Cuando visitamos una librería, y más si ya nos consideramos avezados en la búsqueda de buena literatura, nuestros ojos hurgan en los estantes de novedades, en la pila de las ofertas y en los escondrijos lejanos a la entrada tratando de encontrar las obras de los escritores de innegable calidad y que además son de nuestro gusto. Así buscamos a leyendas vivientes cómo Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa y José Saramago; a escritorazos cómo Juan Rulfo, Alejo Carpentier, Jorge Luis Borges y William Faulkner; a clásicos cómo Edgar Allan Poe, Antón Chejov y Fiador Dostoyevski; y cómo no considerar a los clásicos de clásicos: Los Griegos. Algo de todos estos autores, y de muchos más, buscamos en las librerías, pero ¿Se fijan que rara vez buscamos el libro o los libros de algún autor regional? Quizá se debe a que, o no conocemos algún buen autor regional debido a que no nos lo han recomendado o no ha caído algo de él en nuestras manos, o simplemente nuestras narices son tan grandes que no logramos ver lo que está muy cerca de nosotros, y vemos solo a lo lejos.
Hasta ahora no existe librería alguna que no me jale rauda e inmediatamente en cuanto la veo, y ya dentro del local, en medio de pilas y pilas de libros, busco a mis escritores de cajón, nacionales y extranjeros, sin omitir a los regionales, entre los que están: Jaime Muñoz Vargas, Vicente Alfonso y el maestro Saúl Rosales. Es Jaime Muñoz Vargas el culpable de estás líneas producto del deleite que me dejó su libro de cuentos policíacos Leyenda Morgan.
El relato policiaco, a partir de su nacimiento, se convirtió en un género literario adictivo, altamente adictivo, tanto que, después de que Edgar Allan Poe le diera vida por primera vez, muchos siguieron el sendero del también llamado género negro y se hicieron famosos, y hasta ricos, escribiendo historias detectivescas; tales son los casos de Sir Artur Conan Doyle y Agatha Christie. Incluso algunos literatos latinoamericanos trabajaron con ingenio y maestría el relato negro, cómo en los casos de Jorge Luis Borges y, su amigazo del alma, Adolfo Bioy Casares. Ahora Jaime Muñoz vargas se zambulle en el tema policíaco dándole un catorrazo en el centro.
Leyenda Morgan logra dar credibilidad a la ficción mexicana sobre policías y detectives a través de los cinco relatos que integran el libro, cinco casos de sensacional policíaco. Y aseguro que Jaime da credibilidad a la literatura donde aparece el investigador o detective mexicano porque evoca muy bien el perfil del policía judicial que todos tenemos plasmado en nuestro razonamiento lógico, y no aquel que generalmente leemos en alguna novelilla mexicana o vemos en la televisión, donde lo idealizan pintándolo como todos quisiéramos que fuera: incorruptible, rebelde a su abusivo y corrompido jefe, en busca de la verdad para hacer justicia, noble y empático a los sentimientos de los demás, incansable hurgador en las escenas, hechos y sospechosos de los crímenes, y con el único objetivo de resolver los casos para refundir en el bote al culpable o culpables. Eso ya ni los niños de primaria se lo creen, mucho menos cuando ven, leen y escuchan la situación apocalíptica que vivimos en nuestro país con cientos de muertes violentas mes tras mes de las que, como decía el monje loco, nadie sabe, nadie supo, y por lo tanto jamás llegan a resolverse. Jaime sí retrata con su pluma de alta definición al clásico policía judicial. Federico Campbell señala el acierto de Jaime en la reseña que publicó en Milenio semanal el pasado 28 de marzo, en la que comenta: Se ha dicho que en México la novela judicial no es creíble porque en nuestro país los policías son los delincuentes o porque no se sabe donde termina el policía y empieza el asaltante, el ladrón, el torturador o el sicario. La verosimilitud de la novela judicial depende de la cultura jurídica que se tenga en el país donde sucede la historia o bien de la manera en que el mexicano vive e introyecta la ley. Si detectives de la ficción, como Auguste Dupin y Sherlock Holmes, dieron su fama al género por los brillantes razonamientos que tejían sólo a partir de la composición de lugar que deducían del escenario, hoy en día sabemos que cada vez que hay un crimen lo más probable es que los indicios hayan sido alterados, modificados (como en el caso Colosio), borrados e incluso robados. En este contexto palpita Leyenda Morgan, volumen de cuentos policiacos que combina víscera y neurona.
