Los finales
siempre suscitan las más diversas emociones, sobre todo si se trata del último
día del año. Puede aparecer desde la alegría más desbordante, hasta la
melancolía más oscura, no sin antes observar el paso de una tranquilidad
ataviada con el azul celeste en el que suele enfundarse la confianza. Algunas
personas son allanadas por una melancolía tan cruda y agresiva que, más allá de
un simple golpe de duros recuerdos o añoranzas fallidas, es posible que se trastoque
en una negra depresión sin esperanza. Quienes pueden permitirse el lujo, se regocijan en los
reventones dejándose envolver por la parafernalia de la época donde no faltan
amistades, abrazos, buenas voluntades compartidas como excelentes deseos,
risas, regalos, música, brindis y festines, todo con una falta de moderación
tan ostentosa, que los goces efímeros de diciembre parecen no tener límites.
Aun cuando no siempre es posible, todos deseamos perdernos entre esos momentos
de felicidad que existen gracias al respirador artificial del metálico excedente.
El año que terminó ayer fue, en lo
personal, un buen año. Durante sus doce meses trabajé en lo que más me
apasiona: organizar eventos literarios, leer, escribir y editar. También conocí
muchas personas, entre las que se encuentran amistades, compañeros de trabajo,
escritores, editores, músicos, pintores, escultores, bailarines, fotógrafos y,
en fin, profesionales de todas las disciplinas que engloba el arte. Y lo mejor:
pasé la mayor parte del 2015 perdido entre libros, entre letras y entre amigos.
Abracé, como nunca, las palabras de Borges: “Que otros se jacten de las páginas
que han escrito; a mi me enorgullecen las que he leído”.
En el amor no me fue nada mal, pero me
reservo los recuerdos para sonreír en mis momentos a solas. Hoy, el primer día
del 2016, propongo lo que reza un meme que circula en las redes sociales: “un
brindis por esos momentos que no podemos publicar”.
Este año que comenzó hace apenas unas
horas se vislumbra prodigioso, consentidor de anhelos. Pero como todo año que
pertenece al irreversible pasado, será prometedor y cumplirá nuestras
esperanzas según el uso que demos a las veinticuatro horas de cada uno de sus
días. Tal vez es cierto que no podemos eludir el
destino –no importa cuánto nos esforcemos por cambiarlo–, pero es posible que
nos dé por nuestro lado si descubre que no concedemos tregua en la batalla que
libramos a diario para conseguir lo que deseamos vehementemente y continuar en todo aquello que nos apasiona y que logra la ilusión de que el tiempo se evapora más rápido en tanto nos sumergimos horas y horas en sus inagotables caudales.
Espero que al transitar por el último día
del 2016 hayamos rebosado nuestro inventario con un sinfín de recuerdos que
nos arrebaten una cómplice sonrisa en el instante en que ofrecemos “un brindis
por esos momentos que no podemos publicar”.