidad de estas páginas web fue ganando
ascensión, profesionales y artistas destacados, entre los que figuran varios
escritores, decidieron unirse a la comunidad bloguera. Uno de ellos fue José
Saramago.
Me enteré de la existencia del sitio
virtual El cuaderno de Saramago gracias
a un post que subió Frino a su blog Cortando
rábanos en uno de los últimos días de agosto de 2009. Desde entonces comencé
a seguir los textos tecleados por el literato portugués que obtuvo el Premio
Nobel de Literatura en 1998. Conocí el blog del autor de Ensayo sobre la ceguera muy tarde, casi diez meses antes de que
falleciera. Por entonces ya era poco lo que subía debido a que se encontraba
escribiendo Caín, la última novela
que publicó en vida. Incluso después de que este polémico libro salió al
mercado editorial, Saramago continuó escribiendo poco para su cuaderno, en
parte porque su pluma daba forma a una novela más, la cual dejaría inconclusa,
y por otro lado estaba su menguada salud, que lo obligaba con frecuencia a
atrincherarse en su cama.
La ventaja de El cuaderno… es que, como todo blog, guardaba un registro histórico
de entradas que me permitió dar cuenta de todos los posts que me había perdido.
Y sin determinar un orden de lectura, me sumergí en cada uno de los textos.
Primero degusté de adelante hacia atrás y luego de atrás hacia adelante.
Conforme avanzaba en el descubrimiento de los posts, mi asombro más se dilataba
induciéndome a que leyera y releyera una y otra vez las develadoras letras de
Saramago. Me dio mucho gusto saber que los textos de El cuaderno de Saramago fueron rescatados de la virtualidad por la
editorial Alfaguara y publicados en dos libros, uno que lleva por nombre El cuaderno y otro titulado El último cuaderno.
El
último cuaderno comprende los posts que subió a su blog el también autor de
Las intermitencias de la muerte entre
marzo de 2009 y junio de 2010. Aun habiendo leído las entradas de El cuaderno… incluidas en el libro,
devoré con impaciencia y asombro, leyendo y releyendo, cada página del volumen.
Los escritores como Saramago sorprenden con sus letras una y otra vez sin
importar el número de ocasiones que nuestros ojos se posen sobre ellas.
Saramago tecleó los textos que
conforman El último cuaderno llevado
por la emoción del momento, por el asombro de los días que sobrevivimos y por
los recuerdos evocados a través de una noticia vista en la televisión, la nota
de un diario o un libro. Así, encontramos desde un párrafo a modo de mención
sobre algún evento cultural al que asistirá, hasta profundos ensayos sobre la
condición humana y sobre obras literarias de otros escritores, como los
excelsos comentarios acerca de los libros de autores latinoamericanos, entre
los que figuran Eduardo Galeano, Mario Benedetti, Ernesto Sábato y Gabriel
García Márquez. Y cómo no recordar el agudo análisis que hace sobre la obra de
Kafka en los posts “La sombra del padre (1)” y “La sombra del padre (2)”.
El
último cuaderno nos muestra los pensamientos en voz alta del autor de El Evangelio según Jesucristo. Su
contenido nos da a conocer a un José Saramago que observa y analiza todo cuanto
acontece en el tiempo del orbe que le tocó vivir, un José Saramago que se
indigna y enfurece con la podredumbre y la injusticia que descubre en Portugal,
en Italia, en España, en toda Europa, en África, en México, en toda
Latinoamérica, en todas partes, pero que también enaltece aquello que encuentra
útil, esclarecedor, sublime, de una belleza incuestionable, como la música que
interpreta la pianista Maria
João Pires, como los libros de los escritores mencionados en el párrafo
anterior y la obra literaria de autores portugueses clásicos
y contemporáneos, conocidos y no tan conocidos, entre los que destaca Fernando
Pessoa. Es en el momento en que se da el arrebato de su atención, por parte de
un hecho o alguna situación, en el que Saramago trascribe sus razonamientos en
el blog que más tarde se convertirá en cientos de páginas impresas en papel.