Esto es lo que hace Jaime, precisamente: contarnos cinco de los casos en donde el Teniente Morgan, policía judicial cuyo verdadero nombre es Primitivo Machuca Morales, resuelve hechos sangrientos perpetrados en nuestro norteño entorno, pero no con la intención de encontrar al autor o autores para que paguen por sus crímenes. El Teniente Morgan sigue y arma los rompecabezas, pero solo de los casos que sabe, por experiencia, que van a redituarle algún beneficio en metálico, casos en los que busca ganarse una lana a través de los bolsillos de los culpables. Primitivo Machuca siempre carga consigo una novela policiaca de monitos (la recién salida de una editorial similar a la que edita El libro vaquero), pasquín detectivesco del que es un fanático confeso al grado de soñar guajiramente que alguna vez los casos en los que se ve inmerso, y donde él es el protagonista esclarecedor de misteriosos crímenes, serán publicados en este formato de novelitas de policías y que son tan populares en los tabaretes de periódicos y revistas. Primitivo, en lugar de atrincherarse en la comandancia a la espera de crímenes que demanden su intervención, se la pasa encajonado en los bares y cantinas del centro de Torreón, cómo el íntimo Bacanora, siempre -esté o no en servicio- degustando unas cervezas Indio, fumando sus Raleigh como chacuaco, ensimismado -por lo común- en algún caso pasado o presente, doliéndose de los desaires de Yovanna Mayra, y todo mientras programa y escucha en la rocola las canciones de Los Cadetes de Linares, sus ídolos musicales y a quienes lleva perpetuamente en el estereo de su nave, un rugiente Impala. El Teniente Morgan viste todo de vaquero: camisa, pantalón y botas. Nunca olvida ponerse su chaleco color caqui al puro estilo yaqui: ya quítatelo, cabrón. Primitivo Machuca Morales se autonombra Teniente Morgan, y así es como todo mundo lo conoce en la corporación donde chambea debido a su parecido físico con un pelotero de las Grandes Ligas. Serán unas tres ocasiones en que me he visto obligado a la inútil empresa de poner una denuncia por robo, y en los lugares burocráticos donde se supone debiera de procurarse la ley, he visto entrar y salir varios policías judiciales y ministeriales; todos, o casi, dan en el clavo con la descripción de Jaime. Más bien, Jaime dio en el clavo con la descripción.
Como menciono, el relato policíaco es adictivo, porque entre más lees más te picas, la curiosidad gobierna a la acción con el fin de descubrir en que va a acabar el asunto. Las peripecias del Teniente Morgan, entre los ambientes más sórdidos de Torreón y La Laguna, están llenas de humor, sarcasmo, vulgaridad natural y el enorme espejo de la ficción que nos muestra la verdad de las cosas, esa verdad que, tal vez por ser algo de todos los días, ya no volteamos a ver, o no queremos voltear a ver. Primitivo Machuca Morales es un extraordinario perro de caza: Sabe hacerse de los medios y las personas para dar con lo que busca, tiene la aguda intuición de mujer engañada y con ella siempre consigue seguir las pistas correctas, claro ejemplo de que no importa tener poca formación intelectual mientras la inteligencia empírica y la inteligencia emocional se usen a su máxima capacidad.
Jaime Muñoz Vargas creó una nítida caricatura del policía judicial y su modo de vida; lo triste y desalentador es que, desgraciadamente, esa caricatura que provoca nuestras risas, nuestro enojo y nuestro repudio, es la realidad que sufrimos a diario.
Hasta ahora no existe librería alguna que no me jale rauda e inmediatamente en cuanto la veo, y ya dentro del local, en medio de pilas y pilas de libros, busco a mis escritores de cajón, nacionales y extranjeros, sin omitir a los regionales, entre los que están: Jaime Muñoz Vargas, Vicente Alfonso y el maestro Saúl Rosales. Es Jaime Muñoz Vargas el culpable de estás líneas producto del deleite que me dejó su libro de cuentos policíacos Leyenda Morgan.
El relato policiaco, a partir de su nacimiento, se convirtió en un género literario adictivo, altamente adictivo, tanto que, después de que Edgar Allan Poe le diera vida por primera vez, muchos siguieron el sendero del también llamado género negro y se hicieron famosos, y hasta ricos, escribiendo historias detectivescas; tales son los casos de Sir Artur Conan Doyle y Agatha Christie. Incluso algunos literatos latinoamericanos trabajaron con ingenio y maestría el relato negro, cómo en los casos de Jorge Luis Borges y, su amigazo del alma, Adolfo Bioy Casares. Ahora Jaime Muñoz vargas se zambulle en el tema policíaco dándole un catorrazo en el centro.
