jueves, 21 de mayo de 2009

¿Que hace a un escritor un buen escritor?


Según los grandes escritores, los que han decidido dar a conocer los secretos del oficio de las letras, se llega a ser buen escritor mediante dos acciones permanentes: Leer mucho y escribir mucho. Sin embargo, considero que además de abrazar con disciplina estos dos hábitos, también es necesario tener un grado alto de sensibilidad y un grado -aun mas alto- de imaginación, para así poder llegar al corazón de las personas y atraparlos como lectores. No hay que olvidar que las historias deben de ser interesantes. Un escritor que encontró la forma de combinar todos estos ingredientes en sus poemas, en sus cuentos, en sus novelas, en sus ensayos, y en general en toda la literatura que producía, fue Mario Bendetti. Algunos intelectuales y escritores, buenos escritores, lo han tildado de rosa, de cursi. Tal vez a ellos les guste mas la literatura aguerrida o violenta; o quizá la excelentemente escrita, pero aburrida; o puede ser que solo la que ellos producen; no lo se a ciencia cierta. Pero Benedetti es un gran escritor (y digo "es", porque su vigencia no tiene caducidad); que mejor prueba que las altas ventas de sus libros, su gran producción literaria, el shock que causó su muerte -no solo en el mundo literario, si no en toda la gente- y el reconocimiento de su gran calidad literaria por maestros escritores como Saúl Rosales.
Deseo dedicar este post a Mario Benedetti, como un humilde homenaje, tratando de que sirva un poco para aceptar y afrontar el dolor de su partida. No se imagina como lo vamos a echar de menos en este mundo Don Mario.
Y como siempre comento, no hay mejor forma de reconocer y recordar a un tremendo escritor, que leyéndolo. Van dos poemas y un cuento del maestro, uruguayo por nacimiento, pero universal por sus letras.

POEMAS

Táctica y estrategia

Mi táctica es
mirarte
aprender como sos
quererte como sos

mi táctica es
hablarte
y escucharte
construir con palabras
un puente indestructible

mi táctica es
quedarme en tu recuerdo
no sé cómo ni sé
con qué pretexto
pero quedarme con vos
mi táctica es
ser franco
y saber que sos franca
y que no nos vendamos
simulacros
para que entre los dos
no haya telón
ni abismos

Mi estrategia es
en cambio
más profunda y más
simple

Mi estrategia es
que un día cualquiera
no sé cómo ni sé
con qué pretexto
por fin me necesites.

Viceversa

Tengo miedo de verte
necesidad de verte
esperanza de verte
desazones de verte

tengo ganas de hallarte
preocupación de hallarte
certidumbre de hallarte
pobres dudas de hallarte

tengo urgencia de oírte
alegría de oírte
buena suerte de oírte
y temores de oírte

o sea
resumiendo
estoy jodido
y radiante
quizá más lo primero
que lo segundo
y también
viceversa.


CUENTO

El Otro Yo

Se trataba de un muchacho corriente: en los pantalones se le formaban rodilleras, leía historietas, hacía ruido cuando comía, se metía los dedos a la naríz, roncaba en la siesta, se llamaba Armando Corriente en todo menos en una cosa: tenía Otro Yo.
El Otro Yo usaba cierta poesía en la mirada, se enamoraba de las actrices, mentía cautelosamente , se emocionaba en los atardeceres. Al muchacho le preocupaba mucho su Otro Yo y le hacía sentirse incómodo frente a sus amigos. Por otra parte el Otro Yo era melancólico, y debido a ello, Armando no podía ser tan vulgar como era su deseo.
Una tarde Armando llegó cansado del trabajo, se quitó los zapatos, movió lentamente los dedos de los pies y encendió la radio. En la radio estaba Mozart, pero el muchacho se durmió. Cuando despertó el Otro Yo lloraba con desconsuelo. En el primer momento, el muchacho no supo que hacer, pero después se rehizo e insultó concienzudamente al Otro Yo. Este no dijo nada, pero a la mañama siguiente se habia suicidado.
Al principio la muerte del Otro Yo fue un rudo golpe para el pobre Armando, pero enseguida pensó que ahora sí podría ser enteramente vulgar. Ese pensamiento lo reconfortó.
Sólo llevaba cinco días de luto, cuando salió a la calle con el propósito de lucir su nueva y completa vulgaridad. Desde lejos vio que se acercaban sus amigos. Eso le lleno de felicidad e inmediatamente estalló en risotadas.
Sin embargo, cuando pasaron junto a él, ellos no notaron su presencia. Para peor de males, el muchacho alcanzó a escuchar que comentaban: «Pobre Armando. Y pensar que parecía tan fuerte y saludable».
El muchacho no tuvo más remedio que dejar de reír y, al mismo tiempo, sintió a la altura del esternón un ahogo que se parecía bastante a la nostalgia. Pero no pudo sentir auténtica melancolía, porque toda la melancolía se la había llevado el Otro Yo.

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