Todas los posts de El último cuaderno son fulgurantes. Son agua helada que nos
despierta del letargo y la ceguera en que nos ha enclaustrado la misma sociedad
consumista, antipática e indiferente a la que pertenecemos y en la que creemos
vivir y sentir sin detenernos un poco a pensar que vivimos y sentimos de
acuerdo a lo impuesto por el sistema y casi nunca por elección propia. En “Otra
lectura de la crisis”, Saramago nos muestra en qué lugar se forma la mentalidad
del ser humano en nuestros días: “La mentalidad antigua se formó en una gran
superficie que se llamaba catedral; ahora se forma en otra gran superficie que
se llama centro comercial. El centro comercial no es sólo la nueva iglesia, la
nueva catedral, es también la nueva universidad. El centro comercial ocupa un
espacio importante en la formación de la mentalidad humana. Se ha acabado la
plaza, el jardín o la calle como espacio público y de intercambio. El centro
comercial es el único espacio seguro y el que crea la nueva mentalidad. Una
nueva mentalidad temerosa de ser excluida, temerosa de la expulsión del paraíso
del consumo y por extensión de la catedral de las compras. ¿Y ahora qué
tenemos? La crisis. ¿Será que vamos a volver a la plaza o la universidad? ¿A la
filosofía?”.
Al
leer “África”, es imposible no sentir el reproche de la propia consciencia que
reconoce como delatoras de la realidad a las palabras del literato e
intelectual portugués, palabras que parecen haber sido inspiradas por la
situación que hoy sobrevivimos en nuestro país: “El egoísmo personal, la
comodidad, la falta de generosidad, las pequeñas cobardías de lo cotidiano,
todo esto contribuye a esa perniciosa forma de ceguera mental que consiste en
estar en el mundo y no ver el mundo, o sólo ver lo que, en cada momento, sea
susceptible de servir a nuestros intereses. En tales casos sólo podemos desear
que la consciencia venga, nos tome por el brazo, nos sacuda y nos pregunte a
quemarropa: «¿Adónde
vas? ¿Qué haces? ¿Quién te crees que eres?». Una insurrección de las consciencias
libres es lo que necesitaríamos. ¿Será todavía posible?”.
Todos los literatos que han destacado
por la singularidad y calidad de su obra cuentan con sus autores de cabecera, y
Saramago no es la excepción. En “Lecturas para el verano”, el autor de La balsa de piedra nos descubre a los
escritores que constantemente lee y relee y a los que él llama su «familia de
espíritu» o «árbol genealógico»: “En primer lugar coloqué a Camões porque, como
escribí en El año de la muerte de Ricardo
Reis, todos los caminos portugueses nos llevan a él. Seguían después el
padre Antonio Viera, porque la lengua portuguesa nunca fue más bella que cuando
la escribió ese jesuita; Cervantes, porque sin el autor del Quijote la Península Ibérica sería una
casa sin tejado; Montaigne, porque no necesitó de Freud para saber quién era;
Voltaire, porque perdió las ilusiones sobre la humanidad y sobrevivió al
disgusto; Raúl Brandão, porque no es necesario ser un genio para escribir un
libro genial, Húmus; Fernando Pessoa,
porque la puerta por donde se llega a él es la puerta por donde se llega a
Portugal (ya teníamos a Camões, pero todavía nos faltaba un Pessoa); Kafka,
porque demostró que el hombre es un coleóptero; Eça de Queiroz, porque enseñó
la ironía a los portugueses; Jorge Luis Borges, porque inventó la literatura
virtual, y, finalmente, Gogol, porque contempló la vida humana y la encontró
triste”.
La pluma de José Saramago, una pluma
muy impulsiva, es observadora, pensante y delatora de la realidad que nos
envuelve y ni así vislumbramos. El último
cuaderno es un compendio de las desnudas verdades del caos social en que
nos encontramos, pero también es la recapitulación de las posibilidades que
tenemos para acabar con dicho caos y recuperar todo aquello que en verdad
importa.