Leyenda Morgan logra dar credibilidad a la ficción mexicana sobre policías y detectives a través de los cinco relatos que integran el libro, cinco casos de sensacional policíaco. Y aseguro que Jaime da credibilidad a la literatura donde aparece el investigador o detective mexicano porque evoca muy bien el perfil del policía judicial que todos tenemos plasmado en nuestro razonamiento lógico, y no aquel que generalmente leemos en alguna novelilla mexicana o vemos en la televisión, donde lo idealizan pintándolo como todos quisiéramos que fuera: incorruptible, rebelde a su abusivo y corrompido jefe, en busca de la verdad para hacer justicia, noble y empático a los sentimientos de los demás, incansable hurgador en las escenas, hechos y sospechosos de los crímenes, y con el único objetivo de resolver los casos para refundir en el bote al culpable o culpables. Eso ya ni los niños de primaria se lo creen, mucho menos cuando ven, leen y escuchan la situación apocalíptica que vivimos en nuestro país con cientos de muertes violentas mes tras mes de las que, como decía el monje loco, nadie sabe, nadie supo, y por lo tanto jamás llegan a resolverse. Jaime sí retrata con su pluma de alta definición al clásico policía judicial. Federico Campbell señala el acierto de Jaime en la reseña que publicó en Milenio semanal el pasado 28 de marzo, en la que comenta: Se ha dicho que en México la novela judicial no es creíble porque en nuestro país los policías son los delincuentes o porque no se sabe donde termina el policía y empieza el asaltante, el ladrón, el torturador o el sicario. La verosimilitud de la novela judicial depende de la cultura jurídica que se tenga en el país donde sucede la historia o bien de la manera en que el mexicano vive e introyecta la ley. Si detectives de la ficción, como Auguste Dupin y Sherlock Holmes, dieron su fama al género por los brillantes razonamientos que tejían sólo a partir de la composición de lugar que deducían del escenario, hoy en día sabemos que cada vez que hay un crimen lo más probable es que los indicios hayan sido alterados, modificados (como en el caso Colosio), borrados e incluso robados. En este contexto palpita Leyenda Morgan, volumen de cuentos policiacos que combina víscera y neurona.
Esto es lo que hace Jaime, precisamente: contarnos cinco de los casos en donde el Teniente Morgan, policía judicial cuyo verdadero nombre es Primitivo Machuca Morales, resuelve hechos sangrientos perpetrados en nuestro norteño entorno, pero no con la intención de encontrar al autor o autores para que paguen por sus crímenes. El Teniente Morgan sigue y arma los rompecabezas, pero solo de los casos que sabe, por experiencia, que van a redituarle algún beneficio en metálico, casos en los que busca ganarse una lana a través de los bolsillos de los culpables. Primitivo Machuca siempre carga consigo una novela policiaca de monitos (la recién salida de una editorial similar a la que edita El libro vaquero), pasquín detectivesco del que es un fanático confeso al grado de soñar guajiramente que alguna vez los casos en los que se ve inmerso, y donde él es el protagonista esclarecedor de misteriosos crímenes, serán publicados en este formato de novelitas de policías y que son tan populares en los tabaretes de periódicos y revistas. Primitivo, en lugar de atrincherarse en la comandancia a la espera de crímenes que demanden su intervención, se la pasa encajonado en los bares y cantinas del centro de Torreón, cómo el íntimo Bacanora, siempre -esté o no en servicio- degustando unas cervezas Indio, fumando sus Raleigh como chacuaco, ensimismado -por lo común- en algún caso pasado o presente, doliéndose de los desaires de Yovanna Mayra, y todo mientras programa y escucha en la rocola las canciones de Los Cadetes de Linares, sus ídolos musicales y a quienes lleva perpetuamente en el estereo de su nave, un rugiente Impala. El Teniente Morgan viste todo de vaquero: camisa, pantalón y botas. Nunca olvida ponerse su chaleco color caqui al puro estilo yaqui: ya quítatelo, cabrón. Primitivo Machuca Morales se autonombra Teniente Morgan, y así es como todo mundo lo conoce en la corporación donde chambea debido a su parecido físico con un pelotero de las Grandes Ligas. Serán unas tres ocasiones en que me he visto obligado a la inútil empresa de poner una denuncia por robo, y en los lugares burocráticos donde se supone debiera de procurarse la ley, he visto entrar y salir varios policías judiciales y ministeriales; todos, o casi, dan en el clavo con la descripción de Jaime. Más bien, Jaime dio en el clavo con la descripción.
Como menciono, el relato policíaco es adictivo, porque entre más lees más te picas, la curiosidad gobierna a la acción con el fin de descubrir en que va a acabar el asunto. Las peripecias del Teniente Morgan, entre los ambientes más sórdidos de Torreón y La Laguna, están llenas de humor, sarcasmo, vulgaridad natural y el enorme espejo de la ficción que nos muestra la verdad de las cosas, esa verdad que, tal vez por ser algo de todos los días, ya no volteamos a ver, o no queremos voltear a ver. Primitivo Machuca Morales es un extraordinario perro de caza: Sabe hacerse de los medios y las personas para dar con lo que busca, tiene la aguda intuición de mujer engañada y con ella siempre consigue seguir las pistas correctas, claro ejemplo de que no importa tener poca formación intelectual mientras la inteligencia empírica y la inteligencia emocional se usen a su máxima capacidad.
Jaime Muñoz Vargas creó una nítida caricatura del policía judicial y su modo de vida; lo triste y desalentador es que, desgraciadamente, esa caricatura que provoca nuestras risas, nuestro enojo y nuestro repudio, es la realidad que sufrimos a diario.
Nota: Leyenda Morgan puede conseguirse en la librería del Fondo de Cultura Económica que se encuentra a un lado del Teatro Isauro Martínez, sobre la Avenida Matamoros. También en la librería Educal albergada dentro del Museo Arocena, frente a la Plaza de Armas, donde, si no tienen el libro, te lo mandan pedir sin costo extra.
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